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Historias desconocidas de Barcelona

Historia del Eixample: el barrio que creó la nueva Barcelona

La historia del Eixample va mucho más allá del plan Cerdà por el cual se construyeron 7,46 km² de impecable cuadrícula: la historia del Eixample es la de la consecución de Barcelona como gran metrópoli, haciendo posible que hoy la ciudad tenga el tamaño y los barrios que tiene. Mapa que, sin el Eixample, hubiese sido imposible.

Hablar de la historia del Eixample es hablar del, probablemente, barrio más icónico de la ciudad. Un barrio que no solo cuadriculó su plano, sino que sirvió para cohesionar una ciudad que crecía no a base solo de construcciones, sino de absorciones. Nada más y nada menos que de nueve villas en apenas cinco décadas.

Estas absorciones (Sants, Gràcia, Sant Andreu, Sant Martí, Les Corts a finales del s.XIX y Horta – Guinardó, Sarrià – Sant Gervasi a principios del XX) no hubiesen sido posible de no haberse alcanzado sus fronteras con un proyecto integrador: el del plan Cerdà.

Es así como se inicia la historia del Eixample: una historia profundamente ligada a la de los dos últimos siglos de Barcelona y que permitió que en este relativamente corto periodo de tiempo, la ciudad pasara de una población comparable a la de la actual Santa Coloma de Gramanet (110.000 habitantes) al millón y medio actual.

Historia del Eixample: un barrio «higienico» que escondía el deseo de una gran metrópoli

Las grandes ciudades tienen dos formas de crecer: o bien de forma orgánica, construyéndose alrededor del casco histórico a medida que las necesidades y la población aumenta hasta alcanzar los límites municipales; o bien mediante adhesiones, absorbiendo localidades de menor tamaño o con menor identidad o poder político a medida que se alcanzan sus fronteras.

El caso de Barcelona es bien sabido que ha llegado a los 1.636.193 habitantes del censo de 2022 a base de una política de ir anexionándose las villas que iba alcanzando uno de sus barrios (ahora distrito) más icónicos: l’Eixample. Así, la Barcelona metropolitana jamás hubiera sido posible sin el proyecto de Cerdà, y su creación va profundamente ligada a la historia del Eixample.

De hecho, la Barcelona pre-Eixample era una pujante ciudad, pero nimia comparada con otras metrópolis. En 1842, hace solo casi dos siglos, Barcelona contaba con apenas 120.000 habitantes, mientas que París contaba por entonces con 700.000, Milán y Madrid con 200.000, e incluso otras ciudades españolas le hacían sombra como Valencia (150.000) o en menor medida Sevilla (110.000).

No fue hasta 1841 cuando se empieza a dibujar la Barcelona que nos llevaría a la configuración actual, gracias al singular proyecto denominado sutilmente como «Abajo las Murallas«. En este proyecto, el médico e higienista Pere Felip Monlau, defendía… ¿a qué no sabéis qué? Pues efectivamente que las murallas medievales debían demolerse y, sin ellas, hacer crecer la ciudad más allá de la encorsetada Ciutat Vella.

La muralla medieval a su paso por Drassanes. El derribo de las murallas fue clave para la historia del Eixample
Hoy en día, la demolición de elementos históricos sería ampliamente criticado, pero en el s. XIX fue clave para poder ampliar calles y romper con el hacinamiento de la población que se encontraba en su interior.

Las razones de tirar abajo las murallas eran meramente higienistas. Con la población hacinada, era común que enfermedades como el cólera, la fiebre amarilla o la peste camparan a sus anchas a través de calles poco ventiladas, apenas limpiadas y con tanta densidad.

Sin embargo, el gesto higiénico de dejar que el aire traspasara las murallas, tuvo como consecuencia que, de pronto, Barcelona contara con amplios terrenos con los que expandirse. Algo que sucedió en 1856 cuando el derribo se hizo efectivo.

Con los terrenos del pla de Barcelona vírgenes, el Ayuntamiento tuvo a bien organizar el territorio y no dejar que, como había sucedido intramuros, la falta de un plan urbanístico creara un caos de callejones estrechos, zonas densificadas y, en definitiva, que fuera peor el remedio que la enfermedad. Es así como surge el concurso que daría en 1860 comienzo a la historia del Eixample.

