El apelativo de «mágica» ha sido una constante en la historia de Barcelona, pero pocos rincones de la ciudad merecen este calificativo tanto como la calle Estruc. Son apenas 180 metros arrinconados entre Fontanella y Comtal, una calle estrecha y que aún hoy en día conserva esos aires medievales y esotéricos que bien la harían protagonizar alguna de las películas de la saga Harry Potter.
Es introducirte en ella y, una vez pasado el Mediamarkt y obviando los horrendos rótulos de tanto renting de bicicletas y consignas de maletas, sentir ese ambiente de brujería y magia, notablemente resaltado hace apenas tres décadas por una serie de hitos y elementos decorativos que dan muestra del pasado alquimista de esta céntrica calle y que a continuación os detallaremos. Bienvenidos al rincón más mágico de la ciudad, bienvenido a la calle Estruc.
Astruc Sacanera: un mago medieval de remedios naturales
El nombre de la calle viene de la familia originaria que comenzó a habitarla, una tradición de la Edad Media a la que debemos el nomenclátor de buena parte de Ciutat Vella y el Born, y el patriarca de ésta no era otra que un afamado brujo del s.XV llamado el Astruc Sacanera (el brujo Sacanera).
El señor Sacanera era afamado en sus artes como curandero por hacer uso y vender la llamada piedra escurçonera, que no se trataba más que un hueso de la cabeza de las serpientes que aplicado sobre la herida, servía para eliminar el veneno de víboras y escorpiones, así como tratar la rabia y otras enfermedades provocadas por mordeduras.


Cabe recordar que en aquella época, Barcelona era un inmenso plano repleto de fanguizales, lagunas y rieras, por lo que eran comunes todos estos tipos de reptiles, insectos y otros seres que causaban numerosos problemas a la población, por lo que disponer de un curandero experto en estas artes era más que apreciado.
Además de Sacanera, en el s.XV vivía en esta misma calle Bernard Granollacs, afamado astrólogo y astrónomo hijo de curanderos a quien le debemos la edición del primer lunario editado en España.
De hecho, se cree que no solo Sacanera practicaba la brujería (que en aquellos tiempos era lo mismo que decir medicina), sino que al igual que sucedía con otras calles coetáneas como corders (gremio de los cordeleros), Cotoners (algodoneros) o Argentería (platería, joyeros) se cree que la toponimia de la calle Estruc no solo puede venir de la deformación de Astruc (que derivaría también en el apellido común en la geografía catalanoparlante Estruch), sino también de la planta del mismo nombre (el mirto) o como designación de la época al que sería el gremio de los curanderos, un gremio que gozaba de respeto, seguimiento y admiración hasta la llegada de la Santa Inquisición, momento en el que comenzaron a ser vistos como agentes de lo paranormal.

Ricard Bru: el alquimista que recuperó el legado de la botánica medieval y museizó la calle Estruc
Esta historia no pasaría de la categoría de historia popular sin más si no fuera por los esfuerzos que un médium e hipnólogo dedicó por ponerla en valor en la década de los ochenta. Es así como Ricard Bru consiguió los permisos necesarios del Ayuntamiento para señalizar la historia aquí relatada e inmortalizarla mediante dos placas cabalísticas (una al comienzo y otra al final de la calle) y otras tantas que señalizasen la calle como epicentro de la magia blanca en la época medieval, como el lugar exacto donde se encontraba el herbolario de la familia Estruc (que resistió hasta bien entrado los años 80) y donde por tanto, se vendía la piedra escurçonera (el número 22 de la calle), así como talismanes señalizando cada uno de los números de la calle.



Cada placa numérica viene representada por una serpiente, como representación de los remedios que se realizaban contra sus mordeduras, así como nombres hebraicos (nos encontramos en pleno barrio judío) que representan los poderes divinos: «tetragrammaton Jehová» y «Jelah Emmanuel», además de cuatro sellos mágicos (uno por cada esquina) que se hacen servir como talismanes protectores de cada casa y que eran muy usados entre los rabinos esotéricos de la Edad Media.
Este particular homenaje no viene de un aficionado a los temas esotéricos cualquiera ni de un anónimo ciudadano: Ricard Bru es un afamado hipnólogo que entre otros méritos ostenta el premio Guinness de 1990 al realizar la mayor sesión de hipnosis de la historia, con 121 participantes. Reconocido divulgador de la fenomenología paranormal, su fama mundial le ha llevado hasta el interior de la mismísima pirámide de Keops para realizar sesiones de conexiones psíquicas en busca de los secretos ocultos de la enigmática construcción egipcia. Cuenta él mismo que se ayudó de una persona en trance para realizar los diseños de cada uno de los elementos que hoy decoran esta particular calle barcelonesa, y cuya lectura pausada y sentida, otorga buena suerte.
