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Edificios sorprendentes de Barcelona

Casa de la Marina: un edificio de tantos que dice mucho más de lo que parece

La Casa de la Marina es uno más de otros tantos edificios en Barcelona que, sin aportarnos visualmente nada que nos llame la atención o que los haga destacar, supusieron todo un avance en la arquitectura y construcción de la ciudad. Te presentamos otros edificios anodinos que, sin embargo encierran mucha más historia de la que se ve.

Hay cierta unanimidad en que edificios como los modernistas que pueblan todo el Eixample son obras de arte sin llegar a dudas, sin embargo, existen otros edificios cuya belleza, cuyo valor, necesita de explicación. Es el caso de la Casa de la Marina, un edificio que calificaríamos de anodino, incluso molesto dentro de la hilera de casas marineras de la Barceloneta y que, sin embargo, resulta mucho más innovador y artístico de lo que podríamos pensar.

Casa de la Marina: una auténtica adelantada a su época

¿Cómo un edificio que rompe con el clasicismo imperante en el Passeig de Joan de Borbó, se puede calificar como obra de arte e incluso como Bien Cultural de Interés Nacional? Visto con la perspectiva de pleno 2022, no nos falta razones para incluso calificarlo como insulso, pero de esta razón viene su «grandeza»: la Casa de la Marina data de 1952, y si hoy nos resulta un edificio sin más es precisamente porque fue pionero en sus formas, sus soluciones arquitectónicas y abrió paso a la vivienda social más allá de las «cases barates».

La belleza puede que no, pero el contexto sí lo es todo dentro de la grandeza de la Casa de la Marina. Edificada en plena posguerra, sus diseñadores, José Antonio Coderch y Manuel Valls, rompen con las reglas de la vivienda obrera para «jugar» con los principios de la arquitectura contemporánea. De esta forma, renuncian a aprovechar el espacio en vertical mediante las líneas rectas y delimitadas, para romperlas creando en superficies mínimas, riquezas de espacios.

Así, estas viviendas destinadas para pescadores de la Barceloneta y promovidas por el Instituto Social de la Marina, no cuentan con un espacio mayor de las que colindan en el interior del barrio, pero sí con comodidades como un mayor aprovechamiento de la luz natural al jugar sus paredes con las diagonales, que hacen de espacios como los pasillos, focos de iluminación y ventilación.

Estos dos factores se ven favorecidos por los que son los elementos más llamativos y, por aquel entonces, inéditos en la construcción: la persiana de listones, cuya regulación permite controlar los flujos de aire y luz natural, además de actuar de membrana aislante y permitir privacidad sin renunciar a la iluminación exterior.

De esta forma, el tándem Cordech – Valls, aplica conceptos ya puestos en marcha por genios universales de la arquitectura como Gaudí (la ruptura de la recta, el uso de elementos arquitectónicos dispuestos como la naturaleza) o Lloyd Wight (la búsqueda de la diagonal), a la vivienda social, en un tiempo en que lo común para estos estratos era seguir el modelo de cases barates aplicadas en Can Peguera o en el Bon Pastor.

La Casa de la Marina, dentro de su simpleza y sin contar con elementos ornamentales más allá que su cerámica naranja y cubierta plana de madera en voladizo, se convirtió en una época poca dada a la innovación, en modelo absoluto aún hoy vigente. Hoy la Casa de la Marina nos resulta un edificio sin más precisamente porque ha sido reproducido hasta la saciedad, siendo su mayor hándicap que no se construyó en los 90, 00, o hace diez años, sino hace 70, los que recién acaba de cumplir.

La Casa de la Marina, Rubianes y el Almirante degradado

Todas estas virtudes, sumadas a lo céntrico y acogedor del barrio de la Barceloneta, convirtió a la Casa de la Marina de decana de las VPOs (las buenas, no las que se limitan a levantar tabiques y lucir fachadas blancas porque son más baratas de mantener) a objeto de deseo. Tal que no le faltaron pretendientes tras sus legítimos primigenios marineros.

El más conocido fue, sin duda, Pepe Rubianes, que tanto presumía de su posesión que el barrio entero lo reconoce como hijo predilecto, hasta tal punto que el 15 de abril de 2018, el consistorio de Ada Colau en su pretensión de renovar el nomenclátor y eliminar referencias colonialistas o fascistas, le dio el nombre del actor / humorista a la vía donde se encuentra la propia Casa de la Marina, en detrimento del de Almirall Cervera, homenajeado allí desde poco antes de que se levantara el edificio, desde 1942.

