Hoy el carrer Creu Coberta es un hervidero de gentes que la atraviesa a diario en busca de cualquier necesidad que pueda encontrar en su centenar de comercios, camino a dos puntos neurálgicos como son plaza de Sants o plaza de España, para realizar gestiones en la sede del distrito o para cualquier otra actividad cotidiana que la convierte en uno de los puntos con más vida vecinal de Barcelona.
Este carácter de punto de encuentro ya le viene dado desde sus comienzos, en plena Edad Media, cuando esta vía suponía el acceso principal a la ciudad amurallada desde Madrid. Es por ello por lo que siguiendo la tradición medieval, en este punto se encontraba una de las cruces de piedra que se debían situar a la entrada de los municipios para que los peregrinos se pudieran parar a rezar.
Estas cruces se alzaban en forma de templete (de ahí el término «coberta»), también llamadas cruz de término al servir de indicativo de dónde se situaba la frontera entre una población y otra (en este caso entre Barcelona y Santa María de Sants). Este carácter de punto visible para el visitante, se aprovechó posteriormente no solo para el rezo, si no también como advertencia… y es aquí donde comienza el aire macabro de la historia de Creu Coberta.
La Creu Coberta: cuando el «rotondismo» no era hortera sino gore
Hoy en día los cánones estéticos (y un poco el egocentrismo y los trapicheos de cada Ayuntamiento) dictan que a la entrada de una población, se alce una rotonda con un «bienvenidos a» o un monumento como seña de identidad del municipio en el que nos adentramos. El gusto de este hito o seña varía según la creatividad del grupo municipal a cargo o si nos encontramos en Murcia, donde esta tradición contemporánea se ha llevado a un nivel de horterismo de difícil alcance.
Esta tradición de dar la bienvenida al visitante viene de antiguo tal como hemos comentado con la inocente colocación de una cruz a la que rezarle, pero en una Barcelona donde se hacía de la condena a muerte todo un espectáculo, a algún regidor no tan cordial le debía parecer sosaina un bienvenidos tan católico.
¿Y si el que nos visita no es tan amable como nosotros? Es así como se decidió que el templete sirviera a su vez como horca, llevar allí a los reos condenados a muerte para ajusticiarlos y, ya de paso, dejarlos varios días a la intemperie para que sirviera de aviso a los maleantes que quisieran entrar en la ciudad con intenciones no tan cristianas.
Hoy en día algo así podría causarnos escándalo y protestas vecinales del tipo «no me pongas ahí un cadáver que después la ropa tendida me huele a muerto», pero lejos de esta realidad, para los vecinos de Sants que por entonces aún no tenían partidos de fútbol que ver, les parecía todo un espectáculo al que familias enteras acudían para apreciar cómo moría el ajusticiado.
Una práctica que estuvo en activo hasta el 28 de abril de 1832, cuando un decreto consideró cruel e innecesario este tipo de penas, sustituyéndolas por el garrote vil, mucho más digno para el reo al morir sentado… ¡ni punto de comparación!
La Creu Coberta, la cuarta de las «forcas»
Esta noble tradición de la horca (lo de noble no es casual, era una práctica que realizaban los señores en sus feudos para demostrar su poder y qué sucedía a quienes no cumplían la ley), tenía 5 puntos clave en Barcelona, coincidentes con las 5 entradas principales a la ciudad: Pla de Palau, -que era como «el Bernabeu» de las horcas, con toda una explanada dedicada a ello-, Portal de Sant Antoni, Pla de la Boquería, la de Creu Coberta y una última que actualmente podríamos situarla en Trinitat Vella, a la altura del parque entre el nudo circunvalatorio.
Curiosamente, esta última horca, dada su lejanía respecto al resto, dio forma a una expresión muy catalana: «és a la quinta forca», que es como en la lengua de Ramón Llull se traduce la expresión «está en el quinto pino».
Ese quinto pino castellano, concretamente se sitúa en el paseo del Prado (la expresión viene de que Felipe V, tan querido por estas lindes…, mandó plantar 5 pinos en el Prado, y los amantes que querían intimidad, quedaban en el último y más lejano para no ser vistos), y su homóloga horca catalana (mucho más bonita donde va a parar…), en Trinitat Vella.
Volviendo a la horca que nos ocupa, la de Creu Coberta, estuvo en activo hasta 1715, momento en el que la trasladaron junto a las restantes a la explanada de la Ciutadella. Este traslado fue motivado por las diferentes revueltas que los ajusticiamientos de este tipo comúnmente provocaban entre familiares de los reos, vecinos encantados con el espectáculo y bullangueros sin más.
Teniendo la ciudad como tenía, una plaza en la Ciutadella con los cañones constantemente apuntando a ella, las autoridades vieron oportuno trasladar este espectáculo a esa zona mucho más segura para evitar broncas (lo de abolir tan dantesco panorama ya si eso unos siglos más adelante).
Si por cualquier razón que se nos escapa al entendimiento, hoy quisiéramos rendir tributo a los ahorcados o rezar antes de dirigirnos a plaza Cataluña en la antigua Creu Coberta, tendríamos que situarnos en los terrenos entre el hotel Catalonia Plaza, el taller mecánico del carrer Princep Jordi y el C.C. Las Arenas, lo que antiguamente se denominaba como Coll dels Inforcats, ya que de la antigua cruz, que fue demolida por los liberales en 1823, no queda nada.
Lo más similar es una reproducción de una cruz de término que se encuentra de forma simbólica en la sede del distrito de Sants, pero sin templete ni nada que se le parezca.
