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Edificios sorprendentes de Barcelona

La Casa de l’Ardiaca: un perro azul, una tortuga y un huevo bailarín

La Casa de l’ Ardiaca es hoy en día el Archivo Histórico de la Ciudad, pero el propio edificio cuenta historias que van desde los romanos hasta el falso gótico del barrio que la acoge.

Al Barrio Gótico puede que se le replique su carácter de parque temático (que también hay que decir que ya quisiéramos ver esos acabados en la Warner o Port Aventura), pero detrás de su maquillaje histórico, encontramos auténticas joyas que llevan allí desde hace siglos y que esconden anécdotas que dan testimonio del carácter de la ciudad: una ciudad que exhibe tanto su esplendor como sus vergüenzas, pero siempre con orgullo y elegantemente.

Es el caso de la Casa de l’Ardiaca, que pese a constituir la puerta al Barrio Gótico (y a la Barcelona romana) y hacerle sombra a la mismísima Catedral que retrocede ante ella su fachada, pasa desapercibida para la gran mayoría de transeúntes que van directos al pont del Bisbe o a jugar al escondite buscando la plaza Sant Felip Neri.

¿Qué es l’ardiaca o el arcediano?

Debemos confesar que dentro de esta historia en el que hay animales teñidos, sutiles «insultos» al gremio de la abogacía y hasta un huevo danzante, este detalle es el menos relevante, pero para no empezar la casa por el tejado, expliquemos qué le da nombre a la casa y por qué llega a día de hoy tal como la construyeron a pesar de contar con más de 10 siglos de historia.

El arcediano (traducción de l’ardiaca que da nombre a la casa) es una figura eclesiástica propia del medievo, que no ha sobrevivido hasta nuestros días. También llamado archidiácono por ser el diácono de la catedral, era la mano derecha del obispo, su hombre de confianza y jerárquicamente su estamento directamente inferior. Sus tareas consistían básicamente en dirigir las obras de caridad que, en nombre del obispo, se realizaban desde la catedral. Con el tiempo, esta figura fue desapareciendo y derivando en la del vicario.

Tal como a estas alturas podemos deducir, la casa que nos ocupa era en la que habitaba el arcediano de la Catedral de Barcelona, aunque los terrenos primigenios, -que datan de antes del s.XI cuando los vizcondes de Barcelona los ceden a la par que se construye la Catedral-, se entregaron al obispo (en algún momento posterior imaginamos que encontraría un lugar mejor para vivir).

Otro obispo fue el que se encargó de construir la casa anexada a l’Ardiaca en una reforma del pasado siglo, la casa del Degà (del decano), que data del s. XV cuando el máximo mandatario eclesiástico de Barcelona mandó derruir su casa para hacer hueco al Pla de la Seu y su escalinata.

Un President de la Generalitat reciclando sarcófagos romanos

Una casa no sobrevive mas de 1000 años si no es a base de reformas, y la Ardiaca recibió la primera de importancia a manos nada más y nada menos que de un President de la Generalitat, que no era otro que el arcediano que la habitaba: vamos, que ya que mandaba, se quiso hacer un palacete a medida.

Se trataba de Lluís Desplà que, ironías de la vida en un barrio característico por recuperar el esplendor gótico en pleno s. XX, convierte l’Ardiaca en el primer edificio renacentista de una ciudad inmersa en el gótico del s. XVI.

Para ello y como no podía ser de otra forma de alguien que quiere algo renacentista en el s. XVI, se inspiró en los palacios italianos y se mandó pintar una Piedad en la capilla (la Piedad Desplà), así como otros detalles como relieves que se trajo del mismo país transalpino, la galería arcada de los pisos superiores, puertas platerescas y, ya que habían aparecido por aquella época un par, quiso retratar el ambiente de Roma hasta en los abrevaderos para caballos, para lo que se sirvió de un sarcófago imperial.