Una decisión que, pese a contar con la (casi) unanimidad del barrio, más cercano a los principios de Rubianes que a los tintes imperialistas de Cervera, levantó ampollas en un marcado sector de la ciudadanía que entendía los gestos de los Comuns como política republicana revanchista.

Este sector (entre los que se encontraban sus propios descendientes) alegaba que el almirante Cervera fue uno de los héroes de «la tragedia del 98», en la que España perdía sus últimas colonias, dignificando concretamente la batalla de Cuba en la que participó activamente, siendo esta la principal hipótesis por la que merecía el nombre de la arteria marinera.

Lo que olvidan sus partidarios y familiares es que, si bien Cervera fue uno de los destacados en aquel episodio nacional, también lo fue de la represión al movimiento cantonalista gaditano: frente político que abogaba por una república federal y con mayor peso del municipalismo. Para reducirlos, Cervera comandó una flota en Cádiz que no dudó en bombardear la ciudad.

Eso si atendemos a la «primera» hipótesis a la que se aferran los defensores de la memoria de Cervera, ya que existe una segunda posible causa meritoria del nombre de la calle que, de ser validada, refuerza aún más las razones de la pérdida del honor.

Esta segunda hipótesis defiende que la calle no homenajea directamente al almirante, sino a un barco que llevó su nombre. Un barco cuyo principal logro fue participar en los bombardeos de la que es considerada el mayor crimen de guerra de las tropas franquistas: La Desbandá. El brutal ataque a los refugiados andaluces que huían de Málaga y que fueron sorprendidos con la línea de fuego desde plena costa.

Así, al momento de recibir el nombre la vía en 1942 (en detrimento del escritor republicano Alfredo Calderón, que de esto no se ha discutido), es muy probable que el por aquel entonces alcalde Miquel Mateu (el ferretero que desmontó el Palau de les Belles Arts y convirtió el convent dels Àngels en una chatarrería), orgulloso falangista y amigo personal de Franco, quisiera honrarle poniendo de nombre a una de las vías principales de un barrio eminentemente republicano, uno de los barcos que más «enemigos del régimen» arrasó.

Un barrio que así, teniendo presente día tras día el nombre de un barco del que se conocía que había acabado con 5.000 víctimas (el mismo número que las causadas en Gernika) y el exilio de 150.000 republicanos, pudiera servirle la medida de aleccionadora…

Razón de más para alabar que hoy en día, esta popular calle de la Barceloneta, lleve el nombre de uno de sus más insignes habitantes y no el de un señor de la guerra en el mejor de los casos, barco asesino en el peor.

Cordech: el gran arquitecto de la Posguerra que marcó el camino

Pese a su talante franquista, lo cual le permitió no dejar de trabajar en ningún momento, Cordech asimiló como ningún otro arquitecto de la época el progresismo y la modernidad constructiva, siendo frecuentes en sus obras elementos destinados a baremar la ornamentación con la funcionalidad.

De esta forma, Cordech rompía con la frialdad y escasez de comodidades de los edificios de la Posguerra, a la par que introducía técnicas de vanguardia nunca antes vistas en el país. Aprendiz de un maestro del modernismo como era Jujol, Cordech lo fue de la nueva arquitectura para referentes como Saenz de Oíza o Ricardo Bofill, que frecuentemente lo nombraba como influencia.

Si la Casa de la Marina fue un referente en cuanto a la vivienda, respecto a los edificios de oficinas, encontramos otro hito de Cordech en las Torres Trade, un conjunto empresarial que llama la atención incluso a día de hoy por su modernidad, pese a estar datadas en 1965.

En ellas vemos elementos que ya puso en práctica en la Casa de la Marina por primera vez, como el muro cortina, que en esta ocasión en vez de ser de persianas, lo son de vidrio y aluminio, al igual que nuevamente rompe con la línea recta en las fachadas para ganar espacio a base de sutiles ondulaciones en el interior que sirven para realzar el exterior.

Pese a esta repetición de elementos, los diseños de Cordech evolucionaban a la par que lo hacía la sociedad a la que se adelantó con la Casa de la Marina, hasta tal punto que su última gran obra aúna su propia tradición, con la contemporaneidad que a día de hoy es frecuente en los edificios del 22@.

Se trata de las Torres de la Caixa, a pocos metros de las Torres Trade con las que parece dialogar desde diferentes perspectivas. En ambas es destacado el uso del negro y el juego de luces que aporta el acristalamiento, los dos conjuntos luciéndolos mediante muro cortina. Pero mientras las Torres Trade recogen la práctica de la Casa de la Marina de aprovechar el máximo espacio horizontal, a través de la ruptura de la recta, con las Torres La Caixa Cordech cede a la construcción en vertical.

