Entender a Miró es entender gran parte del arte contemporáneo del s.XX. Y decimos entender porque sus obras son cuestionadas en más de una, dos y tres ocasiones, acusada de la inculta mirada de quienes no ven más que infantiles formas. La ruta Miró pretende dar solución a esa visión opaca, explicando las múltiples obras que el barceloní legó a la ciudad.
Obras que, si bien entendiendo su significado, ganan enteros, no necesitan de un máster en historia del arte para poder disfrutarlas. ¿Quién no se ha parado frente al mosaico de Ramblas y ha disfrutado del icónico pavimento del Pla de l’Os?
Así, la ruta Miró está diseñada tanto para quienes quieren acercarse a la producción del artista, como para quienes quieren dar un paseo repleto de curiosidades, como que en el parque que le homenajea desde 1984, el bueno de Miró colocó un enorme falo y una vagina para dar la bienvenida a quienes cruzaban en coche la ciudad.
Ruta Miró en Barcelona: un universo propio para un artista impropio
Entiéndase impropio como un artista que se sale de la norma. Si bien es verdad que Miró convivió plenamente con las vanguardias, lo cual permitía que su arte fuera más comprendido gracias al contexto artístico, no lo podemos comparar con Picasso, que aunque con estilo propio, no solía repetir sus esquemas creativos hasta convertirlos en lenguaje, como sí hizo Miró.
Menos aún lo podemos comparar con Dalí, de nulo compromiso político y social, y más preocupado por hacer caja que por producir su arte. Se dice de Joan Miró que sus rutinas férreas de creación artística eran enfermizas, llegando a cuadricular la jornada milímetro a milímetro, lo cual beneficiaba a su extenso catálogo. De Dalí, que le gustaba más un evento de alto copete que un animal disecado, por no hablar de sus simpatías hacia la dictadura y el fascismo.
Catálogo, el de Miró, que no era azaroso, y en el que defendía cada línea dotándola de un significado que nos permite explicarla sin elucubraciones, tal como el autor lo expresó.
Para quienes le acusaban por ello, de trazos sencillos, tenía una contundente respuesta, con la que también justificaba sus cuadriculadas rutinas:
«Naturalmente, no he necesitado más que un instante para trazar con el pincel esta línea. Pero he necesitado meses, quizá años de reflexión para concebirla»
Joan Miró
Y ahora que hemos introducido a la persona, vayamos a por el personaje. ¡Bienvenidos a la Ruta Miró en Barcelona!
[Pulsando sobre cada marcador azul (el marcador, no la letra) obtendrás un resumen sobre cada parada y enlaces a artículos explicativos]
Inicio: Fundació Miró (L3 – Funicular de Montjuïc)
Final: Pla de l’Os (L3)
Duración: 2 horas (6,4 km.)
11 paradas (4 más fuera de ruta)
Fundació Miró
¿Qué mejor manera de entender a este autor imprescindible del arte contemporáneo que hacerlo en su propia fundación? Y decimos propia fundación porque no estamos ante un museo creado para rendir tributo a un artista, sino un museo creado por el propio artista, bajo sus propias reglas y bajo el criterio de hacer comprender su arte.
La Fundació Miró surge en la década de los 70, culminándose casi como por justicia divina, en 1975, cuando acabó la dictadura de Franco. Es fruto del propio Miró, que cedió toda su obra particular con el interés no solo de exponerla, sino tal como hemos estado insistiendo, de hacerla entender.
Así, la Fundació Miró se diferencia de otras salas expositivas (que estaban viviendo su boom en esta misma década, gracias a la apertura al turismo extranjero) como el Museu Picasso en que su concepción no es simplemente exponer, sino educar.
Para ello, tuvo una vital importancia el edificio creado para la fundación Miró por el arquitecto Josep Lluís Sert. Pese a que se ofreció a Miró un palacio de la calle Montcada, tal como se había hecho con Picasso en 1963, éste lo rechazó, solicitando unos terrenos propios donde construir desde cero su espacio museístico.
Para ello ya contaba con la ayuda de Sert, que eras amigo personal del pintor, quien le consiguió a través del Ayuntamiento el terreno de Montjuïc junto a los recientes parques que se estaban creando (Cinto Verdaguer, Joan Brossa y Costa i Llobera).
