En un rincón inhóspito del barrio de la Marina, atrapado entre pisos colmena y el bullicio de Zona Franca, nos encontramos uno de esos pedantemente denominados como «oasis urbanos»: un jardín que ocupa casi dos hectáreas de extensión y al que, a pesar de su tamaño, solo se llega si se tiene conocimiento de ello. Se trata del Parc de Can Sabaté, el padre del proyecto de recuperación de los interiores de illa en Barcelona y el germen de una ciudad más centrada en lo verde que en el cemento.
Can Sabaté: la vuelta a la cordura tras los años del Porciolismo
Hoy Barcelona es una ciudad que dispone de 2.784 hectáreas de zonas verdes, siendo una de las ciudades de Europa con mayor arbolado viario (más de 150.000 ejemplares) y mayor terreno verde por habitante. Pero estos hitos son mucho más recientes de lo que podríamos llegar a pensar, siendo el parc de Can Sabaté uno de los proyectos más relevantes para alcanzar estos números.
Creado en 1984 bajo la dirección de los paisajistas Neus Solé, Imma Jansana y Daniel Navas, y el consejo de Rubió i Tudurí, -constituyendo éste el último proyecto del afamado director de Parcs i Jardins-, el Parc de Can Sabaté fue el primero de los proyectos que, tras la dictadura, pretendían dar un lavado de cara a una ciudad ennegrecida y saturada por los años del «desarrollismo»: la construcción de barrios enteros en forma de colmenas sin apenas espacios verdes y comunes.
Así, pese al empuje que desde finales del s. XIX se dio a la ciudad en los albores de la Exposición Universal, con la creación del Parc de la Ciutadella, y con las diferentes iniciativas de dotarla de espacios verdes entre tanto entorno fabril, como fue el caso del ajardinado de las diferentes colinas (Montjuïc, Guinardò, Monterols, Park Güell, etc.), los años de dictadura supusieron un enorme paso atrás, sobre todo en la etapa denominada como Porciolismo.
Enmarcada dentro de la alcaldía de José María Porcioles, esta etapa se distinguió por el crecimiento desmedido y sin planificación de la ciudad, que iba ocupando tanto la periferia (Nou Barris, Bellvitge, La Mina, el Bon Pastor, Ciutat Meridiana…) como el centro (els barrets de l’Eixample, la ocupación de los interiores de las illas, la destrucción del patrimonio modernista para la construcción de oficinas, etc.), con la especulación inmobiliaria y el crecimiento demográfico como único objetivo.
Porcioles es el culpable de «la perversión» del Plan Cerdá entre otros desastres, que dejaron a Barcelona a finales de los 70 con un urbanismo desfigurado y asfixiado entre tanto cemento. Por ello, con la llegada de los primeros ayuntamientos democráticos, estaba sobre la agenda política como primeros mandatos devolver el verde a la ciudad.
Una democracia teñida de verde en Barcelona
Así, tanto el consistorio a cargo de Narcís Serra primero, y Pasqual Maragall posteriormente, desarrollaron un ambicioso plan en el que la creación de espacios verdes resultaba prioritario, materializado en dos ejes principales:
- Aprovechar el espacio disponible entre construcciones y lugares públicos para el ajardinamiento y acondicionamientos de usos no privativos.
- Aprovechar todo espacio en desuso que se fuera liberando para la creación de parques y jardines
Fue con estos dos estandartes en cabeza cuando, a partir de los años 80, Barcelona recuperó su afán por crear un ambiente mediterráneo y salubre a sus ciudadanos, que se materializó en la creación de parques hoy en día emblemáticos pero que apenas cuentan con cuatro décadas de historia.
Es el caso del Parc Miró, surgido tras liberarse terrenos del antiguo matadero; l’Espanya Industrial surgido de lo propio con los terrenos de la antigua fábrica textil; el parque de la Pegaso con la fábrica de camiones de Meridiana; o el triplete que ocasionó la liberación de antiguas instalaciones ferroviarias que abrieron paso al parc del Clot, parc de Sant Martí y el de la Estació del Nord.
Can Sabaté: el primero de los primeros en dos ocasiones
En esta clara consigna de convertir en parques el terreno que iba liberando la salida de las fábricas de zonas céntricas de la ciudad, Can Sabaté fue de los primeros parques que la puso en práctica. Siendo sus terrenos propiedad de la familia Sabaté, en ellos se situaba la denominada como Can Barret: una fundición metalúrgica en funcionamiento desde 1898.
Con el cierre de la fábrica, los vecinos de la Marina temieron que se siguiera el ejemplo de la oscura etapa de Porcioles y se convirtieran los terrenos en abonables para el hormigón. Eso produjo numerosas movilizaciones que reclamaban una necesaria zona verde para el barrio, asfixiado entre la congestionada Gran Vía, el Passeig de Zona Franca y los edificios colmena de La Estrella.
La suma de estas protestas, a los planes ya en marcha del Ayuntamiento para hacer más verde la ciudad propició que Can Sabaté se convirtiera en uno de los primeros parques reconvertidos tras la dictadura, sirviendo como campo de pruebas para otro de los grandes proyectos de los ayuntamientos democráticos…
El Plan Cerdà más lejano de su Eixample
Que la plaza Cerdà se encuentre tan lejana de la cuadrícula de l’Eixample es un error contextual que se debería subsanar. No obstante, algo queda en las cercanías de la rotonda que lleva su nombre del espíritu del urbanista para inspirar lo que sería el parc de Can Sabaté.