Otros ejemplos en Barcelona de edificios simples pero rupturistas

Sirva este artículo como homenaje a que en lo simple, en lo sencillo o incluso en lo vulgar, siempre puede haber algo de genialidad. Una genialidad que nos conviene buscarla para no siempre ofuscarnos con construcciones que parecen hechas por capricho o que incluso ensucian el paisaje, pero que suponen un necesario avance.

Sin conocer la historia de la Casa de la Marina, pasa por un edificio sin más que rompe con un entorno clásico, incluso más que el insultante edificio que se encuentra a la otra acera del carrer Pepe Rubianes, cuyos desconchones y aire decadente se escuda en la antigüedad y humildad del barrio.

Otros edificios a lo largo de Barcelona han corrido la misma suerte de ser ajenos a la mirada del ciudadano pese a constituir notables avances. Os presento 5 ejemplos de edificios de los que necesitas saber su historia para conocer por qué son especiales.

Edificio Mitre

Construido en 1959, recoge la esencia que marcó la Casa de la Marina: aprovechar el espacio existente para la comodidad de sus habitantes. A pesar de que hoy se encuentra en la zona alta de la ciudad, al momento de su construcción respondía a las necesidades de crecimiento de la «Gran Barcelona», siendo Mitre un suburbio en el que nadie quería vivir al ser el lugar destinado para el segundo cinturón (la ronda de Dalt).

Por ello, su autor, el arquitecto Francisco Barba Corsini se afanó en hacer lo más cómodo y atractivo posible un bloque de viviendas que seguía los principios de la construcción residencial de la época: materiales baratos pero duraderos y máximo aprovechamiento de los espacios.

El reto no era menor, puesto que las condiciones de la constructora era la de crear viviendas de como máximo 46 m2. Para ello, Barba ideó dos soluciones totalmente innovadoras para la época: ofrecer zonas comunes como lavanderías (liberando así el espacio destinado al lavadero), y elementos como armarios empotrados, altillos o puertas correderas entre tabiques: muy comunes hoy en día pero que por entonces sólo los ofrecía el Edificio Mitre, que rápidamente se convirtió en un símbolo de modernidad.

En una época en que eran comunes las familias numerosas, para las de más de 6 miembros ofrecía viviendas dúplex, consistentes en la superposición de dos piezas estándar, así como también recuperó la tradición racionalista muy imperante en el Eixample llevándola al extrarradio, mediante el uso compartido de comercios, oficinas (primeras plantas) y viviendas.

Edificio Meridiana

Construido en plena era del brutalismo, corriente en la que manda el minimalismo, el uso de materiales de construcción al desnudo (sobre todo el hormigón y el ladrillo) y las formas angulares, el edificio Meridiana es una obra temprana y uno de los mejores ejemplos de arquitectura residencial del equipo MBM Arquitectes (Oriol Bohigas, J. M. Martorell, David Mackay).

Su principal característica e innovación es la disposición desalineada y con forma de tribuna de las ventanas, orientadas en su totalidad al sur y con la obertura al norte totalmente cerrada, lo cual permitía la creación de corrientes naturales e iluminación a pesar de estar construida en la cara oeste.

Esta particular fisionomía, que contrastaba con los pórticos y el remate del edificio de hormigón, le valió el apodo de «la colmena», siendo posteriormente una solución muy imitada por otros arquitectos que tenían que resolver una mala orientación del edificio.

Bloc Les Corts

Este es de los más llamativos de la selección por su imponente presencia. Es imposible no fijarse en él debido a sus 15 plantas de altura y a su entorno, vacío al ocupar un solar de zonas verdes en lo que anteriormente era el campo del F.C. Barcelona antes de trasladarse travessera abajo, al Camp Nou.

Si llamativo es su tamaño, más aún su fachada de prismas dispuestos como si se tratara de los filos de una sierra. Aspecto que le da sus tribunas dentadas, inspiradas en el edificio Meridiana pero a dos vientos que, más que solución a una mala orientación concreta, permite la ventilación e iluminación de las viviendas sin depender de las horas de sol ni de la dirección del viento. Esta innovación la aplicaría al terreno de las oficinas en la que es otra de sus obras más polémicas: el edificio Estel, donde sustituiría las cristaleras por el muro cortina de persianas semejante al de la Casa de la Marina.

Es esta la principal contribución de su arquitecto, Francesc Mitjans, que a la postre fue el encargado de la construcción del propio Camp Nou en 1957, ya que el resto de disposiciones se asemeja bastante a la línea abierta por el Edificio Mitre en el que la construcción hace las veces de comuna, contando con sus propios servicios y comercios.

