Barcelona y burguesía son sinónimos: la historia de la ciudad, sobre todo en los últimos siglos, está íntimamente ligada con el desarrollo de la actividad de la alta sociedad. Es por ello por lo que, al momento en el que despegaba un nuevo sector como resultaba el turístico a comienzos del s. XX, este estrato no podía quedarse atrás en el negocio, creando sus propios espacios e instalaciones adaptados a sus necesidades.
Es así como en 1919 se pone en marcha el hotel Ritz en Barcelona: lujo, exceso y lugar emblema de cierre de tratos millonarios para que la aún pujante burguesía barcelonesa pudiera acoger a sus homólogos de otros lugares del mundo.
Pero no ha sido esta la única característica destacable del primer gran hotel barcelonés. El Ritz o Palace de Barcelona ha sido protagonista de grandes eventos de la ciudad, incluso aquellos suscritos a la historia negra o, como cuando hay grandes negocios de por medio, rocambolescas anécdotas sobre su gestión.
Te las contamos a la par que repasamos cómo Barcelona ha llegado a captar a más de 12 millones de turistas anuales gracias a eventos como los que acogía el propio Ritz.
El turismo: ese gran invento
Hoy es inimaginable en un país como España, segundo en el ranking de los más visitados con cotas tan altas como la de 2019 (83,7 millones de turistas, actualmente ronda los 60), no depender e industrializar el turismo, pero hubo un tiempo no demasiado lejano en el que visitar Barcelona era tan exótico como las islas Fidji.
Pese a ello, la relación de los últimos años de Barcelona con este sector ha sido de auténtico amor / odio; un continuo ni contigo, ni sin ti. La culpa la tienen cómo empresas intermediarias y un sector hambriento por monetizar a cualquier precio han abaratado el concepto. Hasta el punto de ser natural ver como las tiendas más horteras de las Ramblas venden sombreros mexicanos sin ningún pudor, a la par que fondos buitres acaparan bloques y bloques de barrios periféricos a Ciutat Vella (dada totalmente por perdida), vendiéndonos una economía colaborativa cuando en realidad la economía solo coopera por echar a los vecinos de toda la vida (un saludo a AirBnB 🙂 ).
El cómo se ha llegado a este punto y cómo el turismo low cost no consiste solo en el ahorro, sino en una mala foto para Instagram sobre unos bunkers atestados de gente que ni sabe cómo ha llegado hasta allí, ni qué representan o que se encuentran en uno de los barrios más auténticos y humildes de la ciudad, hasta hace echar de menos (poco, todo sea dicho) aquellos años en los que viajar era un lujo.
Y son a esos años a los que remite la creación del hotel Ritz en Barcelona. Años en los que aquellos que se podían permitir viajar, no lo hacían por subir fotos o posar en el último rincón «secreto», sino para crecer culturalmente y/o económicamente. Los «felices años veinte» asomaban, y con ellos una Exposición que, como la de 1888, volvía a poner a Barcelona en el mapa.
Los «Erasmus», los literatos y las Expos: los impulsores del turismo moderno
Pese a que la práctica turística ha existido desde siempre (los comerciantes de la ruta de la Seda, los viajes de Marco Polo o Colón, las peregrinaciones religiosas, las termas, baños y otras instalaciones de ocio o ciudades vacacionales como Pompeya, etc.), no es hasta la Inglaterra de finales del s. XVII cuando se acuña el término «turista» por primera vez y, con él, las bases del turismo como industria.
Este hecho lo debemos a la burguesía a la que «homenajeamos» al inicio de este artículo, cuyos caprichos iban más allá de las necesidades de la nobleza. Con ellos competían por un conocimiento y una cultura más allá de la existente en las galerías de palacio y que sirviera para impresionar en conversaciones copa en mano, lo que les llevó a querer recorrer los principales destinos europeos.
Le Grand Tour: con un interrail renacentista comenzó todo
Es así como surgieron los llamados «viajes de iniciación»: un recorrido por las principales capitales europeas que practicaban los hijos de los acaudalados burgueses en cuanto alcanzaban la mayoría de edad. Una especie de Erasmus para ricos en el que se instruía a los futuros herederos de negocios e imperios sobre la cultura más allá de Inglaterra.
