Hoy nos parece una salvajada digna del trumpismo exacerbado, pero hubo un tiempo no muy lejano en el que la muerte pública era todo un espectáculo en la ciudad. Una tradición que, como los toros, ofrecía entretenimiento a una población no demasiado instruida en lo que supone el sufrimiento ajeno. Un tiempo en el que las horcas lucían a plena vista como escenario, pero también como advertencia. Demos un dantesco, pero curioso paseo por la ruta de los condenados en Barcelona.
La ruta de los condenados en Barcelona: un exhibicionismo gore que cambiaba con el tiempo
En la introducción se hablaban de horcas como el escenario de la muerte pública en Barcelona, y ciertamente durante muchos siglos lo fue. La primera de estas muertes está documentada en 1382, y la última hace apenas dos siglos, en 1832.
Estos casi 5 siglos de tortura a base de ahorcamientos dieron para que, en torno a esta forma de dar muerte a condenados por diversos delitos, se creara toda una subcultura que iba desde diferentes emplazamientos para diferentes tipos de delitos y públicos (hasta para las condenas existían clases sociales), hasta procesiones que hacían del espectáculo todo un festival.
Las cinco horcas barcelonesas asentaron esta metodología como la predilecta de la época medieval. Pero no era exclusivo del medievo barcelonés hacer de la muerte pública todo un ritual: ya desde los romanos, es decir, desde la etapa fundacional de la ciudad, existía el folklore de la condena por tortura.
Solo nos tenemos que remitir a nuestra querida patrona Santa Eulàlia para darnos cuenta que los ritos sobre los condenados ya existían desde los inicios, donde las crucifixiones eran las más eficaces metodologías para prevenir los delitos y la exhibición del martirio otro pasatiempo más para el pueblo.
Tampoco es que la abolición de la horca acabara con tanto sadismo público: la prohibición de 1832 vino acompañada de la instauración de un invento inquisitorio igual de cruel: el garrote vil, que era jadeado con la misma pasión desde las plazas donde se perpetraba y que esta ruta de los condenados en Barcelona nos mostrará.
No fue hasta 1908 cuando se dejó de celebrar la muerte por condena como un rito público, cuando el garrote vil se trasladó a La Modelo en dependencias privadas. Una práctica que se siguió llevando a cabo hasta hace apenas medio siglo.
Medio siglo que nos lleva al 2 de marzo de 1974, cuando se usó por última vez el garrote vil, siendo su víctima nada más y nada menos que Salvador Puig Antich.
Por suerte, al poco de que este último mártir sufriera este castigo tan medieval en pleno s.XX, fallecía el dictador Franco y con él, un régimen igual de caduco, cruel y retrasado que esta herramienta de tortura, aboliéndose la pena de muerte en Barcelona y el resto del país.
No obstante, para el recuerdo quedan tantos y tantos siglos donde la muerte no era un acto privado. Recuerdos que permanecen en las calles de esta ciudad de diferentes maneras y que nos disponemos a recorrer en esta ruta de los condenados en Barcelona.
Ruta de los condenados en Barcelona
Inicio: Mercat de Sant Antoni (L2 Sant Antoni)
Final: Pla de Palau (L4 Barceloneta)
Duración: 1 hora 20 min. (4,2 km)
13 paradas
Mercat de Sant Antoni
Habiendo lugares dentro de esta ruta de los condenados en Barcelona donde el propio lugar ya transmite una sensación lúgubre, comenzarlo en una exuberante joya del modernismo puede parecer publicidad engañosa, pero la naturaleza del Mercat de Sant Antoni surge de las almas que allí quedaron…
Antes que el ostentoso mercado de Rovira i Trias, en estos mismos terrenos se encontraba el portal de Sant Antoni: una de las entradas a la ciudad amurallada medieval, y era muy del gusto medieval crear sádicas advertencias a quienes querían entrar en las ciudades sobre el tipo de justicia que allí se impartía.
Es por ello por lo que durante siglos, bajo el mercat se encontraban las denominadas como «altes forques» (horcas altas), en referencia al gran tamaño de éstas.
Esta era una de las cinco explanadas de horcas que podíamos encontrar en la Barcelona medieval, y la que se dedicaba a los presos de más salvaje criminalidad. La extraordinaria altura de las horcas permitían que los cadáveres ensangrentados se pudieran apreciar desde bien lejos a través del camino real a Madrid (hoy Creu Coberta), sirviendo de aviso a otros posibles delincuentes sobre lo que les depararía de cometer delitos en Barcelona.
Este hecho provocó que, una vez se sacó adelante el proyecto del Eixample, los burgueses que comenzaron a edificar en sus terrenos, no vieran como apropiado construir en esta amplia manzana, a pesar de que el nuevo barrio comenzaba a alzarse a pocos metros de allí.
Esta falta de compradores que amenazaba con dejar yermo tantos metros recién recalificados, hizo que fuera el propio Ayuntamiento quien se hiciera cargo de los terrenos, y aprovechando que ya por entonces, junto al portal, ya se mercadeaba, destinarlos a un mercado municipal.
Cárcel de la Reina Amalia
Precisamente no muy lejos de las Altes Forques encontramos su «digno» sustituto. La que es hoy la plaza de Josep María Folch i Torres fue el pati dels Corders de la cárcel de la Reina Amàlia, y aún más tiempo atrás, el convento de Sant Sever i Sant Pere Borromeu, quemado durante los motines de 1835.