Curiosamente, Sert diseñó y ejecutó la Fundació, pero en primera instancia no pudo firmar el proyecto debido a que estaba inhabilitado por la dictadura, dado su expresa tendencia republicana, la cual compartía con Miró.
Eso no le impidió construir un edificio que seguía los valores de la pintura de Miró, a medida de la colección que iba a albergar. Así, nos encontramos con un edificio contemporáneo, pero con aires plenamente mediterráneos como se aprecia en el blanco, en el uso funcional de las terrazas, el gusto por los patios acristalados, la presencia de elementos arquitectónicos propios como la volta catalana (presente en el friso de entrada) y la integración de la naturaleza dentro de toda la construcción.
¿Y qué nos podemos encontrar en su interior? La Fundació Miró nace para salvaguardar la extensa obra de un pintor que trabajaba del orden de 12 horas al día meticulosamente y rutinariamente en sus creaciones, por lo que podemos encontrar desde bocetos, hasta todo tipo de obra mironiana: pintura, escultura, tapices, etc.
Básicamente Miró lo que hizo fue, a falta de un cuartillo, almacén o espacio para depositar sus obras, cederlas a cambio de un museo propio. Es así como llegan a la Fundació Miró más de 104.000 piezas, destacando la totalidad de dibujos preparatorios, con más de 8.000 referencias.
Además de las obras de Miró, también podemos encontrar la de otros artistas de las vanguardias como Marcel Duchamp, Max Ernst, Claes Oldenburg, Antonio Saura, Yves Tanguy, Antoni Tàpies o Alexander Calder.
De éste último, amigo personal de Miró, destacan dos piezas: la escultura 4 alas, a la entrada de la Fundación y bien visible desde la avinguda Miramar gracias al rojo característico de las esculturas de Calder; y la Fuente de Mercurio, única en el mundo y que estuvo expuesta en el Pavelló de la República en 1937 junto con el emblemático Aidez l’Espagne del propio Miró y el, no menos icónico, Gernika.
Mural per a IBM
Del corazón de la montaña de Montjuïc nos desplazamos a su puerta de entrada: el MNAC, que al igual que la Fundació, también nos sirve de iniciación a la obra mironiana.
En un lugar tan espectacular como su primera planta, en la sala de la cúpula y con unas notables vistas de la ciudad, nos encontramos con un mural cerámico realizado en 1978 para la empresa informática IBM, que acabó en el MNAC en 2013.
Previamente, este mural se encontraba en el hall de entrada al edificio de oficinas que la multinacional estadounidense abrió en plena transición en la Vía Augusta, y que fueron vendidas a la Generalitat en 1994, convirtiéndose en la sede del Departamento de Enseñanza.
De cómo el mural de la IBM llega al MNAC se debe a una operación inmobiliaria mediante la cual la Generalitat se desprendió de 13 de sus sedes en Barcelona en 2013, vendiéndolas a la aseguradora AXA. Dentro de este acuerdo no se incluyó el mosaico Miró, por lo que ese mismo año se pudo trasladar al MNAC, donde hoy se exhibe con el nombre del promotor inicial: IBM.
En las oficinas de AXA se puede apreciar una réplica del original, que curiosamente está desprovisto de todo tipo de decoración en su parte inferior, claramente dividida por una línea.
Esta división proviene de un desacuerdo de Miró con IBM, ya que el artista pretendía que su obra ocupara una parte central del hall de entrada, donde pudiera ser visto por todos los visitantes al edificio. Al enterarse que su obra sería el telón de fondo de la mesa de recepción, rehusó decorar la parte que quedaría tapada por los recepcionistas.
Dona i Ocell
La visita inicial a la Fundació Miró y al MNAC nos ha servido para un contacto pleno con la obra del artista. Si nos atrae el arte contemporáneo, podremos entender cómo la simbología de Miró suele girar sobre conceptos como la mujer, el universo y la naturaleza (en especial, las aves).
Si por el contrario somos incapaces de ver en sus trazos una simbología o significado, al menos reconoceremos que hace un uso «bonito» de los colores y que sus obras se integran en espacios donde quedan bastante bien. Es mucho reducir el impacto de la obra de Miró, pero tampoco podemos pedir un máster en historia del arte a todo el que se acerca a ella.