Al ser estos viajes cada vez más frecuentes, surgieron a su alrededor un negocio estable, creándose el denominado como «Le Grand Tour», al ser Francia el principal destino iniciativo.
Los términos turista y turismo provienen de ese «Grand Tour» iniciativo, que normalmente tenía como recorrido Francia, Suiza e Italia.
La literatura de viajes: cuando un buen libro era el mejor de los influencers
El siguiente dinamizador de la práctica turística lo encontramos en el s. XIX con la denominada como literatura de viajes, donde escritores como Washington Irving o Hans Christian Andersen (que nos visitó en 1862) narraban las localizaciones que recorrían a través de sus libros, despertando en sus lectores las ansias por recorrer mundo y, sobre todo, los lugares que se les describían.
Así, los escritores de novelas se convirtieron en los primeros catalizadores que sacaron las ansias de viajar del entorno burgués, con tal éxito como para poner en el mapa cualquier localización antes desconocida por el público en general.
Irving convirtió a Granada en un destino preferente para norteamericanos dentro de España , al narrarse con todo detalle en «Los Cuentos de la Alhambra»
Fue el caso por ejemplo de los San Fermines y Pamplona, que a pesar de contar con notable éxito entre la población española, se convirtió en destino internacional solo a partir de que Ernest Hemingway se aficionara y los relatara en su novela «The Sun also Rises».
La Expo de Londres: el inicio de la fiebre de las ciudades por mostrar sus encantos
Hasta ahora hemos visto como la industria turística ha ido creciendo desde finales del s. XVII a base de ir saliendo poco a poco de la burbuja burguesa. El boom de este sector como tal no llegó hasta 1851, cuando en Londres se celebró la primera exposición mundial.
Este evento, -que tenía como finalidad mostrar al mundo los principales progresos de la humanidad-, tuvo como principal consecuencia establecer las bases de lo que serían dos aspectos muy marcados y comunes de lo que, a partir de entonces, se definiría como una ciudad turística:
- La celebración de un evento como atractivo para su visita
- La construcción de edificios emblemáticos como símbolo
Barcelona es una ciudad muy dada a ambos aspectos, con ejemplos muy prácticos como la Expo de 1888 (que nos legó el Arco del Triunfo o la reconversión de la Ciutadella en espacio público), la de 1929 (el Palau Nacional, las fuentes de Montjuïc y plaza Cataluña), las Olimpiadas del 92 (la recuperación de Montjuïc y el frente marítimo) o el Fòrum de las Culturas de 2004 (el Fórum y Diagonal Mar).
Tan poco fructífero era el negocio turístico en la Barcelona del s. XIX que, tras la celebración de la Exposición de 1888, se decidió demoler el Gran Hotel Internacional, obra de Cadafalch, por ser poco rentable mantener 300 habitaciones sin un evento con qué llenarlas.
En cualquier caso, la celebración de estos eventos de carácter mundial, trajo a las ciudades anfitrionas importantes beneficios como escaparates que, bien gestionados, perduran más allá de su celebración.
Thomas Cook: el inventor de las agencias de viajes |
Que la que era la principal touroperadora hasta 2019 llevara el nombre de este inglés no era algo casual. Su fundación a mediados del s. XIX surgió del que se considera el primer viaje organizado de la historia. Este católico ex-misionero tuvo la idea de organizar en 1841 un viaje para más de 500 personas a Leicester con motivo de un congreso antialcohol, facilitando a cada uno de los asistentes todo lo que conllevaba el desplazamiento: desde los billetes de tren hasta el alojamiento en destino. Con ello no pretendía obtener rentabilidad, sino simplemente asegurar el éxito de la convocatoria, que sin estas facilidades no hubiese sido posible, ya que además de evitar complicaciones a los asistentes, Cook también reducía los costes al negociar con los proveedores reducciones en el importe por atraer público. Pese a que los números del evento y su temática no invitaban a la explotación masiva, Cook vio en este sistema una línea de negocio que prometía ser rentable por el afán cada vez mayor del público por viajar y descubrir nuevos lugares. Es así como, ante la inminente celebración de la Expo de Londres, Cook decidió organizar viajes a la capital británica siguiendo la misma fórmula, atrayendo mediante este sistema a unas 165.000 personas. De esta forma surgían los primeros viajes organizados o agencias de viaje, repitiéndose en la Expo de París de 1855 y saliendo de la órbita de los eventos poniendo de moda destinos como Suiza para el descanso y la apreciación de la naturaleza. En España, tuvimos un notable ejemplo de Thomas Cook en la figura de José Marsans, tal como os contábamos al hablar de su casa de veraneo: la Torre Marsans. |
… Y llegó el Ritz, y con él la llegada del Gran Hotel
A finales del s. XIX teníamos eventos, teníamos transportes pero… ¿Qué pasaba con el alojamiento? Si bien es cierto que, como los viajes, siempre habían existido lugares para pernoctar en las ciudades (Hostafrancs le debe su fundación a uno de ellos), comúnmente eran lugares de paso o pensiones / fondas donde las condiciones no invitaban al recreo.
