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Rincones insólitos de Barcelona

Dona i Ocell: una nada disimulada oda fálica

La obra Dona i Ocell sorprende por su expresividad y colorismo, pero si nos acercamos a ella descubrimos desde símbolos fálicos hasta una feminidad nada disimulada por parte de Joan Miró.

Es, quizás, la obra escultórica más reconocida del artista barcelonés Joan Miró, sin embargo, cuesta ponerse de acuerdo desde el nombre (el oficial no es «Dona i Ocell», sino «Dona-bolet amb barret de lluna») hasta lo que simboliza. Esto último se resuelve con la interpretación que el autor da directamente sobre su creación, en la que une tradición romana, feminidad y un sombrero en un simbolismo tan sutil como el ojo con el que se mire.

Dona i Ocell: un pene para decir adiós al franquismo (y saludar a los de fuera)

Miró no se fue con chiquitas y alejó su discurso de otros más disimulados como el otro gran falo que decora nuestra Barcelona… Mientras Jean Nouvel llenaba de poesía su discurso sobre qué representa la torre Glòries (AKA Agbar), vendiéndonos la moto que si se inspiró en un gran géiser y en las formas de la montaña de Montserrat (cuando el resto de los mortales vemos lo que vemos), Joan Miró no dudó en aclarar lo que ya veíamos en su dona: es un falo.

Tal oda a la potencia masculina y femenina no es para nada infantiloide, forma parte de un discurso coherente con toda obra del artista catalán. Para entenderla, debemos remontarnos a 1968, cuando el Ayuntamiento le encarga una obra mural que diera la bienvenida a los turistas que visitan la ciudad. Lejos de aceptar el trabajo sin más, Miró se vino arriba y propuso regalar a la ciudad dos obras más, creando una trilogía para recibir a quienes llegaran por tierra, mar y aire.

Así, en 1970 completó el mural cerámico que podemos apreciar en la T2 del Aeropuerto, y en 1976 el pavimento Miró, en plenas Ramblas frente a la Boquería para recibir a quienes llegan desde el puerto. Quedaba por tanto una única obra que sirviera de saludo a quienes llegan por tierra.

Dado que el franquismo ya era historia, Miró quiso ir un paso más allá en su arte abstracto y crear un elemento potente ante la mirada de las visitas y fiel a su ideario como artista. Para ello se inspiró en la costumbre romana de tallar un falo erecto a la entrada de las ciudades, para desear salud y fuerza. Inspiración que materializó en uno de 22 metros tan poco sutil como para ser denominado «el condón» en sus primeros años.

Imagen de Dona i Ocell (1983) con el C.C. Las Arenas (2012) de fondo. El conjunto resulta un excelente resumen de la filosofía que con obras de este tipo, la ciudad quiere transmitir: tradición, modernidad y creatividad.

… Y una vagina que lo refina

Miró vivió en una época fuera de reivindicaciones feministas, pero hubiese casado perfectamente con el ideario morado con gestos representados en esta Dona i Ocell. Si bien la bienvenida es un falo, la simbología y la fuerza de la obra debe poner a la mujer como protagonista. De ahí a que en el centro de la obra se nos descubra una gran vagina, como alegoría del centro del universo. Un elemento que no es ajeno al resto de obras de Miró.

Ese universo femenino se culmina con un sombrero y una media luna, de potente discurso artístico al romper con toda la simetría que la verticalidad del cuerpo principal aporta. La representación de la luna no es simplemente por razones decorativas, sino que en el imaginario mironiano representa a los pájaros, seres que conectan lo terrenal con el mundo de los astros, una constante en todas sus piezas.

La hendidura negra en forma de vulva en el monolito fálico es una nada disimulada alegoría pretendida a ambos genitales

Dona i Ocell: Un homenaje a Gaudí para convertirse en el nuevo icono de Barcelona

Por si toda la simbología que rodea a Dona i Ocell se nos quedara corta, el maestro barcelonés también quiso que una de sus obras más emblemáticas sirviera de homenaje al célebre arquitecto modernista. Para homenajear a Gaudí, recurrió a su trencadís como revestimiento colorido y parcial del hormigón con el que se moldeó.

Esta tarea se la encargó al ceramista Joan Gardy Artigas, con quien ya había trabajado en sus anteriores homenajes a Barcelona. Una vez acabada la obra el 16 de abril de 1983 (tres días después Miró, que no pudo estar presente en la inauguración por motivos de enfermedad, cumpliría los 90, falleciendo el 25 de diciembre del mismo año), se convirtió en el icono de la nueva Barcelona, imagen que Miró quiso hacer extensible al resto del país llevando su sol como emblema del turismo en España (como dos años antes había hecho con La Caixa).

Un icono que necesitaba un espacio propio, por lo que se descartó la idea inicial de situar Dona i Ocell en el Parc Cervantes (a la entrada de la ciudad mediante la Diagonal por carretera) y hacerlo cerca de la estación de Sants, en un espacio nuevo liberado tras el derribo del antiguo matadero y donde se iba a construir un parque.

De esta forma y con un estanque y ornamentación a su altura, Dona i Ocell fue «la primera piedra» del parc de l’Escorxador, que acabaría llamándose oficialmente como su autor el 13 de enero de 1984, solo 19 días después de su fallecimiento.

Miró: un hombre de rutinas y comprometido con su arte

Que podamos desmontar esta obra parte por parte sin caer en elucubraciones, es gracias a lo medido y disciplinario de toda obra de Miró, que él mismo se encarga de dar explicación alejando toda crítica cuñaderil sobre que su arte son «dos rayajos y un círculo que hasta un niño de dos años puede realizar». A declaraciones de este tipo, se apresuraba a afirmar: «Naturalmente, no he necesitado más que un instante para trazar con el pincel esta línea. Pero he necesitado meses, quizá años de reflexión para concebirla» (fuente: rebelion.org)

Todo ello hacen de Miró un artista que entiende la creación de obras como mucho más que una cuestión de estética. Para muestra, solo tenemos que atender a sus rutinas, insoportablemente cuadriculadas para el resto de los mortales y que Yorokubu resume a la perfección en el siguiente vídeo:

Efectivamente, estamos ante un creador superado por su obra, para el que todo gira en torno a ella a niveles enfermizos, pero con un grado de compromiso que, -sin querer juzgar al artista más que por su obra-, es mucho mayor que el de coetáneos como Dalí, que jamás se atrevería a crear un Aidez l’Espagne o a encerrarse en Montserrat como protesta por el Proceso de Burgos. Compromiso que también demostró siendo agradecido con su entorno, a quien le regaló su obra cada vez que tuvo ocasión. En definitiva, un artista admirado a la par que incomprendido, pero al que se le entiende mucho más en cuanto nos acercamos a escuchar qué dice su obra. Esperamos que humildemente, hayamos ayudado con este artículo.

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