Ambas características, la simbólica y la simplista, convergen en la siguiente parada de la ruta Miró en Barcelona, para la cual solo debemos abandonar el recinto de Montjuïc por su espectacular puerta de entrada, los jardines de María Cristina, y dirigirnos a la antigua plaza de toros de Las Arenas, en cuya trasera encontramos un llamativo «monolito» en pleno parque.
Ese «monolito» es una de las tres obras que Miró regaló a la ciudad de Barcelona. Una triada que tenía como finalidad recibir al visitante por mar, tierra y aire. En este caso, Dona i Ocell, es la encargada de dar la bienvenida por tierra.
Por esta razón, en un principio se concibió para estar situada cerca del Parc Cervantes, a la entrada de Barcelona a través de la Diagonal, pero la reurbanización del carrer Tarragona y la reconversión en parque del antiguo matadero de la ciudad, hizo que esta localización sirviera igualmente para la bienvenida terrestre, a la par que se sumaba un homenaje al propio pintor.
¿Y qué simboliza este «monolito» llamado «Mujer y Pájaro»? La explicación más concreta la encontraréis en el artículo sobre Dona i Ocell, pero así a grandes rasgos y sin dar muchos rodeos, estamos ante un falo de 22 metros al que se le ha incrustado una vagina. Tal cual.
No es ninguna interpretación personal, ni alegórica siguiendo trazos, estilos, etc. Es una interpretación del propio Miró, que quiso que su bienvenida terrestre se asemejara a la típica de las vías romanas, donde se colocaba un falo erecto a la entrada de las ciudades, para desear salud y fuerza.
Y como la entrada es la de Barcelona, culminó la obra usando el trencadís gaudiniano, como su homenaje personal al arquitecto más célebre del modernismo patrio.
Parc de Joan Miró
No hace falta seguir ninguna indicación para la siguiente parada, puesto que Dona i Ocell se encuentra sobre ella.
Se trata del parc de l’Escorxador, creado en los 80 sobre los antiguos terrenos del matadero municipal, y que desde 1984 lleva el nombre de Joan Miró.
Es esta la razón por la que finalmente Dona i Ocell no acabó en la Diagonal. Dada su monumentalidad y con el proyecto del parque ya sobre la mesa, el Ayuntamiento con muy buen criterio decidió que sería un buen reclamo para el nuevo jardín urbano, así como servir para dar la bienvenida desde la cercana estación de Sants.
De esta forma y con un estanque y ornamentación a su altura, Dona i Ocell fue «la primera piedra» del parc de l’Escorxador, que acabaría llamándose oficialmente como Parc Miró el 13 de enero de 1984, solo 19 días después de su fallecimiento.
Al bueno de Miró aún le quedaba un segundo homenaje en estos terrenos: la biblioteca Joan Miró, que cierra el ala Besòs del parque sobre un estanque.
Como curiosidad sobre esta zona verde de la Esquerra de l’Eixample, el Parc Miró se disputa con el Parc de la Pegaso y los jardines de Can Sabaté el título de primer parque construido en la ciudad en Democracia, después de los años oscuros de dictadura y porciolismo donde lo verde brillaba por su ausencia.
Colegio Miró
Que lleve el nombre de este reconocido pintor no haría merecedor de parada en la ruta Miró en Barcelona, -que pretende repasar su obra-, a un colegio sin más. Pero el colegio Miró no solo lleva la imprenta del artista en su denominación, sino también podemos encontrarnos con una reproducción de su mosaico más famoso, el del Pla de l’Os, a la entrada en el carrer Diputació.
Este humilde homenaje fue realizado por los propios alumnos del centro, diferenciándose del original en que este no está realizado pieza por pieza, sino directamente pintado en el pavimento.
Una forma creativa de acercar a los vecinos de la Esquerra de L’Eixample la obra de Miró en el que supone el triángulo en Barcelona de sus homenajes, dando nombre también al Centro Deportivo Municipal que se encuentra junto al colegio.