A esta misma conclusión llegó en torno a 1874 Cesar Ritz, suizo formado ampliamente en las labores de atención al público y que, como padre de la hotelería actual, nos trajo lo que a día de hoy consideramos un hotel: un espacio no sólo para dormir, sino para acomodarnos y disfrutar de otros servicios.
Fue él con su primera inclusión en la dirección de hoteles con la fundación del Ritz París en 1875 quien puso en práctica servicios tan básicos hoy en día, como la inclusión de baños privados en las habitaciones, el uso de moqueta y elegantes cortinas, camas king size, telefonía y servicios de habitaciones.
Gracias a todos estos avances, el hotel forma a día de hoy parte activa de la experiencia de viajar, siendo en algunas ocasiones incluso de mayor importancia, como ocurre con los resorts, hoteles casino o 5 estrellas, categoría a la que se suscriben todos los Ritzs.
El Hotel Ritz en Barcelona: un capricho más de Cambó
Francesc Cambó es uno de los personajes imprescindibles de la historia de la Barcelona moderna. Más allá de la afinidad política que nos pueda despertar este personaje, su impronta quedó reflejada en hitos como la apertura de la Vía Laietana (o desgracia, según se mire por el centenar de edificios arrasados para ello), poner de moda el ático como el lugar preferente de un edificio, o como aquí nos ocupa, traer el hotel Ritz a Barcelona.
Fue él el impulsor y quien se dirigió directamente a César Ritz para que Barcelona pudiera tener una sucursal de la hotelera. La razón por la que se le despertaron estos deseos vino de las largas estancias que, como representante catalanista en las Cortes, pasaba en Madrid, donde siempre se alojaba en el hotel que Ritz abrió para la capital en 1912.
Conocedor de cómo un establecimiento de esa altura, podría atraer a la burguesía catalana y a capitales extranjeros, con la Exposición Universal de 1929 ya en el horizonte, convenció a Ritz para que lo construyera en una de las zonas más pujantes de aquel momento: el Eixample Dreta.
Dicho y hecho: el 20 de enero de 1920 iniciaba su andadura el Ritz de Barcelona, y desde ese mismo momento se convirtió en epicentro de la burguesía de la ciudad.
Prueba de ello son los números de su primer año de andadura, donde se celebraron nada más y nada menos que 228 banquetes para un total de 10.234 comensales, contando con 190 habitaciones y más de 400 empleados a cargo. El Ritz de Barcelona nacía como el primer 5 estrellas en la ciudad.
La fiesta se pausó… en 1936
El Ritz de Barcelona destacó durante toda la década de los 20 como el lugar por excelencia de encuentro de las grandes personalidades, siendo sus fiestas y reuniones en sus salones de lo más destacado de la sociedad barcelonesa.
Todo lo relacionado con el Ritz suponía sinónimo de distinción y exceso. No había burgués, intelectual o celebridad que se preciara en Barcelona que no acudiera a alguna de sus fiestas, destacando las galas de tés, -donde se acogían entre otros actos, los primeros pases de moda de diseñadores de la altura de Asunción Bastida o Manuel Pertegaz-, o los «Conferentia Club», que potenciaba encuentros con pensadores de nivel mundial de la talla de Lorca, Ortega y Gasset o Einstein, que en plena «gira» tras su Nobel por la Teoría de la Relatividad, visitó el Ritz Barcelona en 1923.
Pero los alegres años 20 acabaron, y por si la Gran Depresión provocada por el crack del 29 no fuera suficiente para una actividad tan floreciente como el auge turístico, llegó la Guerra Civil en el 36 y, con ello, el fin de la fiesta.
