¿Alguna vez os habéis preguntado por qué dos de las vías más importante de Barcelona tienen un nombre tan cartográfico? Como todo en esta vida (y menos en el nomenclátor), no se trata de casualidades: tanto su posición dentro del mapa como la historia que las une, dan meticulosa respuesta a esta pregunta… y entremedio, aparecen como personajes un francés obsesionado con las mediciones y un viejo faro que daba entrada al puerto.
La meridiana y el paral·lel: dos obsesiones de un Cerdà muy meticuloso
Y es que los genios lo son por sus locuras y por sus meticulosidades respecto a los temas que abordan, y si se alaba el proyecto del Eixample de Cerdà como un excelente ejemplo de planificación urbanística, no lo es por el simple hecho de haber «cuadriculado» 7,46 km² de Barcelona, sino por cómo diseñó cada cuadrícula y dentro de qué límites lo hizo.
Para cada cuadrícula, Cerdà contempló que se diseñara en altura y anchura suficiente como para que se aprovechara al máximo las horas de sol, calculando la altura de cada planta (de ahí a que los pisos del Eixample destaquen por sus altos techos) y su disposición respecto a cada isla o manzana de casas (cosa que después, el alcalde más nefasto que ha tenido esta ciudad, Porcioles, se encargó de modificar en aras de la especulación inmobiliaria)

Es en este apartado donde entra el protagonismo de nuestras dos avenidas: para que la orientación del nuevo barrio, fuera la correcta para recibir el máximo de horas de sol posibles, Cerdà diseñó su cuadrícula respecto a la inclinación norte – sur, de forma que la luz solar incidiera en todas las fachadas. Para ello y para demarcar los límites, establecería dos ejes de referencia: un paralelo y un meridiano.
¿Qué meridiano tomo de referencia Ildefons Cerdà para su Eixample? Un meridiano que ya era familiar en la historia de Barcelona y ya estaba perfectamente demarcado: el meridiano 2º 13’ 45’’.38 E.

El meridiano 2º 13’ 45’’.38 E: el «padre» del metro como unidad de medición
¿Cómo sabía Ildefons Cerdà de la demarcación exacta del antiguo meridiano de París? Se sabe del paso exacto del meridiano que antecedió al de Greenwich en la demarcación mundial por Barcelona gracias a que a finales del s. XVIII, un astrónomo francés tomo de referencia Montjuïc para calcular y establecer el metro como medida de longitud mundial.
Pierre Méchain, protagonista de esta peculiar historia de cómo se estableció el metro en Montjuïc, tenia la tarea de calcular la diezmillonésima parte del cuadrante de un meridiano terrestre, y para llevar a cabo el cálculo con mayor facilidad, usó la técnica de la triangulación geodésica: técnica que sirve para establecer medidas concretas entre diferentes puntos a través de triangular posiciones y medir uno de sus lados.
Si Méchain no hubiese caído en la maniática ocupación de las triangulaciones (que sus años y años le llevó) a día de hoy nos mediríamos por varas, pies, pulgadas o cualquier otra medida, pero además gracias a sus estudios desde Montjuïc (existe un hito y una placa que rememoran la gesta en el castillo), tenemos metro y conocemos que el meridiano coincide con la torre del reloj del puerto, referencia que también tomó Cerdà para proyectar la avenida que serviría para delimitar el este de su proyecto.





El paralelo 41º 22´34: una coincidencia nada azarosa
Cerdà ya tenía perfectamente demarcada la avenida que cerraba su proyecto al este, pero al oeste se encontraba el problema de topar con la montaña de Montjuïc, por lo que necesitaba un paralelo en el que pudiera trazar una nueva avenida sin que se topara con la «muntanya mágica». El paralelo más cercano a Montjuïc sin sobrepasarlo era el 41º 22´34, que finalmente se convertiría en nuestro Paral·lel.
¿Y cómo se pudo trazar el Paral·lel con la exactitud quirúrgica que una mente cuadriculada como Cerdà demandaba? Recuperando los estudios que Méchain realizó medio siglo antes, Cerdà pudo saber que la Meridiana y el Paralelo seleccionados, se cruzaban en un mágico punto que ya hemos mencionado: el reloj del puerto.