Homenaje al 50º aniversario del restaurante Orotava
Aprovechamos la reciente y celebrada peatonalización del carrer Consell de Cent para abordarlo tras el colegio Miró y recorrerlo en cómoda línea recta hasta su confluencia con la Rambla de Catalunya.
Concretamente en el 335 de Consell de Cent encontramos expuesto en la fachada un azulejo mironiano, en el lugar hasta 2005 se encontraba el restaurante Orotava.
Este restaurante, fundado en 1929, fue uno de esos lugares de Barcelona dignos de tomar el relevo a Els Quatre Gats como espacio de encuentro y tertulia de artistas, y como tal, fue muy frecuentado por Miró desde sus inicios.
Tal era la devoción que tenía Miró por este lugar que llegó a entablar amistad con su dueño, quien era un apasionado del arte y valoraba notablemente las visitas del pintor.
Como resultado de esta amistad, Miró, a sus 86 años, regaló al restaurante el azulejo que conmemora el 50º aniversario de su fundación, en 1979. Una etapa, la final de su vida, en la que el artista fue bastante generoso con su obra, tal como hemos podido ver en la triada que donó a la ciudad.
Hotel Ritz – El Palace
Para la siguiente parada no tenemos más que bajar dos calles hacia Gran Vía y recorrerla lado Besòs unas 3 manzanas, al poco de cruzar Passeig de Gràcia y encontrarnos con el carrer Roger de Lluria.
En uno de sus chaflanes, de forma muy llamativa, encontramos el antiguo hotel Ritz, hoy El Palace. Uno de los más exclusivos que el pintor frecuentaba en Barcelona, tanto como para hospedarse, como para asistir a sus exclusivas tertulias.
Este hecho y el ser uno de los más ilustres artistas de la ciudad, motivó que, en 2017 con motivo de una ambiciosa reforma, El Palace (que dejó de llamarse Ritz por una torpeza de sus dueños que se explica en el artículo sobre este hotel y la historia del turismo en la ciudad), se le dedicara a Miró una de las suites más exclusivas.
En esta reforma se crearon 6 suites exclusivas, dedicadas cada una a una de las artes (quedando únicamente fuera el cine), llevándose Miró curiosamente la titularidad de la dedicada a la escultura, ya que la de la pintura se reservó para Dalí.
COAC
A través de la cercana plaza Urquinaona abordamos Ciutat Vella hacia la plaza Nova, frente a la Catedral. Allí nos espera el edificio del COAC: el colegio de arquitectos de Catalunya.
Un edificio tremendamente rupturista con su clásico entorno (y muy criticado por ello) al que, sin embargo, le debemos varios hitos artísticos, destacando sobre manera su friso, realizado por el mismísimo Picasso.
Pese a que lo realizó (el diseño) el artista malagueño, sin la figura de Miró no sería posible que lo apreciáramos a día de hoy, ya que para convencerlo Xavier Busquets, -arquitecto encargado del diseño del edificio-, le tendió una pequeña trampa a Picasso, indicándole en una conversación coloquial que el encargo sería para Miró. El malagueño, herido en su orgullo, no dudó en ofrecerse a sí mismo para decorar los frisos, dejando a Miró totalmente fuera del proyecto.
Pero no es esta la principal razón por la que pararnos frente al COAC. Ya no podemos apreciarla por su carácter efímero, pero en las cristaleras bajo el friso, en 1970, tanto Miró como artistas afines, crearon obras en homenaje a sí mismo.
Cada cristalera estaba pintada con un color de los habituales de Miró: el negro, el azul, el rojo y el amarillo. Pinturas que se hicieron con motivo de la inauguración de una muestra retrospectiva del pintor, y que el propio Miró realizó su mural (el dedicado al color negro) con una escoba en directo.
Esta muestra era la respuesta (o más bien, contraataque) a la que le dedicó el régimen franquista un año antes, en 1969, en el Hospital de la Santa Creu. Miró, que era un acérrimo opositor a la dictadura, no vio con buenos ojos que la primera muestra que realizaba en la ciudad en cincuenta años, fuera organizada por franquistas.