Así el Ritz, como otros tantos edificios de interés público de la ciudad, fue intervenido como base de operaciones, en este caso de las fuerzas izquierdistas, convirtiéndose el 22 de julio en sede de la FOSIG (Federación Obrera de Sindicatos de la Industria Gastronómica). Su sótano además se convirtió en refugio antiaéreo y sus habitaciones en banco de sangre de la Cruz Roja.
Un año duró la socialización del lujo del Ritz. En 1937 el Gobierno de Tarradellas tomó el control del edificio, destinándolo como recepción de las visitas oficiales. Tras un breve uso como sede de las Subsección de Salud del Departamento de Servicios Sociales, volvió a su uso como hotel de lujo.
Retomando esta actividad, al Ritz de Barcelona no le quedó otra tras perderse la Guerra que pasar por el desagradable trago de acoger a la comitiva nazi encabezada por Himmler, que nos visitaba el 23 de octubre de 1940 con dos misiones fundamentales: preparar la reunión en Hendaya de Hitler con Franco, y buscar el Santo Grial en el Monasterio de Montserrat, en un capítulo de la historia que merece su propio artículo.
Esta visita abrió camino para que nada más y nada menos que unos 10.000 nazis establecieran su residencia en la ciudad, quienes solían visitar el Ritz por las noches para sus veladas con orquesta. Oportunidad que sirvió para que Francia introdujera como director de orquesta en el Ritz a un agente doble: Bernard Hilda, que trabajaba para la resistencia facilitando información sobre lo que en esas reuniones se planeaba.
Los ilustres residentes del Ritz en Barcelona
En la posguerra, el Ritz volvió a recuperar su esplendor y se afianzó aún más como hotel de lujo al ser el refugio en la ciudad para las altas clases. Una ciudad que padecía y sufría, pero que guardaba esplendorosa espacios para que las élites no escucharan ni vieran lo que pasaba de puertas afuera.
Su buen nombre aseguró que por el Ritz de Barcelona pasaran celebridades de la talla de John Wayne, Anita Ekberg, Cary Grant, Anthony Quinn, Sean Connery, Sophia Loren, Luis García-Berlanga, Gina Lollobrigida, Joseph Cotten , Roman Polanski, Woody Allen, Rock Hudson, Alain Delon, Patrick Swayze, Roger Moore, Michael Douglas, David Carradine, Diane Keaton, Pierce Brosnan, María Callas, Arthur Rubinstein, Ella Fitzgerald, Josephine Baker, Duke Ellington, Margot Fonteyn, Robert Plant, Alfredo Kraus, Enrique Iglesias, Frank Sinatra, Christina Aguilera, Paul McCartney, José Carreras y Whitney Houston por listar los más ilustres de los que se tiene registro que hayan pasado por sus habitaciones en sus más de 100 años de historia.
No obstante, hablamos de celebridades que se alojaron momentáneamente durante su paso por distintas razones por la ciudad. Pero a la hora de destacar personalidades cuya historia va ligada al Ritz Barcelona, destacan dos figuras que eligieron este lujoso hotel no solo para pernoctar, sino para directamente vivir en él: Xavier Cugat y Salvador Dalí.
Xavier Cugat: el gerundense que conquistó Hollywood
Puede que este nombre no nos suene de primeras, pero estamos ante nada más y nada menos que un catalán que posee 5 estrellas en el prestigioso paseo de la Fama de Hollywood. Un virtuoso del violín que cambió la música clásica por los ritmos caribeños, lo que le llevó a revolucionar las bandas sonoras de las películas «sabrosonas» de la década de los 40 y 50.
La vida de Cugat daría no solo para un artículo de historia, sino para uno de esos repasos biográficos que hacen las revistas de papel couché para ilustrar a marujas. Acostumbraba a cenar con celebridades como Al Capone, Frank Sinatra o Rita Hayworth entre otras, lo cual lo colocaba como un referente dentro del panorama hollywoodiense.
Se casó nada menos que cinco veces, siendo la última con otra de las pioneras con nacionalidad española en la meca del cine mundial: Charo Baeza. Nada más y nada menos que cuando ella contaba con 15 años de edad (o 25, Charo mantiene un curioso misterio sobre su edad real que ni un juzgado pudo resolver).