En 1838 arranca la oscura historia de este presidio, que comenzó a funcionar como prisión municipal de hombres y mujeres con el dudoso honor de servir como espacio donde por primera vez las horcas dejaban de ser el instrumento de pena de muerte por excelencia para dar paso a un método más moderno y «humano»: el garrote vil.
La razón por la que se señalaba como un método más considerado con el reo no era otra que el condenado moría sentado y no colgado, pero el estrangulamiento dio paso a una perforación lenta y agoniosa que aún servía de espectáculo para el jadeante público que en el mencionado pati dels corders se concentraba para asistir a una ceremonia bien cuidadosa con los ritos.
El espectáculo de la muerte por garrote vil |
Ya desde época medieval (como veremos posteriormente en esta ruta de los condenados en Barcelona), las ejecuciones públicas contaban con sus propios rituales y ceremoniales inquebrantables, haciendo de la vista pública todo un espectáculo con mayor entretenimiento que el mero momento de la muerte. En el caso de la novedosa instauración del garrote vil como elemento mortífero, en 1848 se reguló en el código penal cómo se debería llevar a cabo esta cruel forma de dar muerte. La ejecución se tenía que hacer de día, sobre un escenario en el cual se presentaba al condenado escrupulosamente vestido de negro, a menos que fuera un parricida o regicida, en cuyo caso se hacía notar mediante una túnica amarilla estampada de rojo. Al reo le acompañaban unos clásicos en esta ruta de los condenados en Barcelona: el capellán, los testigos y las cofradías religiosas, que como veremos una vez la ruta de los condenados en Barcelona se adentre en Ciutat Vella, tienen un papel muy especial en estos rituales. |
La última ejecución del garrote vil con público se produjo en 1897, siendo el «afortunado» Silvestre Ruíz: un acusado por doble parricidio al matar a su mujer e hija, pero más relevante fue la que le precedió.
La penúltima tiene el honor de ser de las más relevantes por ser magistralmente retratada por el pintor modernista Ramón Casas, cuyo cuadro «Garrot vil«, de 1894, luce en el Reina Sofía y en el que podemos apreciar la ejecución de Aniceto Peinador: encuadernador de 19 años y condenado un año antes por asesinar a un señor al cual le quería robar el reloj de oro.
Otro de los ilustres condenados por garrote vil en la cárcel de Reina Amàlia fue Santiago Salvador: autor del atentado en el Liceu de 1893
La cárcel de la Reina Amalia no solo era temida por esta nueva cruel forma de dar muerte al condenado, sino por sus pésimas condiciones de higiene y confortabilidad. Con una disposición de 287 celdas, el hecho de ser mixta y hasta principios del XX, el único espacio correccional de Barcelona, hacía que siempre se encontrara con casos de hacinamiento y con una ocupación mucho mayor a la razonable.
Pla de la Boquería
Damos un requiebro por la trasera de la plaça de Folch i Torres que nos lleva a través del carrer de Sant Pau directamente a nuestra siguiente parada en esta ruta de los condenados en Barcelona: el pla de la Boquería.
El hoy atestado de turistas rincón donde luce nada más y nada menos que el mosaico de Miró fue, en época medieval, uno de los lugares donde se situaron las míticas 5 horcas.
Al ser esta una de las entradas principales a la ciudad medieval, también lo era para exhibir a los condenados tal como se hacía en las homólogas Altes Forques, con el plus de que, en este emplazamiento era habitual la congregación gremial de los carniceros y los mataderos en lo que hoy es el mercado de la Boquería.
Que una de las horcas se situara junto a donde se despiezaba y se trataba la carne no era para nada casual, ya que siendo este lugar mucho más céntrico, se requería una intervención más temprana del cadáver: labor que facilitaban estos gremios.
Como ya hemos visto en la parada de las altes forques, cada una de las cinco míticas horcas barcelonesas tendían a la especialización. Y en la de la Boquería no solo se ahorcaba, sino que además era habitual la práctica de hogueras donde se quemaban a los condenados por delitos sexuales.
Baixada de Santa Eulàlia
En tan solo tres paradas ya hemos podido tener una aproximación a cómo se practicaba la condena a muerte en época medieval, moderna y contemporánea: el siguiente lugar relevante en la ruta de los condenados en Barcelona nos mostrará cómo se llevaba a cabo desde los comienzos de Barcino como colonia romana, a través de nada más y nada menos que los martirios que sufrió la patrona por excelencia de la ciudad: Santa Eulàlia.
Eulàlia de Barcelona falleció el 12 de febrero de 304 tras sufrir trece martirios: uno por cada año de vida. ¿Su pecado? No querer renunciar al cristianismo en la etapa romana en la que esta religión era fuertemente perseguida tras, precisamente, denunciar ante el gobernador de Barcino estas atrocidades.
Los romanos legaron a la humanidad grandes aportaciones culturales: desde el sistema de aguas hasta las calzadas, pasando por teatros, circos, baños… pero por suerte, uno de esos legados que pervivieron no fue su sistema de aplicar justicia a quienes no se adherían a su pensamiento y estilo de vida. Y eso bien lo sabe Eulàlia de Barcelona…
La forma de «administrar justicia» más famosa de los romanos, la crucifixión, ha sido perpetuada por el cine y la pintura (aunque de forma errónea… no se hacía en una cruz latina, sino en una cruz en forma de aspa), y tal como pasaba con la horca medieval, se practicaba en público y en un lugar bien visible para así servir también como medida aleccionadora.