La torre del rellotge: el eje de un sistema métrico, dos avenidas y una mentira sostenida en el tiempo
Terminemos por la mentira, que es lo que más nos llama a esta altura la atención… Y no es otra que la torre sea ciertamente la del rellotge… Obviamente a día de hoy lo es, solo basta mirar las cuatro llamativas esferas que la culminan, pero no estamos realmente ante una construcción que se diseñara para que los barcos de la cofradía de pescadores, supieran a que hora comenzaban o terminaban de faenar: realmente estamos ante el primer faro de la ciudad de Barcelona.
La historia de esta peculiar construcción comienza en el año 1743, cuando el ingeniero Próspero Van Verboom fue el encargado del proyecto de ampliación del Puerto de Barcelona, que ya comenzaba a despuntar como ciudad con gran actividad marítima y las fanganosas tierras que lindaban con la Barceloneta (el actual paseo de Joan de Borbó) requerían que se extendieran los amarres hacia poniente, donde se construyó el brazo que actualmente queda a la altura de la torre del teleférico.
Al ser por aquel entonces este brazo, una entrada a mar abierto, diseñó un faro para señalizar y dirigir la entrada de barcos que finalmente se construyó en 1772, cuando el muelle de poniente estuvo acabado. El puerto continuó su actividad con este diseño hasta que en 1904 se proyectó una nueva ampliación que, además de extender el muelle de poniente hasta lo que a día de hoy es las instalaciones del Club de Natación, amplió sus brazos hasta la ladera de Montjuïc, comenzando a configurar lo que años más tarde sería el puerto puramente comercial con la construcción de la Zona Franca.
Esta primera extensión hacia Montjuïc (que hoy la ocupa el puerto de cruceros), obligó a la construcción de un segundo faro, que es el que hoy vemos bajo el castillo de Montjuïc, quedando inutilizado el primigenio de Verboom. No obstante, dado su carácter monumental, se impidió su derribo y se tomó la decisión de convertirse en torre del reloj, colocando una esfera a cada uno de sus lados donde en otros tiempos se situaba la linterna del faro.

Un reloj mirador para una Barcelona más turística
El cambio de uso conllevó que se adaptara la torre no solo para mostrar las horas en las cuatro caras, sino también para que sirviera de mirador en una Barcelona que comenzaba a descubrir las bondades del turismo como sector económico y social.
Antes de la celebración de la Exposición Mundial de 1888, toda instalación en Barcelona no se concebía para otros usos que no fueran los funcionales. Es así como la ciudad vio perder sus puertas y murallas cuando ya no se necesitaron y como otros tantos edificios monumentales se derribaron al más mínimo indicio de desgaste o ante la posibilidad de un mayor aprovechamiento del terreno.
Con la celebración de la Exposición Mundial, de gran éxito entre el público, y con un creciente interés extranjero y nacional por descubrir otros lugares alimentado desde la década de 1820 con propuestas como la de Le Grand Tour (el gérmen del turismo de masas), ya no se conciben en grandes ciudades como Barcelona los espacios como meramente funcionales, sino que se adaptan y decoran para que también sirvan como puntos de interés turístico.
Es así como ante la posibilidad de derribo de la torre del reloj, se aprovechó su perfil peculiar y su posición dominante ante el casco histórico para convertirlo en un mirador, añadiendo un aterrazado alrededor de la cúpula.
Como última curiosidad, como parte de estas funciones de mirador de la ciudad, la zona numérica de la cristalera que indica el número 7 se abre a modo de ventana, permitiendo observar la ciudad a través de la esfera.