Tal era el peso de Cugat en la sociedad hollywoodiense que él y Charo fueron los primeros en casarse en el mítico Caesars Palace de Las Vegas.
Haciendo las américas se pasó media vida hasta que, en la década de los 70, cansado de la american way of life, y con cada vez menos protagonismo en un cine en el que el rock lo ocupaba todo, tras el que sería su último divorcio decidió retirarse volviendo a su Cataluña natal. Pero con el desenfreno llevado hasta entonces y acostumbrado a una vida de lujo y excesos, no lo haría en cualquier sitio… Cugat quiso establecer su residencia en el mítico Ritz.
Así, y hasta el día de su muerte en el año 90, Xavier Cugat, el laureado catalán que revolucionó los años dorados del cine, habitó en el Ritz como si de un piso cualquiera se tratara, rodeado de sus dos inseparables chihuahuas, el mítico Rolls Royce dorado que siempre le esperaba en la puerta y algún que otro periodista que asiduamente llamaba a su puerta para que hablara del Hollywood del desenfreno que queda retratado en películas como Babylon.
Salvador Dalí: estrambótico e histriónico en todo momento
Dalí el genio, pero también Dalí el personaje. Una dualidad indisoluble que llevaba al figuerense más internacional a comportamientos que aplaudimos (como aparecer en las gradas de los toros con un pan por sombrero) y censuramos (George Orwell llegó a calificarlo como «excelente dibujante, horrible ser humano).
Parte de este comportamiento venía de un severo trastorno de la personalidad, el cual le llevaba a acciones que dentro de su imaginero surrealista nos encajaba, pero que no eran para nada normales, como tener un oso hormiguero como mascota o degollar patos por puro placer, a los que en ocasiones y acompañado de señoritas de compañía, también violaba.
Muchas de estas acciones las llevaba a cabo, -para desesperación expresa del personal-, desde la suite del Ritz donde residía durante sus estancias en Barcelona. Este mismo personal tuvo que atender peticiones como que le subieran un caballo disecado por las escaleras.
El equino compartía habitación con otros curiosos animales como una cría de rinoceronte o un buey de mar, siendo Dalí muy aficionado a la taxidermia y asiduo cliente (que no pagador, como se quejaron los dueños) de una popular tienda de animales disecados de la plaza Reial, que proveía a instituciones científicas, zoológicos y excéntricos clientes como el pintor catalán.
De cómo el Ritz de Barcelona se convirtió en El Palace
Hemos visto como el Ritz de Barcelona es historia viva del turismo de lujo en la ciudad pero, ¿Qué fue de la presencia de la cadena emblema de la hostelería en la capital catalana? Desde 2005, el Ritz se vio obligado a dejar de usar esta marca, pasándose a denominar como «El Palace», nombre bajo el que opera hoy en día.
La razón de que el Ritz de Barcelona dejara de ser Ritz viene de un conflicto legal de años atrás en los que la marca poco o nada tiene que ver, sino el antiguo dueño: Julio Muñoz Ramonet, polémico empresario barcelonés que hizo una auténtica fortuna a costa de los contactos que poseía con las autoridades franquistas (como veremos más adelante).
Suyas fueron las propiedades de Can Batlló, los almacenes El Siglo y El Águila, el Palau Robert y otras tantas edificaciones de la ciudad, entre las que se encontraba desde los años 40 el Ritz de Barcelona.
Tras el camino hacia la quiebra al que se dirigía Can Batlló y la decadencia de los almacenes El Águila, Ramonet se vio obligado a desprenderse de algunas de estas propiedades para no caer en la total ruina, siendo la venta del Ritz uno de sus más potentes salvavidas. Así, en la década de los 60 lo cedió a la familia Gaspart, conocida por ser dueña de la cadena HUSA.
Quien fuera el 36º presidente del FC Barcelona durante el periodo 2000-2003, Joan Gaspart, estuvo detrás de la compra
Pero el traspaso no fue del todo limpio… Ramonet incluyó de forma no demasiado clara dos clausulas que fueron objeto de litigio durante décadas: la propiedad del salón imperial (el más lujoso de todos), con derecho de paso a través de la recepción ya que no tenía salida al exterior, y el uso en exclusiva de la denominación Ritz.