Pero no era esta la única forma de castigo romano: pese a que Eulàlia también sufrió la cruxifición en el último de sus tormentos, -en el lugar donde hoy luce su fuente conmemorativa (en la plaza del Pedró)-, previamente tuvo que soportar 12 más, siendo el más recordado el noveno de ellos.
Este tormento consistió en colocarla desnuda dentro de un tonel lleno de cristales, clavos y otros objetos punzantes, siendo lanzada en trece ocasiones por una calle en bajada. Pues bien, esa calle no es otra que la Baixada de Santa Eulàlia, cuarta de las paradas de la ruta de los condenados en Barcelona cuyo nombre precisamente recuerda este martirio.
Los trece martirios de Santa Eulàlia |
-Encierro en una cárcel oscura (hoy carrer de l’Arc de Santa Eulàlia) -Azotes en público -Desgarros de piel con garfios en en potro -Quemaduras sobre un brasero -Quemaduras en los pechos -Frotas de heridas con piedra tosca -Unción de heridas con plomo -Unción de heridas con aceite hirviendo -Lanzamiento a fosa de cal viva -Lanzamiento en tonel con objetos punzantes -Encierro en corral plagado de pulgas -Paseo desnuda hacia la cruz -Cruxifición |
Porta praetoriana
Seguimos en etapa romana (paseamos por el epicentro de la Barcino) para llegar al tramo en el que el carrer del Bisbe se une con Plaza Nova. Aquí, donde la intervención que «reinventó» el barri gòtic en la primera mitad del s. XX situó el inicio del acueducto romano, se encontraba la puerta praetoriana. Denominada de esta manera por ser aquí donde se encontraba el praetor o guardián de la ciudad.
Siendo esta la puerta principal de la ciudad romana, también lo era para que en los primeros siglos de andadura de Barcelona como ciudad perteneciente al Imperio, se situara en ella las cruces de las cuales se servía el gobierno de Bárcino para condenar a los reos y para avisar a los visitantes que se dirigían hacia el decumano (la calle principal que atravesaba la ciudad primigenia de norte a sur y que daba comienzo en esta puerta) lo que les depararía de perpetrar algún delito.
Casa del Botxí
Volvemos a la ciudad medieval en la quinta de las paradas de la ruta de los condenados en Barcelona. Si el epicentro de la romana se encontraba en el lugar donde el decumano se encontraba con el cardo (hoy plaza Sant Jaume), el lugar central del poder medieval en Barcelona se situaba en la hoy plaza del Rei.
En este centro neurálgico medieval encontramos entre otras edificaciones destinadas al gobierno y control de la ciudad, la casa del Botxí (verdugo), que aún a día de hoy podemos apreciar mediante una puerta de cristal situada entre la capilla de Santa Ágata y el MUHBA.
Antes de que se popularizaran las horcas como metodología de impartir justicia en los siglos finales de la Edad Media, en pleno apogeo de ésta y, sobre todo, del tribunal de la Alta Inquisición, la forma en la que se daba muerte a los delincuentes en Barcelona más común era mediante el hachazo a la altura del cuello o mediante el desangrado por amputación.
Para ello, era clave la figura del verdugo o botxí, que era quien debía dar muerte al reo. Un empleo que por ello no era demasiado codiciado, además de ser repudiado por el resto de la población que lo consideraba como alguien maldito.
La maldición que pesaba sobre el botxí le impedía vivir dentro de las murallas, y fuera de ellas era altamente repudiado por sus vecinos. Es por ello por lo que su vivienda oficial se sitúa justo entre la muralla.
Es por esta razón por la que el botxí suele representarse comúnmente con la cara cubierta, puesto que así acudía a las ejecuciones para evitar que se le reconociera o que las miradas se posaran en él y no en el condenado.
Este cobertor era ofrecido pro el propio gobierno municipal junto con las herramientas de ejecución y una buena cantidad de dinero, que se colocaba en una de las esquinas de la plaza para que alguien anónimo (y probablemente con apuros económicos) se hiciera cargo de la tarea sin ser reconocido.
Cuando nadie acudía a la llamada municipal de forma voluntaria, se elegía al botxí entre los carniceros de la ciudad, al ser hábiles con estas herramientas.
La gran cantidad de suicidios y estrés que causaba el cargo supuso su mejora de condiciones, asumiéndose esta labor como la de cualquier otra del funcionariado de la ciudad, y contando con ventajas como la propiedad de la vivienda que esta ruta de los condenados en Barcelona ahora visita o legitimidad para quedarse con las pertenencias que el reo portara al momento de su ejecución.