El plan Cerdà: un urbanismo único que escondía un singular caballo de Troya

Hoy en día difícilmente alguien encuentre peros, urbanísticamente hablando, al diseño de la cuadrícula de Cerdà. Al menos al plan original, que se acabó pervirtiendo a merced de la presión y especulación urbanística.

El plan Cerdà es alabado e imitado incluso internacionalmente. A día de hoy nos puede parecer simple, e incluso carente de singularidad, que alguien divida el territorio en cuadrículas. Sin embargo, en la Europa que se expandía de sus calles medievales sin ton ni son, que se decidieran crear espacios en el que la vivienda y los comercios, convivían con amplias avenidas, zonas ajardinadas y lugares de ocio, era toda una rara avis donde, ya por entonces, lo importante era construir sin importar cuánto se ocupaba.

Carrer de la Anisadeta, en el Born
El trazado urbanístico medieval dictaba el máximo aprovechamiento del espacio disponible, creando incluso viviendas encima de las propias calles

De hecho, en la época pre-Eixample, el concepto parque urbano no existía. Algo tan necesario y lógico a día de hoy como que contemos con espacios verdes dentro de las ciudades, no era ni lo común, ni lo natural. ¿Para qué destinar un espacio para un jardín público si se podía poner una fábrica en ese mismo terreno?

El primer parque de Barcelona no llegó hasta 1872, cuando se decidió que la maldecida Ciutadella de Felipe V se convirtiera en un gran jardín

Es por ello por lo que el Eixample de Cerdà llamó tanto la atención, por incluir conceptos como «interior d’illa» ajardinado, aceras de 12 metros de amplitud, limitación de altura por igual en todos los edificios… Un sueño para una ciudad cuyas calles eran tan estrechas que apenas les tocaba el sol.

¿Maravilló a todos por igual el proyecto de Cerdà? Realmente no. El de Cerdà era revolucionario, pero no era visto con buenos ojos por una Barcelona de mayoría burguesa, que se llevaba las manos a la cabeza con ideales como «igualdad de alturas, misma disposición de espacio y clases sociales, etc.».

Es por ello por el que el proyecto que ganó el concurso convocado en 1860 no fue el de Cerdà, sino el de Rovira i Trías, arquitecto y urbanista municipal que planteó una distribución radial, similar a la que París implantó en torno a su Arco del Triunfo. ¿Por qué finalmente se llevó a cabo el plan Cerdà si el que ganó fue el de Rovira i Trias? Porque Madrid así lo quiso.

¿Madrid decidiendo lo que pasa en Cataluña? Nada nuevo bajo el sol

Es un mantra que suena a tópico, pero que como éstos, tienen su base en algo real. No nos tenemos que remitir a los encendidos y populistas discursos de Ayuso de la década del 2020: ya en plenos siglo XIX, las disputas por «quién la tiene más grande» entre Barcelona y Madrid ya eran comunes, con cierta predilección a que la balanza se inclinara hacia la céntrica villa.

¿Y qué intereses podría tener Madrid en que Barcelona eligiese un proyecto urbanístico frente a otro? Por una máxima que, como veremos más adelante, se repetiría también durante el s. XX: que Barcelona no cogiera la delantera demográficamente a la capital.

Si bien el proyecto de Cerdà era, urbanísticamente, mucho más interesante, integrador y, a pesar que no se culminaría hasta varias décadas después, ya incluía la intención de integrar villas como Gràcia, Sant Martí o Sants a la gran ciudad, el de Rovira i Trías gustó más tanto estéticamente, como a niveles prácticos para la población más pujante de la época y, por tanto, la más poderosa: la burguesía.

El proyecto de Rovira i Trías contemplaba diferentes divisiones: una parte noble, más cercana al centro y a espacios abiertos y monumentales, y una parte obrera, separada del resto por las vías de un ferrocarril circunvalatorio que también servía de frontera urbana con el resto de villas.

Por otra parte, el Eixample de Rovira i Trías permitía que, a medida que su trazado se alejaba del centro (la aún inexistente por entonces Plaza Cataluña), los edificios se densificaran, aumentando tanto el terreno edificable como la población de estos barrios. Es decir, Rovira i Trías planteaba explícitamente la creación de suburbios.