Ambas peticiones no fueron aceptadas por la familia Gaspart, que negaba constantemente el paso a la familia Ramonet y no renunció al uso de la marca Ritz… hasta que finalmente a principios del s. XXI, en última instancia los jueces dieron por válidas las cláusulas del contrato primigenio… casi medio siglo después.
Desde entonces el antiguo Ritz es ahora el Palace de Barcelona, y en cuanto al Salón Imperial, cuenta con una salida propia a la Gran Vía en el número 670, ya totalmente independizado de su edificación original.
La historia negra del Ritz en Barcelona
Un hotel con tanto peso en la historia de la burguesía catalana no puede pasar desapercibido dentro de las crónicas negras. Más aún en un hotel donde se han cerrado importantes tratos, se ha alojado la «nata y crema» de la sociedad y ha visto excentricidades de la talla de un caballo disecado subiendo por las escaleras.
Con este currículum, al Ritz le faltaba algún que otro asesinato entre sus habitaciones y la sospecha de que su cúpula estuviera detrás de uno de los mayores misterios de la ciudad. Lo suficiente como para poder ser escenario de una de esas películas que pudieran protagonizar alguno de sus ilustres huéspedes.
Esto se cumplió en primera instancia el 8 de enero de 1956, cuando en la habitación 523, Mulchand Chanrai, millonario indio residente en Inglaterra, apareció degollado por una navaja de barbería, en un caso que bien podría ser el guion de las pelis de Sherlock o un capítulo dentro de «Equipo de Investigación».
Tras el trágico descubrimiento del cadáver a manos de su hijo de dos años y la sirvienta catalana de la que disponía la familia Chanrai, la policía centró sus pesquisas en las manchas de un abrigo beige que yacía junto a Mulchand. Torpeza que llevó a la rápida detención del asesino, que se disponía a cruzar la frontera en taxi a través de Portbou.
Si torpe fue el asesino dejándose el abrigo, más aún lo fue su cómplice, que no dudó en poner a la venta las joyas robadas en Ginebra a los pocos días, por lo que al no poder demostrar su procedencia, levantó las sospechas que acabó con sus huesos en prisión.
¿Y cuál fue el móvil de este brutal asesinato? Mediante la investigación posterior, se supo que todos los implicados se conocían, siendo víctima y asesino socios en un fructífero negocio de pesca de langostas. Todo se torció cuando Rudolf Dobnig (así se llamaba el asesino, de nacionalidad austriaca) tuvo varios idilios con la mujer de Chandrai, quien a su vez, debía tres millones de pesetas a su socio.
Ambos quedaron el día previo del asesinato en el Bar Nuria para solventar sus problemas (y la deuda pendiente), pero Chandrai decidió no presentarse, precipitando con ello el trágico final del que se pasó a conocer como el asesinato del Ritz.
Carmen Broto: La más señora de todas las p*tas, la más p*ta de todas las señoras
En cuanto a uno de los mayores misterios de la ciudad al que apuntábamos a la hora de citar el Ritz como protagonista de la Barcelona negra, nos referíamos al asesinato de Carmen Broto, que no se produjo en el Ritz propiamente pero sí involucró a uno de sus polémicos dueños, el anteriormente mencionado Julio Muñoz Ramonet.
Muñoz Ramonet no solo era ávido introduciendo clausulas que beneficiaran a sus negocios, sino también en su vida más privada. Casado con una de las dos hijas del banquero Ignacio Villalonga, doña Carmen Villalonga, esta unión le granjeó numerosos contactos dentro del régimen franquista. Pese a lo fructífero de su matrimonio, este hecho no le impidió cometer adulterio en numerosas ocasiones, teniendo varias de ellas como protagonista a Carmen Broto.
Pero, ¿Quién es Carmen Broto? Compararla con la Magdalena de Sabina en el subapartado no es casual, ya que Broto (de origen Brotons) era una afamada prostituta de la Barcelona de posguerra. Su belleza rubia, su fuerte carácter y una tendencia a la supervivencia que la mantenía al margen de cualquier escrúpulo si con ello conseguía lo que quería, le hizo moverse por la alta sociedad barcelonesa como pez en el agua.
Y entre esa alta sociedad se encontraba el propio Ramonet, pero también el obispo de Barcelona, altos cargos franquistas e incluso empresarios como Juan Martínez Penas, dueño del Teatro Tívoli (y residente, por cierto, en el Ritz) que la usaba para enmascarar su homosexualidad.