Nicomedes Méndez: el botxí orgulloso de su trabajo |
No todos los verdugos llevaban su trabajo como una maldición: los había que consideraban el empleo como otro medio más de subsistencia en una ciudad plagada de miserias, y otros que directamente señalaban al reo como el único culpable de su cruel destino. De estos últimos es Nicomedes Méndez, uno de los últimos verdugos de Barcelona ya a cargo de la infame herramienta del garrote vil. Verdugo encargado de las ejecuciones en Reina Amalia primero (desde 1891) y de La Modelo después (en 1908), llevaba la profesión casi como si se tratara de un mandato divino. Entrega que le llevó incluso a perfeccionar el garrote vil hasta crear una variante catalana, que en vez de pinchar sobre el cuello, incidía sobre la base del bulbo raquídeo. El mencionado Santiago Salvador (autor del atentado con bomba en el Liceo) fue el primer condenado en probar esta variante catalana. Tal fue la entrega de Méndez en su trabajo que quiso exhibirlo en el denominado como «palacio de las ejecuciones»: un proyecto que presentó a la municipalidad para convertir un edificio del Paral·lel (por aquel entonces, epicentro del entretenimiento de la ciudad) en todo un exhibicionismo de la cultura de la tortura. El orgullo que mostraba Méndez por la profesión, no fue igualmente compartido por su familia, que sí sintió esa «maldición del verdugo» cuando, el novio médico de su hija, la abandonó al enterarse de a qué se dedicaba su yerno. La hija acabó suicidándose por este hecho. |
Plaça de L’Àngel
La plaza que hace referencia a la leyenda en la que interviene una de las protagonistas de esta ruta de los condenados en Barcelona, Santa Eulàlia, fue otro de los emplazamientos clave del ajusticiamiento en público durante la Edad Media.
Denominada por entonces como Plaça de l’Orb primero, y del Blat después, de aquí partía el cardo romano y, por tanto, era un enclave de importancia como lugar que daba paso a la ciudad amurallada.
Pero el hecho que lo sitúa en este mapa de la ruta de los condenados en Barcelona no es otro que situarse en los alrededores donde se encontraba el gremio de los carniceros y mataderos, que como hemos podido ver relativo a la Boquería y a la plaza del Rei, eran muy codiciados a la hora de realizar ejecuciones.
También es aquí donde se encontraba el punto de partida a una de las más funestas muestras de crueldad en público: el paseo de las cien esquinas…
«Bòria avall»
«Bòria avall» es una expresión catalana antigua que hace referencia a «hacer pasar vergüenza a alguien». Y eso es lo que precisamente se hacía en el carrer de la Bòria, como el primer de los carrers que se abordaba en el paseo de las cien esquinas y, por tanto, en el que mayor ímpetu se mostraba por ridiculizar al reo pero, ¿en qué consistía el paseo de las cien esquinas?
Tal como su nombre indica, se trata de un recorrido por cien esquinas, en las cuales en cada una de ellas se realizaban 100, 200 o hasta 500 azotes al prisionero. A éste, se le sacaba de la cárcel situada en la Plaça del Rei, se le dirigía hacia la plaça de l’Àngel a través de la baixada de la presó (hoy Llibretería, cambio de nombre que se realizó en 1958 precisamente por las protestas de los vecinos que no querían conservar este recuerdo) y se le subía a un burro y se le colocaba un cucurucho a la cabeza como primera burla.
A toda esta parafernalia le acompañaba un cartel que le colgaba del cuello donde se indicaba el motivo de su condena, para que la población pudiera conocer el motivo de la vergüenza. Si el motivo era el robo o el asesinato, el condenado llevaba colgando de una cinta roja las herramientas con las que cometió el crimen o los objetos sustraídos.
Por aquel entonces, la Vía Laietana (que fue abierta en 1908) no existía, y el carrer de la Bòria surgía desde la misma plaza del Ángel, siendo el lugar donde al reo se le unía una comitiva abierta por el nuncio; encargado de comunicar a la población analfabeta la condena y anunciar el número de latigazos a cada esquina; el alguacil; el propio condenado; el verdugo y, finalmente los mossos d’esquadra.
La Ruta de las 100 esquinas
La ruta de las 100 esquinas (o passeig de les cent cantonades) tenía varios puntos clave: el primero de ellos era el carrer de la Bòria por ser allí donde se daba inicio al fustigamiento del reo.
El recorrido seguía por Corders, Placeta d’en Marcús, Montcada, Rera Palau, Pla de Palau (parada final si el reo era condenado a muerte, ya que allí se encontraba la horca que le esperaba…), Consolat, Fusteria, Ample, Regomir, Ciutat, Bisbe y parada en Plaça Nova.
En este punto, al reo se le marcaba en la espalda con un hierro ardiendo en el que aparecía el escudo de la ciudad, para que siempre se le recordara por sus delitos. Una vez hecho el marcaje, el recorrido continuaba por Corríbia (una calle hoy inexistente por la apertura de la plaza de la Catedral), Tapineria y vuelta a la cárcel de plaça del Rei.
En el mapa podemos ver un recorrido aproximado de cómo era la ruta de las cien esquinas (passeig de les cent cantonades), teniendo en cuenta que por aquel entonces la Vía Laietana no existía y la Plaça Nova era un compendio de callejones.
Carrer dels Corders
El carrer dedicado al gremio de los cordeleros (por ser allí donde se congregaban, a extramuros…) no solo es relevante en la ruta de los condenados en Barcelona por ser la siguiente de las paradas en en paseo de las cien esquinas: es relevante por el gremio en sí.
Estamos ante los profesionales a los que se les encomendaba la terrible labor de confeccionar las sogas mediante las cuales se daba muerte a las víctimas de la horca. Por ello, de igual forma que ocurría con el botxí, y de igual forma que carniceros y mataderos no querían saber nada del oficio de verdugo, los cordeleros eran repudiados y obligados a vivir fuera de las murallas.