Todavía quedarían 450 años para que apareciera el yacimiento de la plaza Villa de Madrid, pero no nos queremos ni imaginar qué hubiese hecho Desplà con tal descubrimiento…

Detalle de la muralla romana como contrafuertes de la casa de l'ardiaca
Detalle de la fachada posterior de l’Ardiaca, que supone el frontal del Gótico desde la plaza Nova, avanzadilla de la Catedral y con la muralla romana como contrafuertes de sus muros. Podemos ver como después de la reforma de la década de los 90, los añadidos se tiñeron de salmón para poder realzar el lienzo de muralla romana sobre los remates posteriores. Con anterioridad a esta reforma lucían del mismo color que los restos romanos.

Salvada de la piqueta la casa de l’Ardiaca y su hermana melliza gracias a una subasta

La fiebre con la que se derrocaban edificios en Barcelona una vez cayeron las murallas casi se lleva por delante a nuestra milenaria amiga, que cambió de manos eclesiásticas a civiles tras la desamortización de Mendizabal. De hecho, aun podemos conservar esta parte de la defensa romana porque se integró en la casa y porque en la subasta que se llevó a cabo de los terrenos en 1870, Josep Altimira (un nuevo rico gracias a las inversiones en bolsa), decide adquirirlas y en vez de demolerlas, restaurarlas.

Esto que ahora nos suena lógico (lo de no tirar a la primera de cambio un palacio de 1000 años), resultaba extravagante en la Barcelona del plan Cerdà, donde lo lógico era destruir lo antiguo y que oliera aún a epidemias e insalubridad (los barceloneses del s. XIX no tenían una buena percepción de lo que era vivir intramuros) y construirse algo novedoso (y modernista) con lo que presumir ante los viandantes.

Debemos agradecerle al señor Altimira esa sensibilidad artística hacia lo renacentista que le llevó incluso a potenciar esta cualidad de l’Ardiaca y Degà, anexándolas y realzando los elementos que hoy caracterizan al edificio, como la palmera del patio, la arcada que lo rodea (solo existían dos arcos sosteniendo una tribuna que Altimira hizo clonar hasta rodear la estancia) y la fuente, realizada con los restos de un pozo.

Un arquitecto modernista algo faltón para dar personalidad a la casa de l’Ardiaca

La extravagancia de Altimira no tuvo un largo recorrido, y a los 10 años de adquirirla se arruinó. Asfixiado por los acreedores, la titularidad volvió a ser pública y fue el Colegio de Abogados quien se hizo cargo del edificio. Esta vez no pudieron resistirse a la tentación de hacer la casa modernista y llamaron nada más y nada menos que a Lluis Doménech i Montaner para que la reformara.

Las intervenciones fueron mínimas, pero dotó a la casa del que es su elemento más icónico: el buzón modernista de la entrada. Para ello Domènech contó con la ayuda del maestro escultor Alfons Juyol, que realizó una pieza en la que figuran 5 vencejos, una hiedra de 7 hojas y una tortuga junto al escudo del Colegio de Abogados de Barcelona. ¿Qué quisieron expresar con ello estos artistas modernistas? Nada más y nada menos que una burla al propio gremio para el que trabajaban.

Con los 5 vencejos quisieron simbolizar la rapidez con la que la justicia debe actuar, que sin embargo, por culpa de los abogados, se ve enmarañada (como la hiedra) en una serie de pleitos y papeleos que la convierten en un sistema lento y exasperante, como el caminar de la tortuga.

Se ve que a la máxima autoridad del colegio no le hizo nada de gracia el chiste, y solicitó a Domènech que cambiara el buzón por alguna inscripción que hiciera ver que allí se impartía justicia. El mandato fue hacer uso de alguna frase típica del gremio de la abogacía, a lo que el arquitecto sugirió cambiarla por la expresión popular: “abogados y procuradores, al infierno de dos en dos“. Muy poco productiva para los abogados debió ser la discusión cuando, por suerte, aún hoy en día podemos disfrutar del buzón.

