Barcelona es rica en jardines. Algunos perfectamente planificados como los de Montjuïc, y otros frutos del capricho de sus antiguos dueños o de la casualidad. El Jardí dels Drets Humans pertenece a este último grupo, formando parte del patio de recreo de la Philips en el pasado siglo y hoy redescubierto para disfrute de sus vecinos, que viven sin complejos en un rincón no siempre revindicado en la ciudad.
Jardí dels Drets Humans: el oasis que ni buscas, ni encuentras
Ante todo, perdón por el uso del tópico «oasis urbano», pero es que realmente, si somos prácticos, este es el mejor calificativo que le podemos dar a estos jardines. Tal como sucede con los humedales del desierto, estos jardines solo aparecen ante la casualidad del ciudadano despistado o la curiosidad del flâneur profesional.
A los jardines de los Derechos Humanos ni los buscas, ni los encuentras: permanecen apacibles en un rincón de la Zona Franca solo disfrutables por quienes viven en ella, que para ello al fin y al cabo, están plenamente ligados a su historia.
Estos jardines escondidos no forman parte de ningún proyecto municipal por el que se llamara a algún Forestier para hacer elegante un rincón de la ciudad. Estos jardines son el capricho (y posterior regalo) de un industrial que supo aprovechar los conocimientos de jardinería de su mujer, la señora Van der Harst, para hacer de su fábrica, un centro de ocio y recreo familiar.
Posteriormente y ya en la «Barcelona milenial», estos jardines fueron compartidos para la ciudadanía como parte de un legado, que define a la perfección la idiosincrasia de un barrio atrapado entre los destellos de la Barcelona olímpica de Montjuïc, y el orgullo obrero e industrial de L’Hospitalet.
Cuando la industria movía y regía tres cuartas partes de la vida barcelonesa
¿Cómo llega una fábrica de la Zona Franca a descubrirnos una colección en su interior de más de 66 especies traídas de todos los rincones del mundo? Lo primero matizar que no se trata de una fábrica cualquiera, sino de la Philips, que en los años 50 trasladó su sede de Gran Vía con carrer Méxic (hoy Espai Serrahima) a este rincón barcelonés, en auge como suelo industrial, donde llevó a cabo la fabricación de sus populares lámparas Z.
Aunque la vida obrera no es que fuera «de rosas» a mediados del pasado siglo, los diferentes movimientos obreros surgidos en décadas anteriores y las conquistas ganadas a golpe de huelgas y protestas, hicieron ver a los patrones que, si querían estabilidad, no bastaba con un mísero sueldo.
Es así como surgían iniciativas desde las grandes corporaciones que pasaron de ofrecer un sueldo a cambio de trabajar de sol a sol, a crear el entorno adecuado para que el obrero desarrollara toda su vida en torno a la fábrica.
Así, surgieron casos emblemáticos como «las casas de la SEAT», todo un barrio que hoy es el corazón de la Zona Franca, o este particular jardín que antes de «de los Derechos Humanos», lo fue de la Philips.
Jardí dels Drets Humans: «a falta de casa, bueno es el jardín»
El señor Van der Harst no sería tan espléndido como «el señor SEAT», que construyó todo un barrio para sus operarios, pero sí pensó que la mejor forma que sus empleados estuvieran motivados, era ofreciéndoles un espacio de descanso y recreo.
La Philips no era ninguna segundona: por aquel entonces (años 60, cuando tras la posguerra, Barcelona comenzaba a despuntar como motor industrial), empleaba a cientos de trabajadores, y Van der Harst, -queriendo mantener el auge tras haber visto como la Guerra Civil casi borra a la holandesa del mapa productivo catalán-, los quería fieles y orgullosos de estar en plantilla.
Es así como se le ocurrió que, entre producción y producción, sus obreros tuvieran un lugar de recreo y esparcimiento agradable, que no remitiera al ensordecedor y caldeado ambiente de las cadenas de montaje. Van der Harst, ya en los años 60, planteaba lo que hoy llamamos «modelo de oficinas Google»: aportar al lugar de trabajo espacios donde poder desconectar de tareas mecánicas o que producen desgaste mental.