Es por ello por lo que, un año más tarde, contraprogramó su propia exposición con ésta en colaboración con el COAC. Al terminar la muestra, el propio Miró se encargo, con ayuda de las limpiadoras del centro, de, a golpe de disolvente y cepillo, destruir los murales creados unos meses antes en esas cristaleras que hoy nos dejan ver el interior del edificio.
Escultura Dona, Casa de la Ciutat
Para la siguiente parada solo tenemos que bajar el carrer del Bisbe, que a través de su emblemático puente gótico, nos lleva a la plaza Sant Jaume, donde se encuentra el Ayuntamiento de la ciudad.
Tan pronto como nada más entrar en la también llamada Casa de la Ciutat, nos encontramos con una de las esculturas antropomórficas características de Miró, que regaló a Barcelona en 1981 en conmemoración a su cercano 90º cumpleaños.
La escultura Dona cuenta con los elementos típicos del universo mironiano: la perforación o cavidad frontal que simula una vagina (y por la cual la escultura recibe este genérico nombre), los trazos curvos, los cuerpos separados en dos piezas… De hecho, presenta muchas similitudes con la que nos da la bienvenida a su fundación.
Pasaje del Crédito
Llegamos a uno de los puntos clave de esta ruta Miró en Barcelona: la casa natal del artista.
Joan Miró nació un 20 de abril de 1893 a pocos metros de la plaza Sant Jaume, en el ecléctico pasaje del Crédito, denominado así por construirse sobre los terrenos liberados del antiguo convento de la Esperanza, donde la Societat Catalana General del Crèdit promovió la construcción de vivienda.
El pasaje del crédito es otro más de los múltiples pasajes que se construyeron, sobre todo, en la segunda mitad del s.XIX, siendo una solución higienista y práctica para «desatascar» el denso entramado de calles de planificación medieval que poblaban Ciutat Vella.
Volviendo a lo que nos ocupa, la ruta Miró en Barcelona, en el número 4 de este pasaje nació el pintor y, años más tarde, tuvo su taller, en lo que hoy es el hotel Rialto.
Dos placas nos recuerdan este hecho: una primera a la izquierda de la puerta de entrada, en la que se da cuenta del nacimiento de Miró al momento de cumplirse los 75 años de la efeméride, en 1968; y una segunda a la derecha, colocada cuando Miró cumplió 90 años en 1983.
Pla de l’Os: paviment Miró
Esta ruta Miró la cerramos por todo lo alto en el que es, probablemente, si no el más reconocido, sí el más transitado de sus obras urbanas en la ciudad.
Se trata del paviment Miró, también llamado mosaico Miró, que decora la parte central de las Ramblas. Un lugar por donde se calcula pasan a diario del orden de 200.000 – 300.000 personas.
Y más que pasar, podríamos decir pisar, ya que para la segunda de las obras que Miró regaló a la ciudad para recibir a sus visitantes (la correspondiente al mar, por su cercanía con el puerto), concibió un pavimento creado expresamente para ser pisado. De ahí a que, por expreso deseo de Miró, no esté recubierto con ningún tipo de protección.
De forma similar a Dona i Ocell, representa un hito toponímico: el mojón o indicación con la que se indica a los viajeros en qué punto kilométrico de la vía que recorren se encuentran. De ahí la forma de círculo cerrado, dentro del cual se dibuja una flecha y varios círculos.
Las teselas del mosaico no están pintadas, sino que cada color es fruto de una mezcla de cemento blanco con piezas de vidrio molido de colores, realizadas por el habitual colaborador de Miró para sus obras: el ceramista Gardy Artigas y los talleres Escofet.
Ruta Miró: otros puntos de interés del universo personal del artista
Los puntos clave de la ruta Miró en Barcelona nos ha permitido hacer un recorrido, más o menos cómodo, desde su Fundación hasta quizás, la obra más emblemática de las creadas para la ciudad por el artista. Pero aún podemos apreciar otras obras o influencias de Miró en Barcelona en puntos bastante alejados entre sí o, curiosamente, casi en cada calle donde se sitúe un cajero.
Mural Miró del Aeropuerto de Barcelona
Es la obra seminal de la triada que Miró regaló a la ciudad. Se realiza por encargo directo del Ayuntamiento en 1968 para recibir a los visitantes de la ciudad desde el aeropuerto, en un tiempo en el que Barcelona comenzaba a abrirse tímidamente al turismo y se necesitaba una imagen de contemporaneidad en contraposición con lo oscuro de la dictadura de Franco.