¿Y por qué vemos la concha de la tortuga tan pulida? Esto se debe a una tradición popular, que indica que quien acaricia la concha de la tortuga recibirá buena fortuna y, como somos tal como somos, ahí estamos los barceloneses y foráneos sobando al pobre reptil cada vez que pasamos por allí. De hecho, la oralidad también indica que esta concha es la forma más eficaz de librarnos de la maldición que pesaría sobre nosotros si miramos por segunda vez la calavera que decora el cercano pont del Bisbe.

La Casa de l'Ardiaca en Barcelona cuenta con detalles de su pasado romano, renacentista, gótico y modernista, como este buzón de Domènec i Montaner
Detalle del buzón modernista de Domènech i Montaner. En él se pueden apreciar las diferentes alegorías a la justicia y el desgastado caparazón de la tortuga debido a la superstición que sobre ella recae.

Y un siglo después las murallas volvieron a la ciudad

Ya en 1921 y gracias a los valores de la Renaiçenca, se convierte el edificio en la memoria histórica de la ciudad, creando entre sus milenarias paredes el Archivo de la Ciudad. Llega con él una nueva reforma, la de Josep Goday, que lo racionaliza creando la rampa de acceso y moviendo ligeramente muros y ventanas para hacerla más cómoda y transitable. Aún le quedaría a l’Ardiaca dos intervenciones más, destacando la de 1957 por la particularidad que se tuvo que crear «de la nada» una cuarta pared y no cualquiera… la que da de frente a la plaza Nova.

Hasta ahora, las murallas romanas estaban ocultas de la vista como simples paredes de las casas adyacentes (una práctica muy popular era en vez de derrocar las murallas como se hicieron con las medievales, integrarlas en edificaciones como firmes muros de apoyo), pero en 1957, alguien tuvo la genial idea de que, ya que teníamos unas murallas y ya que la plaza tenía su importancia estética (por eso de estar ahí la catedral y esas cosas…), demoler las casas totalmente random que afeaban la estampa y dejar a la vista la puerta de acceso norte de la fortificación imperial.

Este hecho produjo que entre las torres defensivas quedara l’Ardiaca totalmente desnuda sin una cuarta pared, para lo que se llamó a Adolf Florensa que creó la que aún podemos hoy ver desde la plaza pero con unos tonos y acabados que la integraban totalmente dentro del muro. Un «pastiche» historicista que no acabó de convencer a todos y que produjo que, en la última reforma de los años 90, se tintaran los muros del característico color salmón que hoy lucen con la finalidad de que destaque mucho más las murallas «reales» y no el el falso muro posterior.

Esta imagen es muy representativa del Barri Gótico, donde convive lo real (la muralla romana) y la reinterpretación histórica (el falso acueducto, reproducción de los años 30). La reforma de los 90 quiso aportar claridad sobre lo auténtico por encima de las reproducciones históricas.

El perro de San Roque no tiene rabo (y es azul)

Casi 20 párrafos nos ha costado llegar al que es uno de los claims del artículo (qué queréis… más de 1000 años de historia no se resumen tan fácilmente…) y no es otro que preguntarnos qué hace un perro dentro de una hornacina junto a la muralla y, sobre todo, por qué es azul.

Podemos encontrarlo en la fachada trasera de l’Ardiaca, encarando la plaza Nova junto a la reproducción del acueducto que nos da entrada al carrer del Bisbe. En esta esquina nos saluda el patrón del Barrio Gótico, Sant Roc, junto a su inseparable perro. Una representación sencilla y sin excesos que no llama particularmente la atención salvo si nos fijamos en su fiel acompañante… que es de color azul celeste.

Hornacina de San Roque y su afamado perro azul integrado en el acueducto
La hornacina pasa desapercibida si no nos fijamos en ella, al ser el acueducto quien se lleva todo el protagonismo.