¿Cómo toda una profesión, también encargada de encomiables labores como la confección de las cuerdas con las que se izaban velas, podía ser tan odiada por un rito del que ni siquiera eran partícipes? La sociedad medieval era compleja y profundamente desigualitaria. Más allá de los estamentos oficiales, el pueblo no entendía de más justicia que la de poder alcanzar a subsistir en un entorno lleno de dificultades, plagas y enfermedades.
Es por ello por lo que el pueblo vasallo, se veía en la dicotomía de jadear la condena y culpar a los condenadores. Se celebraba el castigo de quien intentaba alcanzar beneficios a través de malas artes y también se repudiaba a quienes participaban de la ceremonia.
Los propios nobles eran conscientes de este dilema ético y lo alentaban fomentando los guetos y la estigmatización, reservándose sus propias liturgias si el condenado era alguien de casta alta. Así, no era lo mismo ser condenado si eras pobre o si poseías título o tierras. En este caso, según la gravedad del delito, el castigo solía ser el destierro o el encierro en un castillo o convento. Solo si era de extrema gravedad era condenado sin público.
Sant Pere de les Puel·les
La cárcel de la plaza del Rei se fue quedando obsoleta, hecho que propició que durante gran parte de la primera mitad del s. XIX y aprovechando su reforma tras el ataque de las tropas napoleónicas durante la Guerra de la Independencia, se aprovechara el monasterio de Sant Pere de les Puel·les para reutilizarlo como penal.
¿Cómo llega una obra maestra del gótico catalán a ser un espacio de encierro para delincuentes? Para ello debemos tener en cuenta el contexto sociopolítico de los comienzos del s. XIX: una parte de la ciudad medieval ahogada por la estrechez de sus calles y el hacinamiento de sus habitantes, un contexto de posguerra en el que lo que importaba era industrializar y no reconstruir, y un estamento eclesiástico cada vez más arrinconado de poder afectado por varias desamortizaciones.
Es así como entre el periodo que la cárcel de la plaza del Rei deja de estar en funcionamiento, y la de la Reina Amalia se termina de habilitar, Sant Pere de les Puel·les se convirtió en otra de las paradas de la ruta de los condenados en Barcelona.
Carrer dels Petons
A pocos metros de Sant Pere de les Puel·les nos encontramos con uno de los callejones más misteriosos de Barcelona: el carrer dels Petons.
Escondido entre el bullicio del carrer Comerç, Sant Agustí Vell y el carrer Portal Nou, se hayan apenas 50 metros de calle oscura y estrecha con nombre evocador y romántico. Y así resulta la historia de este nombre, pero con un final trágico a lo drama shakesperiano.
Hasta el mismo carrer Comerç llegaba la explanada de la Ciutadella, cuyo patíbulo fue el encargado de aglutinar la actividad de las 5 míticas horcas barcelonesas, convirtiéndose así a partir de 1715 en otro de los dantescos escenarios donde se daba muerte a los condenados en Barcelona.
Por ello, la calle dels Petons era la calle donde los desdichados veían por última vez a sus parejas antes de sus condenas a muerte, por lo que era frecuente que aquí se produjera una despedida sellada precisamente con un beso (petó).
…Esta es la versión popular. La más probable sin embargo (y la que así recoge el propio Ayuntamiento), poco tiene que ver con esta ruta de los condenados en Barcelona: se trataría de una deformación del apellido Pontons, al habitar en esta misma calle un vecino muy querido por aquella época (s. XVII), de nombre Joan Pontons.
No obstante, el tiempo, al igual que sucediera con el apellido de este ilustre, ha querido que sea la versión «shakesperiana gore» la que acabara popularizándose, siendo esta calle mencionada como la última muestra de cariño entre quienes padecieron los horrores que en la Ciutadella se daban en el s. XVIII y principios del XIX. Por ello, no dejaremos que la realidad estropee una bonita historia y bien merece este requiebro en nuestra ruta de los condenados en Barcelona.
Mercat del Born
Hoy lo vemos reluciente tras su reciente reforma y como un lugar reseñado en las guías de la ciudad, pero lo que realmente es el Mercat del Born es un espacio de memoria y recuerdo para los barceloneses y catalanes. De ahí a que la senyera luzca impecable a su entrada en un mástil de considerable altura.
El Mercat del Born está construido sobre lo que fue el barrio de Vilanova de Mar: el Born del s. XVIII que el indeseable rey Felipe V arrasó tras la Guerra de Sucesión de 1714 en venganza por la falta de apoyo del pueblo barcelonés y catalán en general.
Estas demoliciones injustificadas y llenas de odio monarca dieron paso a la Ciutadella: una moderna fortaleza creada con la finalidad no de proteger, sino de atacar a la ciudad en caso de que fuera necesario.
Las murallas de la antigua fortaleza comenzaban no obstante donde hoy se sitúa el parque del mismo nombre (el primero público de la ciudad y gratamente levantado una vez se derribó en 1872 la maldecida construcción de Felipe V), pero el derribo de las casas cuyos restos se pueden apreciar hoy en el subsuelo del mercado, respondían a dejar un oportuno espacio frente a la Ciutadella para controlar ataques y, tal como nos ocupa en esta ruta de los condenados en Barcelona, para realizar ejecuciones públicas. Ejecuciones igual de ejemplarizantes que tener un cañón constantemente apuntando a tu vivienda.