El aspecto tosco más allá de su llamativo acristalado, se debe a que otro de los retos a los que se enfrentó Mitjans es, nuevamente, la falta de espacio (visto lo visto, la mayor fuente de creatividad de los arquitectos), ya que los terrenos sobre los que se asentaba el viejo estadio del Barça, estaban declarados como zonas verdes, hecho que no frenó al amigo de este blog, Porcioles, que como excelente especulador, reservó una pequeña franja de terreno para que su amigo empresario inmobiliario, Josep María Figueras, pudiera construir viviendas.

Edificio Can Bruixa

Es el menos llamativo de los ejemplos expuestos y, tanto por su localización (barrio puramente residencial), como por su fachada y acabados asépticos, es de los que pasas por delante de él y nada te hace reparar en su importancia.

Sin embargo, este edificio de 1974 es uno de los ejemplos más notables de la denominada como Escuela de Barcelona: corriente arquitectónica promovida por el propio Oriol Bohigas caracterizada por el uso racional de los espacios, materiales tradicionales y por primar tanto los interiores como el entorno en el que se encuentra el edificio.

Apreciamos estas características en cómo la fachada avanza una vez superadas las primeras plantas, destinadas a comercios y oficinas, y el aprovechamiento de la cubierta como terrazas. Es obra de Albert Viaplana, un arquitecto tan laureado como criticado, icono de la arquitectura deconstruista que tanto le lleva a hacer genialidades como la Rambla de Mar, el CCCB o el homenaje a la República en Nou Barris, a aberraciones como la plaça dels Països Catalans o la reforma de la plaza Lesseps.

Casa Bloc

No están todos los que son, pero sí son todos los que están. Hay otros notables ejemplos de la arquitectura poco llamativa pero rupturista como podría ser cualquier edificio de la Vila Olímpica, concebidos para experimentar con el espacio habitacional y que fue el patio de recreo perfecto para estudios de la talla del mismo Viaplana y Bohigas, pero como listarlos todos daría para más que un artículo, una tesis de arquitectura (sin ser yo nada de eso), quisiera cerrar este pequeño ejemplo de la arquitectura genial pero sobria con uno de sus representaciones más notables y renombradas, de la que beben absolutamente todos los ejemplos anteriores: la Casa Bloc de Sant Andreu.

Antes que Cordech y la Casa de la Marina, los miembros del prestigioso GATCPAC (Josep Lluís Sert, Joan Torres Clavé, Cristóbal Alzamora, y Joan Baptista Subirana) ya se plantearon dignificar la vivienda y diseñar edificios sociales más allá de las casas baratas. Para ello acudieron a la construcción «en redent», planteada por Le Corbusier en 1922 y que consiste en edificaciones continuas y quebradas destinadas a alojar una densidad de 300 habitantes por hectárea.

Para ello, a petición de la Generalitat que entonces presidía Francesc Macià, levantaron un conjunto de cinco bloques en forma de S en el entonces extrarradio de Barcelona, cerca de las fábricas del pujante Sant Andreu (con la Fabra i Coats a la cabeza). Esta distribución permitía crear dos plazas que se aprovecharían para equipamiento público.

El acceso a las viviendas (todas dúplex) se realiza mediante un pasillo, con la suficiente amplitud para colocar tendederos, macetas y sillas, lo cual fomenta el uso vecinal de los espacios, mientras que las necesidades de iluminación y ventilación la resolvieron colocando las estancias que necesitan menos estas circunstancias (cocina, baño y sala de estar) de cara a los pasillos con orientación norte-oeste, y dormitorios en la planta superior con orientación sur-este.

El estallido de la Guerra Civil impidió que la Casa Bloc se finalizara en su concepción inicial, no pudiéndose completar espacios comunes ideados para las plazas como la piscina o biblioteca, y destinándose finalmente las viviendas a militares, viudas de caídos en la Guerra y policías.

La falta de mantenimiento, criterio y sensibilidad del régimen produjo que la Casa Bloc se degradara hasta perder su simbología comunal y el significado de sus elementos se diluyera. Incluso acabó cayendo en manos de la especulación y los dúplex se reconvirtieron en minipisos independientes.

Con la llegada de la Democracia comenzó su recuperación, abordándose dos reformas (1986 y 2008) que la han devuelto a un estado similar al de su concepción inicial. En concreto en 2008 se llevó a cabo el derribo del denominado «bloque fantasma»: añadido posterior que desvirtuaba el conjunto, y se museizó una de las viviendas, recuperando los colores y muebles originales de la época. Hoy visitable como parte de la colección del Museu del Disseny.

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