Sant Roc es tradicionalmente el patrón del Barri Gòtic, cuyas celebraciones en su honor son, de lejos, las más antiguas de las festas majores de la ciudad, datando la primera de 1589. Su patronazgo se debe a ser un santo muy vinculado a la cura de epidemias, ya que él mismo se contagió de la peste atendiendo a los enfermos de esta enfermedad en Roma y se recuperó milagrosamente. Nadie se le quiso acercar a ese momento a excepción del perro que siempre le acompaña, quien le proveyó de pan durante su convalecencia, de ahí a que ambos sean indisolubles en cualquier representación del santo.

Por ello, el Consell de Cent en 1563 se encomendó a Sant Roc tras una fuerte epidemia de peste, acto que se repitió 6 años después con la siguiente y se convirtió en tradición habitual hasta oficializarlo con carácter más festivo que eclesiástico en 1589. Y hasta aquí lo enciclopédico alrededor de la figura del santo en L’ Ardiaca pero… ¿por qué un perro azul?

Detalle de la hornacina en la que luce Sant Roc y su perro, que en Barcelona es azul.

Esto se debe a la literalidad con la que un vecino del Gòtic se tomó una burla. A principios del s. XIX, era tradición que cada año algún devoto del barrio se hiciera cargo de la pequeña capilla (que por aquel entonces, se encontraba a pie de suelo. No fue hasta que las obras arqueológicas alzaron la antigua muralla romana que quedó a la altura actual). Al llegarle el turno a Manuel Pontí, de profesión dorador, se le cayó la escultura rompiendo la parte del perro. De inmediato quiso restituir su torpeza restaurándola, para ello preguntó a la comisión de fiestas de qué color debía ser el perro, a lo que le respondieron de forma sarcástica: «¡hombre, si te parece píntalo de color azul cielo!». No sabemos si Pontí carecía de sentido del humor o lo tenía en exceso que acabó pintándolo de esta tonalidad.

Y así permaneció hasta que en 1936 destruyeron la imagen. Posteriormente, se restituyó pero con un perro de color marrón, sin la broma – error de Pontí y con ello, sin uno de los testimonios clave de unas celebraciones centenarias… hasta que la voluntad popular quiso que en 2015 se restituyera la imagen original, con su perro como toca: de color azul cielo.

La capilla se eleva a día de hoy por encima de los dos metros, pero originalmente quedaba a la altura de los devotos. La razón de este alzamiento se debe a que en el s. XX, cuando se descubrieron nuevos restos romanos, se disminuyó el nivel del suelo para que quedaran a la vista.

Casa de L’ Ardiaca: una emblemática sede de l’Ou com Balla

Para quienes son barcelonines de pro, el claim del huevo bailarín le habrá trasladado sin ningún tipo de duda a la tradición de l’Ou com Balla: una curiosa forma de celebrar el Corpus consistente en hacer levitar un huevo sobre el chorro de agua de una fuente.

De cómo se consigue que un huevo baile sobre una fuente sabemos que se consigue vaciándolo primero y sellando con cera el agujero producido; de la tradición por la que cada año este claustro y otros tantos de la ciudad se llena de estas cáscaras flotantes es más incierto.

La más extendida indica que se hace como representación de la hostia consagrada (huevo) y el cáliz (el agua), aunque también hay otras referencias a la cristianización de la tradición musulmana de los juegos del agua que se hacían en los patios árabes. Lo que sí es sabido que en Barcelona al menos se celebra desde el año 1440, al aparecer una partida de huevos entre los gastos de la Catedral para la festividad del Corpus.

Por aquel entonces solo se celebraba en el claustro de la Catedral, pero tras las reformas de Lluís Desplà, se hizo extensible al renacentista patio de l’ Ardiaca, siendo el primer lugar no catedralicio en celebrarlo y, hasta finales del s. XX cuando se extendió a otros claustros y patios de la ciudad, el único. Aunque ya no comparta exclusividad, a día de hoy sigue siendo parada obligatoria al ser de las fuentes más ornamentadas en estas singulares fiestas.

L’ Ardiaca, un pedacito de gótico que fue antes romano, renacentista y modernista. Que guarda entre sus paredes la historia de toda una ciudad, siendo la suya propia muy relevante para ella.

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