Así, lo que hoy es la plaza Comercial y los edificios porticados que la rodean, era la antigua explanada de la Ciutadella a la que hacía referencia la leyenda del carrer Petons: allí donde se hacía justicia a vista de todos.
Pla de Palau
Terminamos esta ruta de los condenados en Barcelona por todo lo alto. Allí donde ahora se encuentra la Llotja y una estatua que escandalizó a toda una generación, estaban situadas las forcas de mar (horcas del mar): el «Camp Nou» de las horcas, la primera de las cinco míticas zonas de horcas barcelonesas y la que mayor atracción / respeto provocaba.
Las horcas de mar están documentadas desde el 1382, por lo que están consideradas como las primigenias y las que establecieron tanto la tradición de la ceremonia medieval de la ejecución por horca, como el posterior ritual de dejar los cuerpos colgados durante horas o incluso días para servir como advertencia a quienes pensaban delinquir.
Que de días, se pasara a horas de cuerpos en putrefacción fue cosa de los propios vecinos de Pla de Palau, así como que se trasladara gran parte de las horcas aquí presentes a otros lugares de la ciudad (las cuatro zonas restantes).
En Pla de Palau, el número de horcas era considerable. Si a esto le sumamos el hecho de encontrarse en una zona húmeda, el resultado era que el hedor que los cuerpos en descomposición producían digamos que no ayudaba a que se revalorizara la zona por mucha Catedral del Mar que tuvieran al lado.
Se tiene constancia de un escrito al rey Pere el Cerimoniós firmado por los vecinos de la zona, en el que demandaban al monarca del Principado de Catalunya que acabara con esta insalubre práctica, trasladando las horcas a puntos menos céntricos de la ciudad.
La petición fue satisfecha a medias: si bien se tuvo en cuenta que este no era lugar para dejar cuerpos en descomposición junto al pescado con el que se comerciaba a orillas del mar (por aquel entonces la línea de costa llegaba a pies del pla de Palau, y la Barceloneta no era más que arena bajo el Mediterráneo), la primera de las grandes horcas barcelonesas se mantuvo. Eso sí, en menor número, trasladando muchas de las horcas a otros puntos, y dejando los cuerpos por horas y no días a la vista del público.
Así, a Pla de Palau le siguieron las Altes Forques que inauguraban esta ruta de los condenados en Barcelona; la Boquería; Creu Coberta y la Quinta Forca: una a cada punto cardinal allí donde se encontraba una entrada a la ciudad. Así fue hasta 1715, cuando toda la actividad de este tipo se trasladó a la explanada de la Ciutadella.
La ruta de los condenados en Barcelona: otros patíbulos fuera de ruta
Hemos terminado esta ruta de los condenados en Barcelona haciendo mención a algunas de las horcas míticas barcelonesas que este tétrico y aleccionador paseo no ha tenido a bien recorrer.
El motivo no es otro que encontrarse, como la propia expresión catalana indica, allá donde la quinta forca, y allá es donde precisamente nos trasladaremos para recorrer, ya no a pie que no hay fuerzas, sino imaginativamente (o en la ruta de la Meridiana), para visitarla y entender el origen de tan endémica referencia.
«La Quinta Forca»
Las quejas por las horcas del pla de Palau ocasionaron una diversificación de la condena en público, que normalmente provocó que las nuevas horcas se situaran alrededor de la muralla medieval.
Sin embargo, alguien tuvo a bien que, si lo que se pretendía hacer era aleccionar a quienes entraban en la Barcelona medieval, sobre lo que les podía ocurrir si cometían delito alguno en este término, el paso de Finestrelles era el lugar adecuado.
Así, a las horcas del pla de la Boquería (entrada a la ciudad medieval por el oeste), las de Creu Coberta (camino real de Madrid) y las de Sant Antoni (entrada norte), les debía acompañar una quinta en el camino que provenía del Pirineo: una ruta muy concurrida y usada para entrar en Barcelona.
El problema es que esta quinta horca se situó más allá del término de Barcelona, más cerca de Montcada, Sant Joan d’Horta y Sant Andreu que de la propia capital. La podríamos situar donde actualmente se encuentra el nudo de la Trinitat.
Esta inusual lejanía provocó que, ni tan siquiera la confraria dels Desemparats de Barcelona (la procesión que, cada día de Todos los Santos, se dedicaba a recoger los cuerpos de los condenados para darles entierro), quisiera acudir a esta horca por su coste logístico, de esfuerzo y de tiempo, siendo frecuente la expresión «en la quinta horca» para transmitir sensación de lejanía.