Esto último fue clave para que, desde Madrid, impusieran el modelo de Cerdà. No es que Madrid se preocupara por el hacinamiento de los obreros catalanes: es que ante una Barcelona que ya rebasaba el medio millón de habitantes por aquel entonces, que se permitiera la creación de amplios barrios donde acoger aún más mano de obra, amenazaba a la hegemonía capitalina.

El proyecto del Eixample consistía en ocupar un terreno 20 veces mayor que Ciutat Vella. De ahí la preocupación madrileña por ver cómo, demográficamente, se iba a desarrollar el plan

Esta obsesión madrileña por dejar clara la segunda posición de Barcelona dentro de la demografía nacional no es nueva: el muy querido por estas tierras, Felipe V, mediante el decreto de Nueva Planta de 1716 fragmentó la plana de Barcelona en pequeños municipios para dificultar el crecimiento de la ciudad y su gestión.

Ya en pleno s. XIX y a apenas un par de años del comienzo de la historia del Eixample, en 1850 Madrid reconocía la independencia de Gràcia como medida disuasoria para el exponencial crecimiento que, bajo la Revolución Industrial, estaba experimentando Barcelona.

Lo que no tuvieron en cuenta los madrileños en su afán por delegar al segundo puesto a Barcelona a la hora de elegir a Cerdà como legítimo urbanista, es que éste, tal como hemos comentado, ya planteaba una temprana absorción de las villas del plano de Barcelona, creando vías y trazados que las unían e integraban con la Barcelona histórica, mientras que Rovira i Trías hacía lo contrario, creando muros que las aislaba en una visión altamente conservadora.

Historia del Eixample: una cuadrícula perfecta… con fisuras

Había algo que horrorizaba más a los burgueses que la irrupción de Madrid en sus políticas locales, y no era otra cosa que la homogeneidad de las calles del plan Cerdà. Ellos, si querían respirar aire puro, se iban a sus villas mediterráneas o al Collserola. No necesitaban un jardín comunitario a cada manzana, y menos aún tener cerca a los insurrectos obreros de Sants, Sant Martí, Sant Andreu o Gràcia.

Esta «amenaza» quedaba patente en el plan Cerdà al concebir dentro de la rutinaria cuadrícula, ciertas vías que acercara a estas cuatro villas en concreto. Es así como surgen la Diagonal, la Meridiana, el Paralelo, la Gran Vía y, a partir del s, XX, Vía Laietana, a la par que se potencian calles ya existentes como Passeig de Gràcia.

No obstante, la pulcritud del trazado de estas vías no rompían del todo con el orden urbanístico característico del Eixample. Lo que sí lo hacían eran los caminos rurales tradicionales que, curiosamente, sobrevivieron a la rectitud «eixamplina».

La pulcritud del diseño de Cerdà quedaba patente en aspectos como la creación de la Meridiana y el Paralelo, que no solo seguían escrupulosamente el trazado de estas divisiones terrestres, sino que tomaban como referencia de forma milimétrica la torre del rellotge como punto imaginario en el que se unían:

«La Meridiana y el Paral·lel: dos avenidas a un reloj de distancia«

Caminos rurales que han llegado incluso a nuestros días, como fósiles urbanísticos dentro de la ya de por sí rica historia del Eixample, recuerdos de unos tiempos en los que «todo aquello era campo». ¿A qué calles nos referimos y por qué se respetaron?

Solo hace falta mirar el mapa de Barcelona para darnos cuenta que esta parte no nos va a llevar mucho más que nombrar cuatro calles. Que Cerdà respetara las vías tradicionales que unían la Barcelona histórica con las villas del pla no quita que la «desfiguración» de la cuadrícula fuera mínima e imperceptible.

Estas cuatro calles son las que hoy comprenden la avinguda Mistral, la avinguda de Roma, el carrer Clot / Gran de la Sagrera / Ribes y el carrer Pere IV: cuatro diagonales en miniatura que servían para que Sants, Les Corts, Sant Andreu y Sant Martí no se sintieran desvinculadas de la gran metrópoli que se estaba pretendiendo armar.