Hostafrancs: a Sants se le ha «colado» un barrio
Tanto en la parte medieval de esta historia, como en la actualidad, nos referimos en todo momento a Creu Coberta como la vía de entrada a la villa / barrio / distrito de Sants. Si bien es verdad que mapa en mano, ya sea el s.XV o el XXI, la zona pertenece a Sants, debemos reparar que siendo más exactos deberíamos hablar de Hostafrancs, no solo por ser políticamente correctos con el nomenclátor barceloní, sino porque precisamente la naturaleza de este barrio no se concibe sin la existencia de la Creu Coberta.
Para conocer la historia del barrio hay una obviedad que poco deja a la imaginación, y no es otra que su nombre. Mientras para otros lugares como la propia Barcelona, su denominación da lugar a muchas conjeturas: que si la novena barca perdida de la expedición de Hércules (barci nona); que si el cartaginés Amílcar Barca pasó por aquí y ya de paso le dio por fundar la ciudad; que si los romanos se pusieron poetas y la llamaron Iulia Augusta Paterna Faventia Barcino (Barcino para los amigos)… Para Hostafrancs la literatura la dejaron para otro día.
Así, tanto el nombre del barrio como el motivo de su creación no es otro que el de existir una fonda (hostal) junto a la Creu Coberta que servía de hospedaje gratuito (de franc) a todos aquellos que se dirigían a Barcelona y, por encontrarse las murallas cerradas, no podían acceder hasta el día siguiente. A partir de este hostal, surgieron una serie de viviendas obreras, pequeñas tiendas y talleres y otros servicios que crecerían bajo la denominación de Hostafranchs.
La nomenclatura dada por el hecho de existir un lugar donde dar cobijo a los visitantes es común en Cataluña. Un ejemplo de ello es L’Hospitalet de Llobregat, cuyo nombre proviene de ser terrenos en los que se refugiaban caída la noche los que se dirigían a Barcelona.
Hay una teoría más pragmática que señala el nombre de Hostafrancs como el dado a la fonda por su dueño, Joan Corrades i Bosch que, siendo originario del pueblo de Hostafrancs del Sió (La Segarra, Lleida), quiso homenajear a su tierra nombrando así a su establecimiento fundado en 1840. Puede que suene más creíble por el hecho de que resulte extraño que exista en el s.XIX una especie de AirBnB por el que no se cobre, pero debemos reconocer que la historia así contada queda mucho más insulsa.
Fuera cual fuera el origen de la denominación de Hostafrancs, en lo que sí se está de acuerdo es en señalar este hostal como la piedra fundacional del barrio. La fonda sobrevivió como tal hasta 1928, momento en el que se convirtió en el cine Arenas: un espectacular espacio de 2000 butacas creado para uso, asombro y disfrute de quienes se acercaban a la entrada de la Exposición Mundial.
Pese a su éxito inicial, este cine fue cayendo en decadencia a medida que se iba reduciendo su aforo, hasta acabar en el fin de siglo con 287 butacas y reconvertido en cine gay. Terminó cerrando en 2015.
El Pou d’Hostafrancs: un legado oculto sin razón
Precisamente en el mismo lugar donde se encontraba la fonda que dio lugar al barrio de Hostafrancs, podemos encontrar en el recién pavimentado ramal que une Diputació con Creu Coberta un extraño círculo con forma parecida a una alcantarilla pero sin la clásica obertura que las distingue.
Se trata de la única pista que nos indica que allí se encuentra el Pou d’Hostafrancs: un depósito para 58.000 litros de agua que servía para abastecer al hostal fundacional del barrio, y que fue redescubierto durante las obras de apertura de la nueva vía en octubre de 2017.
Este pozo no solo destaca por ser vital para el funcionamiento del motor económico que impulsó el barrio, sino por su rica decoración interior con azulejos cerámicos policromados, probablemente realizados por los artesanos de los azulejos que proliferaban en Hostafrancs a mediados del s. XIX, fecha en la que se data el pozo.
Pese a la importancia dentro de la historia de su barrio, sus reminiscencias culturales y su belleza, el pozo de Hostafrancs se encuentra a día de hoy cegado, sin tan siquiera una placa o señalización y rellenado de gravilla para evitar desprendimientos, a la espera de que alguien lo recuerde y lo recupere para la alegría y orgullo de sus vecinos.
La Creu Coberta de hoy día: el mayor eje comercial de Europa sin cruces ni horcas
La Creu Coberta ha sabido aprovecharse excelentemente de su posición como lugar de paso hacia el centro hasta el punto que no ha hecho necesario a ninguno de sus vecinos que tengan que acudir a él. Así, el antiguo Camino Real a Madrid (llegó a recibir esta denominación, así como el de Camino a Sant Antoni) ha seguido el paso contrario al de su localización y ha conseguido independizarse (al menos comercialmente) del centro de Barcelona.
Tal es la riqueza comercial de la zona que, junto al eje carrer de Sants (cuya unión a la altura del carrer de Joanot Martorell es imperceptible), conforman la vía comercial más amplia de Europa gracias a sus 4 kilómetros de distancia y sus más de 800 comercios (por este título también puja Lleida y su eix comercial, pero sus 3,5 km y 450 tiendas la dejan en desventaja). Entre ellos destacan los del Mercado de Hostafrancs, cuyo edificio del arquitecto modernista Antoni Rovira i Trias (quien casi se hace cargo del proyecto del Eixample), es todo un símbolo del barrio y merecedor de un artículo aparte.