Las cofradías de la misericordia |
Hoy tenemos la imagen de una cofradía como los nazarenos que acompañan en procesión a las vírgenes y los cristos que salen en Semana Santa, pero ya desde la Edad Media, ya existían este tipo de comitivas con las mismas liturgias y capirotes. Así, en todo el ceremonial en el que el condenado participaba del escarnio público (ya sea «Bòria avall», en la horca, en la hoguera o en el garrote vil), existía un grupo que, entre los jadeos del público sediento de sufrimiento ajeno, ofrecía consuelo y ayuda al reo. Eran las cofradías de la misericordia. Como indica el uso del plural, no existía una única cofradía. Principalmente eran dos: la Arxiconfraria de la Puríssima Sang del nostre Senyor Jesucrist, encargada de asistir espiritualmente al reo; y la confraria dels Desemparats, que como ya se ha mencionado, era la encargada de recoger los despojos del desdichado. Este trabajo caritativo no se limitaba al acompañamiento y posterior recogida de los restos del reo: una vez se conocía sentencia a muerte de algún delincuente, las cofradías salían a la calle a hacer sonar una campanilla como reclamo para la recogida de limosna. Con este dinero se sufragaban los gastos de entierro. Una «contrapartida» que tenía el hecho de pertenecer a alguna de las cofradías de misericordia era que te permitían asistir en primera fila al ajusticiamiento del reo. Algo que puede sonar como secundario pero que, recordamos, en una época en el que el mayor entretenimiento era escapar de la peste, se convertía en lo suficientemente codiciado como para que hubiera quien se introdujera en las cofradías con esta única finalidad. |
Creu Coberta
Es la cuarta zona de las míticas horcas barcelonesas, que al contrario que la quinta horca, se situó a una distancia más moderada de la entrada a la ciudad medieval a través del camino real de Madrid.
Este grupo de horcas estaban destinadas a aleccionar a quienes entraban a la ciudad por otro de los pasos más frecuentados: aquel que venía desde la capital del reino o desde villas cercanas como L’Hospitalet (cuyo nombre proviene precisamente de ser frecuente que allí se hospedaran quienes pensaban entrar a la ciudad al día siguiente), y fue toda una atracción para los vecinos del incipiente Hostafrancs
Al contrario que los vecinos de Pla de Palau, los de Hostafrancs estaban encantados con el espectáculo de las horcas. Sin un entretenimiento mejor, los ajusticiamientos públicos eran apreciados como todo un acontecimiento familiar, reuniendo a gran parte de los vecinos del ahora barrio de Sants.
Fue precisamente esa querencia por estos acontecimientos los que motivaron su traslado a la Ciutadella, ya que eran comunes los enfrentamientos entre las gentes de Hostafrancs, los familiares de los ajusticiados y bullangueros sin más produciéndose numerosas revueltas los días de ejecución.
El Canyet
Cuando hablamos de ejecuciones en la Edad Media… ¿No se nos viene a la cabeza otra forma de condena además de la horca?
Aunque en menor medida que en otros lugares, en Barcelona también se llevaron a cabo las ejecuciones mediante la hoguera. En concreto esta era el método favorito de ejecución de la Santa Inquisición, que tenía sus propias leyes y formas de impartir justicia.
Siendo la quema en hoguera una metodología que requería menos parafernalia que cualquier otra ejecución, el lugar favorito para ello era el Canyet: una zona de la Barcelona medieval a evitar por insalubre e impracticable, donde el fuego hacía más bien que mal, excepto obviamente a quien moría quemado por él.
El Canyet se encontraba en donde hoy localizamos el núcleo central de Poblenou, en torno a la parada de Llacuna. De hecho, el nombre «Llacuna» hace referencia amable a lo que era el Canyet: un fanguizal repleto de víboras, escorpiones e insectos que transmitían de todo menos confianza.
A este entorno de naturaleza hostil había que sumarle que, en una época en que los cementerios parroquiales estaban atestados, era aquí el lugar elegido para arrojar y quemar los cadáveres de todo aquel que no mereciera santo sepulcro. Y precisamente este ritual de llamas es lo que llamó la atención al Tribunal de la Santa Inquisición, que si ya el Canyet daba respeto como lugar de incineración de muertos, más lo daría si el que se quema es un vivo.
Gracias a esta cruel lógica, el Canyet se convirtió en el «campo aleccionador» de la moral católica de 1488 a 1766. Y gracias a esta tradición de traer los muertos al Poblenou, este fue el lugar elegido en 1775 para construir el primer cementerio de la ciudad: el cementerio de Poblenou.
Castell de Montjuïc
Y del cementerio del Este o cementerio de Poblenou, nos dirigimos a los alrededores del que fue su sucesor como campo santo municipal.
El castillo de Montjuïc es el recuerdo del espíritu independiente, indomable y, también, irreverente de la población barcelonina a lo largo de los siglos. En pocas ciudades se da el caso de tener dos enormes fortalezas con la única misión durante más de siglo y medio de mantener a raya a su población: Barcelona es, si no la única, una de ellas.
Si la infame Ciutadella de Felipe V ya resultaba una anomalía en pleno centro de la ciudad, ésta también se podía ver asediada desde una mayor altura con los cañones de Montjuïc, que no apuntaban al mar o a línea enemiga sino a la propia ciudad.
Un personaje histórico que quiso probar esta ilógica posición militar fue el general Espartero, autor de la proclama que «a Barcelona conviene bombardearla cada 50 años»
Pero dejando más allá las vidas que las bombas lanzadas desde Montjuïc se llevaron, lo que nos trae al castillo de Montjuïc en esta ruta de los condenados en Barcelona es lo que en su interior sucedía.
El castillo de Montjuïc es uno de los más trágicos lugares de memoria histórica de la ciudad, ya que durante gran parte del siglo XIX y XX, funcionó como cárcel militar. Y usados sus muros como lugar de fusilamiento.