Así, la hoy avinguda Mistral correspondía al camí Ral a Madrid una vez se conecta con la Creu Coberta / carrer de Sants; la avinguda Roma el camí a Les Corts – Aragó; el eje Clot, Sagrera, Ribes con la carretera que llevaba a este último municipio (con especial importancia a la hora de traer el agua a Barcelona, ya que paralelo a esta vía transcurría el rec comtal) y el carrer Pere IV coincidía con la carretera hacia Mataró.

… Y llegaron las anexiones

El honor de ser la primera manzana del Eixample en construirse se lo disputan la coincidente con Urgell y Floridablanca (edificio de la Carbonería) y la coincidente con Consell de Cent y Roger de Llúria (casa de l’Aigua), ambas de 1864.

Que estas se sitúen en diferentes extremos da testigo de lo ambicioso del proyecto desde su inicio, con bastante prisa por rellenar el pla de Barcelona. Esto permitió que, en apenas treinta años, desde la frontera imaginaria de la Gran Vía, las manzanas del Eixample alcanzaran Gràcia, Sants, Sant Andreu y Sant Martí.

Así, con la excusa de que ya formaban parte de una área metropolitana en formación, en 1897, Barcelona se anexionaba todas estas villas, a las que se sumaron Les Corts y Sant Gervasi.

Hablamos de «Barcelona se anexionaba» y no «las villas se unieron» puesto que hubo una fuerte oposición por parte de éstas, que no veían con buenos ojos perder su independencia. ¿Qué pasó para que Barcelona pudiera crecer por el norte, este y oeste? Empieza por «Ma» y acaba por «drid».

Barcelona, desde la imposición del plan Cerdà, no dejó de llamar a la puerta del gobierno central para que se la dejara crecer a través de las villas del pla, siendo la negativa constante por las razones demográficas que ya hemos expuesto. ¿Qué sucedía en 1897 que cambiara el rumbo de este suceso? La Guerra de Cuba y Filipinas.

Tan como sigue sucediendo en la actualidad, la relación Barcelona – Madrid se ha caracterizado siempre por conflictos de intereses, ganando un lado u otro según los tiempos, los votos o las concesiones lo permitiesen, y en el caso del 1897 el interés que tenía Madrid en que Barcelona se pudiera agregar a las villas residía en que así, sería más factible y controlable llamar a tropas a las clásicamente insurrectas Sants, Sant Andreu, Gràcia y Sant Martí.

Hoy en día, los ahora distritos son parte indiscutible de la realidad rutinaria de la ciudad, aunque aún conservan esos aires de villas, pero la realidad es que hasta bien entrado el s. XX, no fueron pocos los habitantes de estos barrios que no se sentían de pleno en la Barcelona a las que el Eixample les unió.

El Poblet: la aldea que la historia del Eixample borró

Peor que perder la independencia es que directamente borren tu identidad. Y esto mismo es lo que le sucedió a la aldea de El Poblet: una concentración de casas agrícolas que se situaban en la frontera con la villa de Sant Martí de Provençals y que, como el antiguo pueblo, fueron poco a poco absorbidas por el nuevo trazado urbano.

La importancia de esta aldea no es poca: El Poblet fue exactamente el lugar seleccionado en 1882 para construir un templo expiatorio que, como primigenio ejemplo gentrificador, acabó llevándose por delante la idiosincrasia de una aldea ya de pleno derecho barcelonesa a partir de 1897. Tal fue la importancia que fue cobrando el templo que llegó incluso a borrar el nombre del barrio, desde entonces también conocido como Sagrada Familia.

La absorción del cercano Sant Martí no supuso más que unir los primigenios caminos con las rectas calles del Eixample, rellenando los terrenos intermedios con la cuadrícula de Cerdà, pero las casas rurales de El Poblet se situaban en esos mismos terrenos, por lo que eran un estorbo para los planes urbanísticos vigentes.

Este hecho suponía el derribo de las casas rurales de El Poblet, pero tales fueron las protestas que, a falta de un plan de reubicación aceptable, se determinó que el Eixample llegaría hasta donde se situaban estas casas, pero no llevándoselo por delante, sino integrándolo dentro del espacio que dejaban libres las propias manzanas en su interior.