Rodeado entre edificios y encajonado sin apenas apertura al exterior, el Parc de Can Sabaté sirvió como temprano test de un proyecto que supondría devolver a l’Eixample su concepción original: edificaciones cuyo interior servían de espacios verdes y comunes para sus vecinos.
Can Sabaté también fue el campo de pruebas del plan Barcelona posa’t Guapa, situándose en su medianera de entrada uno de los primeros murales de este proyecto de embellecimiento de la ciudad
Este plan siempre estuvo presente en los planos de Cerdà, pero la especulación y un Porcioles desbocado en acaparar cada vez más terreno edificable, acabó pervirtiéndolo y convirtiendo en los interiores d’illa en una suerte de conglomerado de tejados de uralita y usos comerciales.
El hecho que los terrenos liberados de Can Sabaté se asemejaran a un interior d’illa de lEixample (aunque bastante más alargado), serviría para estudiar a nivel logístico y vecinal, cómo se podría recuperar esta pretensión de Cerdà de convertir el interior de las manzanas de l’Eixample en zonas abiertas y verdes.
Así, tras el éxito del parc de Can Sabaté en cuanto a afluencia, aceptación vecinal y política de ruidos, se puso en marcha a partir de 1987 el proyecto de recuperación de los interiores de manzana o interiores d’illa de l’Eixample, que ha traído de vuelta a los vecinos del barrio más populoso (y denso) de Barcelona espacios tan emblemáticos a día de hoy como la Torre de les Aigües (la primera de las recuperaciones, en 1987); los jardines de Montserrat Roig, donde se conserva un depósito cervecero perteneciente a la Antiga fábrica Damm; los jardines del Palau Robert o los de la Casa Elizalde; la plazoleta de Joan Brossa, con homenaje al poeta incluido, o los jardines de Tete Montoliu, donde se juega con los sentidos a través de las texturas de los pavimentos y las plantas aromáticas.
Hoy, en total, son 48 los jardines recuperados, a los que sumar 28 interiores dedicados a centros escolares y 3 a equipamientos públicos. Y todo ello posible gracias a un «experimento» llevado a cabo en el otro extremo de la ciudad, en el que el movimiento vecinal demostró estar muy por encima de la especulación.
Del modernismo a la postmodernidad
El carácter de «experimento» no solo lo recibe el parc de Can Sabaté por haber traído la cultura de los jardines interiores de vuelta a la Barcelona de finales del s.XX: el hecho de que sus creadores tuvieran una amplia formación arquitectónica contemporánea, en contraposición con la asesoría de Rubió i Tudurí, -afamado por su trabajo en jardines de corte clásico como los de Montjuïc, la Plaza Francesc Macià o los Jardines de Pedralbes-, facilitó un estilo paisajístico donde los elementos tradicionales conviven con alegorías contemporáneas.
Así, en el parc de Can Sabaté podemos apreciar en un mismo vistazo como las pérgolas, albercas y las canalizaciones de agua se entrelazan con fuentes que se retuercen, columnas truncadas y, de forma más llamativa, la pirámide de mármol verde que preside la plataforma central, de dos metros y medio de altura. Aunándose raciocinio y lógica con irregularidad y juego con las formas.
La arquitectura postmodernista se hizo popular en la década de los 70, adoptando el lema «less is boring» en contraposición del «less is more» del racionalista Mies Van der Rohe
Este lenguaje arquitectónico se hizo especialmente presente en la Barcelona preolímpica, llenándose de elementos como las columnatas de Tàpies que dan acceso al Palau Sant Jordi, la escultura pez y la bola suspendida del Port Olímpic de Frank Gehry, o previo a Can Sabaté, obras de Ricardo Bofill como el emblemático Walden 7.
Pese a haberlo tachado de clásico, el propio Rubió i Tudurí tiene en Barcelona uno de los mayores ejemplos de jardines postmodernistas de la ciudad: los Jardines Vicens Vives.
De Can Barret a Can Sabaté con asesinato literario de por medio
Hacía mención a la hora de hablar del pasado industrial de los terrenos de Can Sabaté a que eran anteriormente conocidos como Can Barret. Que nos haya llegado la nomenclatura de los últimos propietarios de la metalurgia antes que el originario se debe a dos razones: las facilidades que ofrecieron la familia Sabaté a la hora de ceder los terrenos como primera de ellas, y un oscuro pasado de uno de los anteriores dueños de la fábrica, Josep Antoni Barret, como razón secundaria…
Josep Antoni Barret fue asesinado en 1918 durante los años del pistolerismo en Barcelona, se dice que a manos de un pelotón pagado por los alemanes, quienes querían acabar con su vida por ser uno de los empresarios que proporcionaba armas a los franceses durante la I Guerra Mundial. Este hecho quedó corroborado entre otras pruebas por la enorme cantidad de galerías y pasadizos subterráneos que se encontraron bajo la fábrica una vez se demolió.
Pese a que Josep Antoni Barret no disfrute del homenaje en la memoria colectiva en forma de parque, sí que tiene un enorme hueco en la literatura española del s. XX, siendo su asesinato el que inspiró y articuló la primera obra del gran Antonio Mendoza: La Verdad sobre el Caso Savolta.