Todos estos movimientos de una prostituta de lujo entre las altas esferas de los tres más altos estratos de poder (política, iglesia y burguesía), propició que su asesinato a manos de Jesús Navarro Manau y Jaime Viñas, -dos delincuentes de poca monta-, levantara sospechas sobre si fue planificado como parte de un plan de robo, o como un asunto mayor en el cual se pretendía acabar con la vida de Broto para que no abriera la boca sobre ciertos asuntos.
La versión oficial narra que Manau y Viñas pretendían acabar con la vida de Carmen Broto como parte de un plan en el que incluían a Martínez Penas, a quien pretendían robar en su domicilio y hacerle cargar a Broto con las culpas haciendo desaparecer su cadáver.
La versión extraoficial es aún más turbia, ya que señala que un alto cargo de la ciudad mandaría perpetrar su asesinato tras ser chantajeado por Broto con hacer públicas unas fotografías del susodicho manteniendo relaciones sexuales con menores. Algo parecido a lo que se señala sobre el obispo de Barcelona, de quien se cuenta que Broto actuaba de proxeneta proporcionándole menores para la misma causa.
Ramonet no se libra de la sospecha al ser Broto bastante indiscreta, siendo señalado como ideólogo del asesinato al ver peligrar su fructífero matrimonio. Demasiados hilos sueltos para una historia que ha sido objeto de múltiples reportajes, novelas, series y películas.
¡Que no pare la música en el Ritz de Barcelona!
Ya hemos tenido la ocasión de mencionar la larga lista de artistas del medio musical que se han convertido en ilustres huéspedes del Ritz de Barcelona, pero pocos destacan tanto en su vínculo con la ciudad como fue el caso de Freddie Mercury.
Lejos de simplemente visitar la ciudad en los albores de las Olimpiadas que musicó junto a la no menos ilustre Montserrat Caballé, su estancia en el Ritz fue tan fructífera como para suponer el embrión de la canción que supuso la unión de los dos divos.
Esto sucedió en 1987, cuando el británico se personó en la ciudad para cumplir con uno de sus deseos: conocer a su ídola Montserrat Caballé. Pero no solo pretendía contactarla, su ambición musical iba más allá y pretendía que la diva operística protagonizara todo un disco junto a él.
Es así como desde una de las suites del Ritz de Barcelona y junto a su productor, Mike Moran, compuso ante el piano «Exercises in Free Love» (que acabaría con el título de «Ensueño» en el mencionado disco), reservando varias estrofas para Caballé que cantaría en falsete si finalmente aceptaba.
La soprano quedó encantada tanto con la canción, como con la arrolladora pero humilde personalidad de Mercury, hasta el punto de que le instó a verse de nuevo en los estudios de Londres para llevar a cabo una misión que ya le había sido encomendada por el alcalde Pasqual Maragall: interpretar la canción oficial de las Olimpiadas.
Es así como, de aquella visita fugaz al Ritz para conocer a su artista fetiche, surgió una de las más reconocibles canciones ligadas eternamente a la ciudad y a su puesta de largo internacional.
Las Art Suites del Palace de Barcelona
Tanto vínculo con el arte, la cultura y sus protagonistas del Ritz / Palace de Barcelona, bien merecía que el propio hotel rindiera homenaje a su propia historia. Es así como en la reforma de 2017, ya bajo el nombre oficial de El Palace de Barcelona, decidieron diseñar seis suites exclusivas dedicadas cada una de ellas a un arte y a un artista afín.
Es así como a día de hoy nos encontramos con la suite inspirada en la pintura dedicada a Dalí; la de la danza dedicada a Josephine Baker, asidua al hotel; la de arquitectura a César Ritz, padre de la hotelería moderna; la de escultura a Miró; la de literatura a Carlos Ruiz Zafón y, por último, la de la música a Ronnie Wood, el mítico guitarrista de los Rolling Stones que no solo visitó el hotel y tocó en él, sino que también participó él mismo en el diseño de la habitación.
Más de 100 años de historia, más de 100 historias y más de 100 ilustres visitantes. El Ritz / Palace de Barcelona no es simplemente el primer gran hotel de la ciudad, es parte viva de ésta.