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Rincones insólitos de Barcelona

Jardines de Can Altimira: un parque fruto de la locura de un burgués

Un puente que replica al existente en las Cataratas del Niágara, otro en piedra que salva un espacio inundable para que las visitas naveguen en barca, 36 columnas románicas que dan acceso a grutas secretas… Son solo tres de los histriónicos elementos que encontramos en pleno Sant Gervasi, en los jardines de Can Altimira.

Actualmente, la Barcelona monumental se crea en base a, mayoritariamente, inversiones públicas, pero en la del s. XIX y principios del XX, la capital catalana crecía a base de fastuosas construcciones burguesas que daban forma al incipiente Eixample y a las villas que, posteriormente, se convertirían en barrios.

Así, cada familia pudiente, hacía ver al resto de mortales su poderío económico y su clase social a través de edificios como la Casa Batlló, la Amatller, la Casa de les Puntxes… Centenares de ejemplos que, a la par que servían de muestra de estatus, iban conformando una ciudad donde vislumbrar detalles a cada esquina.

Cada burgués tenía su propio antojo o fetiche: o bien contar con un arquitecto de renombre que diera personalidad a la edificación, o dejar la impronta de su actividad económica en los motivos que decoran la fachada, evocar estilos imperiales fuera de contexto histórico… el del protagonista de esta entrada era bien claro: contar con un espacio verde y evocador donde celebrar las fiestas más alocadas de la ciudad: los jardines de Can Altimira.

Jardines de Can Altimira: un pastiche extravagante con el que impresionar

Los jardines de Can Altimira datan de 1880 y, aunque no nos han llegado en su forma original, recorrerlos nos da amplias pistas de la locura que suponía en sus días de gloria y su carácter primigenio diseñado para sorprender a todo aquel que lo visita.

Escondido en un rincón del Sant Gervasi más tradicional, entre la Bonanova y Mitre, nos esperan 4300 metros cuadrados que nos sumergen en un espacio descontextualizado: por momentos parece que estamos en plena montaña, en plena selva o, incluso, en el Park Güell.

Así nada más introducirnos nos encontramos con un puente colgante de madera, que salva un importante desnivel que el dueño de la finca supo usar para imaginativamente trasladar al visitante a la Amazonia. Y como esto va de pastiches, el diseño del puente es una copia del que John Roebling (ingeniero que creó entre otros puentes colgantes, el de Brookling) ideó para las Cataratas del Niágara.

Si en vez de cruzarlo, decides introducirte en lo que el señor Altimira consideraba retazos de la Brasil profunda, y seguir el sendero bajo el puente, llegarás a la sala hipóstila, creada un cuarto de siglo antes de la que hizo famosa Gaudí en el Park Güell y compuesta por nada más y nada menos que 36 columnas de estilo románico.

Por si todo este conjunto no resulta todavía lo suficientemente llamativo, alrededor de la sala hipóstila encontramos diferentes grutas en piedra, restos de otras tantas que llevaban a la propia vivienda del doctor Altimira (situada unos metros más arriba, en el paseo de la Bonanova), así como una hondonada salvada nuevamente por otro puente, en este caso de piedra, que se aprovechaba para inundar la zona y que los visitantes pudieran recorrerla en barcas.

Otra de las aficiones que el doctor Altimira practicaba en sus jardines era la cría de sardinas, por lo que era común que el agua con la que inundaba los desniveles más bajos fuera traída directamente del Mediterráneo.

El doctor Josep Altimira: el histriónico mecenas que acabó arruinado

Toda esta locura de jardín es el fruto de un doctor que, como sus coetáneos, hizo inmensa fortuna gracias a la etapa colonial. En su caso, mediante la explotación de las haciendas de las que se hizo cargo en Cuba y sus inversiones en la bolsa.

Y como también era común entre sus compatriotas (Josep Xifré, Manuel Girona, Antonio López, Joan Güell, etc.), retornó a su Barcelona natal para gastarse su fortuna en extravagancias y en negocios locales.

A diferencia del resto, Altimira no fijó su residencia en el pujante Eixample, sino en el clásico Sant Gervasi de Cassoles, donde adquirió la finca hoy conocida como Casa Josep Altimira en 1867. Allí, alejado del céntrico nuevo distrito, es donde el hacendado decidió no solo encontrar su idílico retiro, sino además dar rienda suelta a su imaginación.

De esta forma, a las ya notables fiestas que realizaba en su casa de la, aun por entonces, villa independiente, quiso darle un nuevo papel agregando a la finca los jardines de Can Altimira que aquí nos ocupa, con toda la excentricidad ya comentada.

No fue esta la única compra inclasificable del doctor: además de los jardines de Can Altimira, nos legó para los restos dos edificios notables y monumentales del Barri Gótic: L’Ardiaca y la Casa del Degà, que salieron en subasta en 1870 cuando estos terrenos se quisieron desocupar con la demolición de las murallas medievales.

Su frenético ritmo de vida y sus ambiciosas adquisiciones produjo que, al poco de dar forma a los jardines de Can Altimira, se arruinara completamente. Éstos fueron donados por el propio doctor a la Orden de las Misioneras de la Inmaculada Concepción, a cambio de que las monjas le cuidaran hasta su muerte, y tanto l’Ardiaca como la Casa del Degà volvieron a titularidad pública, siendo compradas por el Colegio de Abogados.

No obstante, gracias a este excéntrico burgués, hoy en día no solo contamos con un espacio verde en una zona saturada de cemento y hormigón, sino que se salvaron de la piqueta dos edificios con un milenio a sus espaldas y que estaban condenados a ser sustituidos por el imperante estilo modernista.

Los jardines de Can Altimira hoy en día

Tras la donación a las monjas de la Inmaculada Concepción, éstas construyeron en parte de los jardines, en su cara norte, el colegio que aún se mantiene en pie a día de hoy. Esta primera intervención y las aperturas del carrer Mandri y Horaci provocaron que gran parte de la vegetación original se perdiera, así como el estanque.

Otro de los elementos que no se ha podido conservar es el templete de cristal dedicado a Hermes que presidía el estanque, así como otras cuatro esculturas ornamentales que todas ellas han ido a parar a la finca de Argentona del banquero Josep Garí, que las adquirió tras la bancarrota de Altimira.

El resto, lo cual incluye la sala hipóstila, los puentes y otros elementos ornamentales como la hornacina que pertenecía a la casa de Altimira y ahora se usa como fuente en un muro de contención de un edificio colindante, se ha podido conservar gracias a la remodelación que la arquitecta María Luisa Aguado llevó a cabo en 1991, como parte del plan del Ayuntamiento por recuperar espacios verdes para la ciudad.

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