Miró no solo aceptó el encargo, sino que amplió sus horizontes comprometiéndose a realizar otras dos piezas (el paviment Miró y Dona i Ocell) para recibir a los visitantes de tierra y mar.
Esta no solo fue una de las grandilocuencias con las que respondió este indescriptible artista a la propuesta inicial: en un principio, el mural del aeropuerto estaba concebido para realizarse en el interior de éste, en el hall ocupando un trozo de pared, pero Miró, metódico de principio a fin, paseando por las instalaciones no encontraba el lugar adecuado para ello.
Lo encontró al preguntar a los responsables del encargo si había otro lugar disponible en las inmediaciones para la obra, ya que no veía el ángulo adecuado para que se apreciara en su interior. Es así como se encontró el lienzo perfecto en su exterior, en una enorme pared sin más función que la de muro de carga.
Lejos de aprovechar un trozo de ésta, el grandilocuente artista quiso ocupar el muro en su totalidad. Es así como en 1970 se inaugura en la, por entonces única terminal del aeropuerto de Barcelona (hoy, T2), un mural de 50 metros de longitud compuesto por 4.865 azulejos de gres cerámico.
Mosaico Miró de Sant Andreu
De una punta de la ciudad a la otra. En la antigua villa de Sant Andreu, en la parte media de su carrer major, encontramos una de las obras de Miró más extrañas. Tan extraña como que no es de su autoría.
¿Se puede tener un Miró sin que lo haga Miró? Esto se debieron preguntar desde el ayuntamiento y el distrito de Sant Andreu en 1994, cuando como homenaje al décimo aniversario de su fallecimiento, con la colaboración de los niños y niñas del barrio, realizaron un mosaico tal como hiciera el pintor en el Pla de l’Os.
Así, a pesar de no ser de su autoría, podemos observar un mosaico que lo homenajea en plena plaza de la Pomera, y que ciertamente respeta y sigue los trazos y la simbología tan característica de Miró como para que, quienes no conozcan su autoría, crean estar ante una auténtica obra del artista.
La Estrella de La Caixa
Aunque podemos verla en todo su esplendor girando en las torres homónimas que Cordech les diseñó en 1981, el logotipo del banco por excelencia de la ciudad lo encontramos en cualquier calle en la que haya un cajero, una sucursal o una marquesina donde anunciarla.
Por esta razón, seguramente sea la obra de Miró más reproducida y admirada. El logo de La Caixa sin embargo no es un logo realizado exclusivamente para la banca catalana: forma parte de una obra mayor de la cual se extrajo este elemento tan característico de Miró.
Esta obra mayor es un tapiz, encargado por la propia entidad bancaria, que desde entonces pertenece a la Fundació La Caixa, y en cuya esquina superior izquierda se encuentra la característica estrella azul que finalmente se adoptó como logo.
Museu Picasso
El 21 de octubre de 2023, esta colección de obras del artista malagueño se convirtió en una histórica parada dentro de la ruta Miró en Barcelona gracias a la inauguración de la exposición conjunta que aunaba las obras de ambos.
Amigos durante décadas, Miró y Picasso se inspiraron mutuamente y realizaron obras basándose en la del otro. Ambos son considerados como maestros de las artes de vanguardia: Picasso como creador del cubismo y como el artista más relevante e influyente del s. XX, y Miró como genio de la abstracción y creador de un lenguaje único.
Pese a las similitudes y al vínculo que ambos tienen con la ciudad de Barcelona, esta exposición es la primera que aúna las obras de ambos y las contextualiza, pudiéndose observar obras de Miró con Picasso como protagonista / influencia en el Museu Picasso; y obras de Picasso con un lenguaje cercano al de Miró y con el artista catalán presente, en la Fundació Miró.
Un broche de oro para un total de 15 lugares de relevancia no solo para quienes aman el arte y, sobre todo, las vanguardias, sino también para aquellos que aprecian aquello que es bello tras una debida explicación y un correcto contexto: algo de lo que Miró era absoluto genio.