Es así como en el barrio de Sagrada Familia es común que nos encontremos casi a cada manzana con un pasaje que la atraviesa, no siempre de forma regular y con edificios que acumulan la centena. Estos pasajes no son más que las antiguas calles de El Poblet, que sobreviven como otro ejemplo más de arqueología urbana.

La historia del Eixample en el s. XX

Los primeros años del nuevo siglo fueron los de la consagración del Eixample como nuevo barrio de Barcelona. Lejos quedaron los años en los que la burguesía repudiaba el proyecto y ahora era la zona predilecta de este sector poblacional.

Este cambio de parecer no era casual. A la historia del Eixample de Cerdà le hicieron falta tan solo un par de décadas para que pasara de proyecto homogeneizador y milimétricamente calculado, a caldo de cultivo para la especulación y ocupación total de sus terrenos.

En cuanto se sucedían los gobiernos locales y entraban en juego financiación privada, la normativa de la altura máxima y la obligatoriedad de liberar terrenos para jardines y espacio público se fue pervirtiendo hasta convertirse en el «coto de caza» particular de las grandes fortunas, que se peleaban por el mejor terreno de cada manzana.

El hecho de que en Barcelona existan plantas denominadas como «entresuelo», «principal», «ático», «sobreático», viene de esta «perversión» del proyecto inicial, que planteaba la obligatoriedad de que todos los edificios tuvieran como máximo cuatro plantas.
Al agregarse estas «trampas» dialécticas, en la práctica se podían construir edificios con hasta el doble de lo permitido.

«Radiografía de los edificios del Eixample: donde un primero puede ser un tercero»

Fruto de esta opulenta competición es la llamada «manzana de la discordia»: probablemente la que es la sucesión de fachadas más espectacular de la ciudad, donde cinco arquitectos y sus respectivos mecenas, se pusieron testosterónicos por ver quién plantaba mejor obra de arte.

Es así como entre el número 35 y 43 de passeig de Gràcia (el mejor escaparate de la burguesía de la época), encontramos la casa Lleó Morera, de Lluís Domènech i Montaner; la Casa Mulleras, de Enric Sagnier; la Casa Amatller, de Puig i Cadafalch, y por último, la Casa Batlló, de Antoni Gaudí. Todas ellas construidas entre 1898 y 1906.

Esta era la etapa del auge del modernismo, donde todo burgués adinerado, se afanaba por ocupar la mejor manzana del barrio de moda y decorar su vivienda de forma ostentosa. Esta profusión iba de la mano de contar con notables arquitectos y escultores, que daban forma así a auténticas obras de arte que tenían como sentido, indicar lo bien que le iba al dueño de la propiedad en sus negocios.

Definitivamente, el ideal igualitario del Eixample de Cerdà quedaba lejos a apenas cuatro décadas de su puesta en marcha. Al igual que la pretensión de que el terreno se repartiera de forma uniforme.

La forma en la que se vendían los terrenos era igual de imaginativa y curiosa que la división de las plantas (entresuelo, principal, primero que en realidad es un tercero…). La cosa funcionaba de la siguiente forma: se ponía en venta el espacio disponible de cada illa. El primero que llegara pagaba X cantidad por X metros de fachada, y a medida que se iba reduciendo el espacio disponible, se iba incrementando notablemente el precio del suelo.

Es decir, la lógica nos dicta que un edificio que ocupe la mitad de una manzana, debería pagar más que quien apenas ocupa 5 metros de anchura… pero no. El que llegaba el último era el que acababa pagando más, independientemente de si su edificio era el más estrecho de la calle.

Lo que ahora llamamos gentrificación o especulación no es un concepto moderno. A principios de la historia del Eixample, los terrenos eran asequibles y accesibles. A medida que se fueron ocupando manzanas y la burguesía trasladaba sus residencias desde Las Ramblas, carrer Ample o Montcada, al nuevo barrio de moda, el precio resultaba cada vez más prohibitivo.

Esto supuso que, a medida que pasaban las primeras décadas del s. XX, esa profusión por la decoración fuera reduciéndose, ya que el terreno se estaba llevando gran parte del presupuesto. El modernismo entraba en decadencia a la par que l’Eixample, trasladándose los nuevos burgueses a terrenos más tranquilos, económicos y en auge, como era el caso de La Bonanova y barrios de montaña como el Tibidabo, la Font d’en Fargues o Vallcarca.