La fábrica Philips: la primera empresa «hipster» de Barcelona
Hoy «el modelo Google» (que no fue pionera, pero sí dotó a sus oficinas de llamativos elementos de ludoteca desde sus comienzos) es una constante en las elegantes y modernas oficinas que plagan el 22@, pero que en los años 60 un entorno fabril y gris, tuviera espacio para que no solo los obreros descansaran durante su turno, sino que incluso sus familias, pudieran hacer picnics los fines de semana, supuso toda una revolución del modelo productivo.
Lo que en vez de una mesa de ping pong o de billar, Van der Harst dio rienda suelta al oficio de su mujer y dejó que creara para el interior de la manzana Philips todo un paradisiaco jardín, que la señora Van der Harst (disculpad el poco apropiado uso de «señora de», pero no ha trascendido ni el nombre de él, ni el de ella, por lo que nos vemos obligados a usar estos rancios apelativos) iba nutriendo de las plantas que recogía de sus numerosos viajes al extranjero (tilos, jacarandas, palmeras, almeces, etc.), hasta conseguir una colección de 66 especies.
De entre todas las especies que integran los jardines, destaca una grevillea o roble australiano, de 24 metros de altura y catalogado desde 2010 como árbol de interés local
Para completar el conjunto, la señora Van Der Harst sumo a los 22.000 m2 del espacio, un lago de 139 m2 y una pista de patinaje de 267.
El Jardí dels Drets Humans a día de hoy
El estado en el que encontramos hoy en día el Jardí dels Drets Humans es fruto de una reforma del año 2004 de manos del arquitecto Jaume Graells, que permitió que el conjunto se abriera al público como equipamiento municipal en 2007.
La fábrica Philips de la Zona Franca (reconvertida en la Miniwatt y en Barayo cuando la coreana LG entró en la participación junto a la holandesa) entró en decadencia a finales de los 90. Su principal producción por entonces, los tubos de rayos catódicos para televisores, ya empezaban a resultar obsoletos con la tecnología LED y las pantallas de pantalla plana.
Este hecho produjo una lenta agonía que acabó con el cierre de la planta y su posterior abandono, hasta que ya en el nuevo milenio, la política de reconversión de espacios industriales en lugares públicos llevada a cabo por el Ayuntamiento, convirtió el patio en un jardín público y los pabellones fabriles en ambulatorio, biblioteca municipal, centro cívico y espacio comercial.
Los ricos suelos de la Zona Franca (en otros tiempo fanguizales), permitieron que las plantas pudieran crecer sin mantenimiento alguno durante los años de abandono, consistiendo la intervención de 2004 en una mínima reordenación del espacio y en añadir plafones luminosos para dar mayor protagonismo a las especies vegetales.
Estos plafones son el motivo por el que hoy se conoce a este espacio como Jardines de los Derechos Humanos, ya que consisten en 31 focos en los que en cada uno de ellos, va insertado cada capítulo de los 30 que componen la Carta de los Derechos Humanos de 1948.
¿Y el que hace el total de 31? El poema «Como la Cigarra», de María Elena Walsch completa la colección. Un poema que hace referencia a los desaparecidos de las dictaduras militares de Chile y Argentina.
«Como la cigarra», de María Elena Walsch
Tantas veces me mataron Tantas veces me morí Sin embargo estoy aquí Resucitando Gracias doy a la desgracia Y a la mano con puñal Porque me mató tan mal Y seguí cantando Cantando al sol como la cigarra Después de un año bajo la tierra Igual que sobreviviente Que vuelve de la guerra Tantas veces me borraron Tantas desaparecí A mi propio entierro fui Sola y llorando Hice un nudo en el pañuelo Pero me olvidé después Que no era la única vez Y seguí cantando Cantando al sol como la cigarra Después de un año bajo la tierra Igual que sobreviviente Que vuelve de la guerra Tantas veces te mataron Tantas resucitarás Tantas noches pasarás Desesperando A la hora del naufragio Y la de la oscuridad Alguien te rescatará Para ir cantando Cantando al sol como la cigarra Después de un año bajo la tierra Igual que sobreviviente Que vuelve de la guerra