En esos muros se dio muerte a dos ilustres de la historia catalana: Francesc Ferrer i Guardia en 1908 como «instigador» de la Setmana Tràgica (algo que desde el principio se demostró como falso); y el president Lluís Companys en 1940 por contrario a la dictadura franquista.
Muchos otros ciudadanos barceloneses perdieron la vida en este hoy idílico lugar, pero que durante siglos fue un lugar oscuro de tortura, odio e injusticia.
La Modelo
¿De dónde le viene este sugerente nombre a un lugar tan tétrico como resulta una cárcel? Precisamente el nombre de modelo dice mucho de la historia de los inicios de este penal, denominado así por ser todo un ejemplo de cómo se debían construir las cárceles, portando ese nombre por ser «modélica».
La cárcel La Modelo se finaliza en 1903, y tras 114 años en activo, deja de servir como prisión en 2017, ya asfixiada por la gentrificación de un Eixample esquerra en posición demasiado céntrica como para soportar una instalación de este tipo.
Y es que cuando se comenzó a construir a principios del XX, los terrenos de la Modelo se situaban en el extrarradio de la Barcelona ya burguesa, que demandaba un método de aprisionamiento menos medieval como resultaba aún la cárcel de la Reina Amalia o los anteriores intentos de Sant Pere de les Puel·les o Plaza del Rei.
Dicho y hecho: la Modelo no solo evitaba el hacinamiento y la masificación, común a lo largo de las décadas de historia de la prisión de la Reina Amalia, sino que mejoraba notablemente la vigilancia y el control de los presos.
En La Modelo se perfeccionó una metodología de construcción carcelaria en España que marcaría la forma en la que posteriormente se levantarían otras cárceles nacionales. Se trata del panóptico: un sistema de vigilancia en prisiones consistente en colocar las celdas alrededor de una torre, desde la cual se podía observar a los presos con una visión de 360º sin ser detectados por éstos.
La Modelo perfeccionó el concepto de panóptico haciendo que de la misma torre surgieran los pabellones formando un asterisco. Esta peculiar forma permitía que, estando la torre en el centro, la visión permitiera alcanzar una mayor amplitud y, por tanto, pudiéndose ampliar la capacidad.
Pero más allá de la proeza arquitectónica que le hizo merecedora de su nombre, La Modelo no era más que la escisión masculina de la cárcel de la Reina Amalia, de la que heredó sus prácticas, entre ellas como ya se ha mencionado, la del garrote vil.
Lo único de modélico que tuvo en este caso fue que, a partir del 1908 tal como también se ha mencionado, -para desgracia del verdugo Nicomedes Méndez-, las ejecuciones dejaron de ser públicas para hacerse en la privacidad de sus patios interiores.
Hecho que, si bien comenzaba a «humanizar» el castigo, no lo dejaba exento de crueldad, y menos de historias tan trágicas como las de Salvador Puig Antich y otros tantos encarcelados que no encontraron la redención entre sus paredes.
Preventorio de Les Corts
¿Cuál fue el destino de las mujeres que compartían penal con los hombres en la cárcel de la Reina Amalia? A la cárcel que marcaba la frontera entre Sant Antoni y el Raval aún le quedaban tres décadas de nefasto funcionamiento como cárcel exclusivamente de mujeres. Pero el destino que les deparaba a las reclusas no es que fuera mucho más esperanzador… La respuesta la encontramos nada más y nada menos que en el Corte Inglés de Reina Cristina.
No es que las internas se reinsertaran como dependientas de este popular centro comercial (que por entonces aún le quedaba apenas una década para fundarse en la calle Preciados de Madrid), sino que en los terrenos donde ahora la élite de Pedralbes hace sus compras, se encontraba la prisión femenina donde se recluyó a las presas de la cárcel de la ronda Sant Pau.
La prisión de mujeres de Les Corts se levantó sobre los terrenos del asilo del Bon Consell: una institución religiosa cuyas finalidad era «instruir y moralizar a jóvenes descarriadas», la cual también se hizo cargo de la reinserción de las presas, condenadas entre otras tareas a trabajar a destajo en su huerto.
La primera intención de este penal construido en 1936 (momento en el que se derribó Reina Amalia) fue el de evitar la masificación y las malas condiciones de la anterior. Loable criterio que tan solo se tardó tres años en incumplir.
Con una capacidad inicial para 100 presas, en 1938 ya se alcanzaban las 170. Pero mucho peor fueron las condiciones a las que se llegaron una vez la dictadura franquista tuvo pleno control de la cárcel. Así, a mediados de 1939 se contabilizaban cerca de dos mil reclusas encerradas, con más de cuarenta niños a su cargo. Además, se regresó a la práctica de los fusilamientos, siendo condenadas a ello solo entre 1939 y 1940 cerca de una decena de mujeres.
De las condiciones infrahumanas descritas de la cárcel franquista de Les Corts han dejado constancia numerosas presas, en su mayoría encerradas por cuestiones políticas como María Salvo, Isabel Vicente, Laia Berenguer, Teresa Hernández, Enriqueta Gallinat, Soledad Real, Tomasa Cuevas o Joaquina Dorado.
Al testimonio de todas ellas se suma desde 2019 un memorial en el cruce del carrer Europa con Joan Güell, donde se explica la nefasta historia de la cárcel de mujeres de Les Corts, además de marcarse el perímetro de los terrenos que la ocupaban.