La Casa Josep Comas d’Argemir es el ejemplo del tipo de residencia burguesa que se establecía en la zona de Vallcarca, cuando por aquel entonces (1904) el ahora barrio no era más que una soleada ladera de montaña donde respirar aire puro.

Este hecho no quita que el Eixample dejara de crecer. Lo que sí que, como si fuera una venganza del propio Rovira i Trías, a partir de la década de los veinte lo hacía ya en zonas periféricas y en estilos más austeros, pensado para las clases más bajas. El modernismo era ya cosa del pasado y ahora los tiempos (y la crisis de entreguerras – posguerra) hacían que corrientes como el racionalismo fueran las imperantes.

La culminación del Eixample en los años 40 – 50, coincidió con la llegada del desarrollismo. Esta sucesión cronológica produjo que, aunque fuera de forma indirecta, la historia del Eixample estuviera nuevamente ligada a la de otro distrito barceloní, en este caso el de Nou Barris.

Al haberse ocupado ya todas las manzanas disponibles para el Eixample y quedar unidas todas las antiguas villas del pla mediante la cuadrícula, fueron los suelos disponibles al noroeste los únicos que permitieron acoger a la oleada migratoria proveniente del sur, no de la misma manera organizada, pulcra y regulada con la que se realizó el Eixample.

Barrios como Bellvitge (L’Hospitalet) crecieron en las décadas del desarrollismo (50,60,70) sin más planificación que la de la construcción vertical, en forma de colmena y, en la mayoría de las ocasiones, sin servicios básicos como asfaltado de calles, centros sanitarios y educativos o vías de acceso adecuadas.

La historia del Eixample a día de hoy

Hoy en día el Eixample sigue siendo emblemático no solo por acoger edificios como la Casa Batlló, la Pedrera, Sagrada Familia, la Casa de les Punxes, La Monumental o Las Arenas, sino por, 150 años después, seguir vigente la idea de que se llevó a cabo un urbanismo impecable en una época, el de la Revolución Industrial, en el que lo que se dictaba era una trama densa y caótica.

Aunque el Eixample de por sí, se culminara en torno a los años 50, muchos de los nuevos barrios surgidos en Sant Martí (La Verneda, Provençals, Vila Olímpica, Diagonal Mar) siguieron su trazado como si estuviera aún presente.

Y sus preceptos originales (los de Cerdà, los puramente higienistas) han servido para guiar las políticas urbanistas tras los oscuros años del desarrollismo, en el que detestables personajes como el alcalde Porcioles, lo desfiguraron a base de edificaciones baratas, carentes de estética y con las remuntas o sombreros afeando todo un horizonte monumental creado durante décadas.

Por culpa de desdeñables regidores como Porcioles, Barcelona se convirtió de referente monumental a ciudad gris, por lo que tras la caída del franquismo, tocó desempolvar el proyecto original y recuperar conceptos como los interiores de illa que promulgaba como medida estrella el plan Cerdà.

La recuperación de este concepto no solo empezó a ponerse en práctica en el mismo Eixample (con la torre de les Aigües como primer emblemático espacio liberado, convertido en jardín en 1987), sino en otros barrios lejanos como La Marina, donde Can Sabaté se convirtió en uno de los primeros parques creados en democracia y el campo de pruebas para recuperar los interiores de las manzanas como zonas ajardinadas.

Este proyecto continúa aún hoy en activo, habiéndose recuperado interiores de las manzanas del Eixample como los Jardines de María Mercè Marçal, los de Tete Montoliu, Cándida Pérez, los jardines de Enriqueta Sèculi, la Fàbrica Lehmann, y así hasta llegar a la actual treintena de interiores ajardinados y liberados.

Por último, mucho le debe a la concepción inicial del Eixample el concepto «Superilla»: la apuesta urbanística más ambiciosa de las últimas décadas en cuanto a proyectos tan transformadores como el plan Cerdà.

A nivel estadístico, también es importante para la historia del Eixample indicar que es el distrito más poblado de Barcelona en términos absolutos (262.485 habitantes) y el segundo en términos de densidad demográfica (35.586 hab./km²).

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2 respuestas a «Historia del Eixample: el barrio que creó la nueva Barcelona»

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