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Un paseo por los submarinos en Barcelona

En Drassanes, en Diagonal, en pleno Guinardó… incluso en mitad de la Ronda de Dalt nos puede aparecer un submarino en Barcelona. ¿A qué se debe esta obsesión por los sumergibles?, ¿Qué relación tienen entre ellos?

Barcelona, por mucho que lo intenten los AirBnB, Nuñez i Navarro y otros buitres de turno, no es aún un parque temático. Sin embargo, sí que entre sus calles podemos encontrar referencias que nos llevan a un mismo denominador común: decoraciones, alegorías y homenajes que versan de un mismo tema por razones históricas.

Es el caso de los submarinos de Barcelona: diferentes representaciones de este ingenio naval en cuya invención tuvo que ver, y mucho, la Ciudad Condal. De ahí a que no sean pocas las representaciones que de éste se hacen pero, ¿Dónde encontrarlas y qué nos representa cada una de ellas?

Ictíneo I: el más afamado de los submarinos en Barcelona

El Ictíneo I: el germen de los submarinos en Barcelona fue para recolectar coral

Este extraño romance que tiene la ciudad con los sumergibles tiene una clara razón de ser: el Ictíneo I.

Se trata de un «barco-pez», -del griego  ichtus (pez) y naus (barco)-, ideado por el ingeniero naval Narcís Monturiol, que en un temprano 1859 tuvo la oportunidad de atribuirse la invención del submarino, si no fuera porque la falta de apoyo de la realeza española (esa Isabel II, ahora más conocida como «borbónica de pura cepa» que como mecenas cultural), su escaso patrimonio y el hecho de no realizar ninguna patente, hicieron que ahora luzca como el anecdótico antecedente, antes que como el inventor de pleno derecho del sumergible.

Que hablemos de Ictíneo y no del primer submarino se debe a que no salió de su condición de prototipado. Monturiol, -uno de esos hombres que denominaríamos como «avanzado a su época» y con amplios conocimientos navales-, tuvo la idea de crear un barco sumergible tras presenciar la muerte de un recolector de corales en el cap de Creus en 1848.

La costa barcelonesa era, en el s. XIX, rica en corales, suponiendo una de las industrias más crecientes de Cataluña. La proliferación de recolectores y la falta de planes de regeneración hizo que acabara desapareciendo de nuestro frente marítimo.

La falta de medios y el curioso diseño, -del que sospechaba sería objeto de burla-, le impidieron llevar a cabo el proyecto de inmediato, hasta que en 1857 pudo formar la sociedad «La Navegación Submarina», gracias a la financiación privada de un mecenas barcelonés que le permitió construir el Ictíneo I.

Realizado en madera de olivo y tras una primera prueba de 2 horas de inmersión en el puerto de Barcelona en 1859, el Ictíneo I debutó ante las autoridades públicas dos años después en el puerto de Alicante, donde se repitió la marca de algo más de dos horas a 20 metros de profundidad y un recorrido de 3,5 millas.

El Ictíneo II: pionero de la navegación submarina y del crowdfunding

El éxito de la prueba le llevó a mejorar su Ictíneo y poner en marcha el Ictíneo II, para lo cual necesitaba mejorar la oxigenación del motor y aumentar su capacidad, pero sobre todo más financiación.

Pese al entusiasmo general, no la consiguió del Gobierno, pero sí mediante suscripción pública a través de lo que hoy llamaríamos «crowdfunding», alcanzando las 300.000 pesetas necesarias y, sobre todo, permitiéndole prescindir de financiación militar, ya que no deseaba el uso de su invento como armamentística bélica.

De poco le sirvió el apoyo popular cuando, al acabar el segundo de sus prototipos, las crecientes dificultades económicas por las que pasaba y la retirada del apoyo de su principal mecenas llevó a Monturiol a la ruina, y con ello que sus acreedores iniciaran una petición judicial el 21 de febrero de 1868 para que se subastaran sus bienes, entre ellos el Ictíneo II, que tuvo la desgracia de malvenderse a un chatarrero inculto que lo desguazó y vendió por piezas.

Alexandre Bacardí: el mecenas que pudo obrar el milagro
Quien posibilitó económicamente que Monturiol fundara su empresa náutica y perfeccionara sus estudios de ingeniería naval para construir el Ictíneo fue Alexandre Bacardí: uno de los referentes sociales de la Barcelona de mitad del s.XIX, de familia pudiente y con oficios tan variopintos y lucrativos como resulta la banca, la abogacía, la política y la arqueología.
En manos de Bacardí estuvo la posibilidad de salvar el Ictíneo II de su deshonroso final, pero tras valorar la mala gestión de Monturiol con las finanzas, prefirió cobrar la deuda y condenar con ello al Ictíneo al olvido.
Pese a esta mancha curricular, a Bacardí le debemos no solo que Monturiol pudiera iniciar al menos la aventura que ha legado multitud de réplicas submarinas a la ciudad, sino también la urbanización del barrio de El Carmel, que se comenzó a construir en 1875 sobre los terrenos de su propiedad, donde levantó viviendas obreras que ofertó a bajo precio.
El Ictíneo: uno de los submarinos en Barcelona que podemos apreciar en plena calle

Justicia para lo que pudo ser: los homenajes submarinos en Barcelona a Monturiol

Pese a que la trayectoria como inventor del submarino de Monturiol acabó en el mismo momento en el que se desguazó su Ictíneo II, los éxitos de sus pruebas y su influencia en el desarrollo de posteriores prototipos submarinos, lo hizo valedor de la consideración junto a Cosme García Sáez, Isaac Peral y Antonio Sanjurjo de pionero de la navegación submarina mundial.

Tal es así que su epitafio en el cementerio de Poblenou reza lo siguiente:

Aquí yace D. Narciso Monturiol, inventor del Ictíneo, primer buque submarino, en el cual navegó por el fondo del mar en aguas de Barcelona y Alicante en 1859, 1860, 1861 y 1862.

Es por ello por lo que la ciudad en la que desarrolló su prodigio, no ha dudado en preservar su memoria en forma de diversos homenajes, comenzando por conservar el Ictíneo original en el Museo Marítimo desde su creación en 1936 y cuya réplica, -creada para la película de 1993 ‘Monturiol, el senyor del mar’, de Francesc Bellmunt-, la podemos encontrar a las afueras del museo, en sus jardines.

Pese a que el original quedara desguazado, podemos apreciar también una copia del Ictíneo II de 1992 no mucho más lejos de las Drassanes, en el puerto de Barcelona, justo en la clariana de césped que lleva su nombre junto al Maremagnum.

«Monumento a Monturiol», de Josep M. Subirach

Hasta ahora todas las loas barceloninas han tenido como protagonista al ingenioso invento, pero desde 1967, en el cruce de Diagonal con Provença, encontramos un monumento que pone en relieve la figura de Monturiol. Eso sí, representado por el Ictíneo II…

Se trata de la escultura monumental que realizó el artista Josep M. Subirach en su particular estilo para la Mútua Metal·lúrgica, cuya sede se encuentra en la misma esquina.

En ella representa al Ictíneo II enclavado en un bloque de hormigón, como si se tratara de una aparición arqueológica, representando así el pasado de la metalurgia, su relevancia y su influencia.

Barcelona y las anclas
De manera similar al idilio que la ciudad mantiene con los submarinos, lo podemos apreciar respecto a las anclas, algo que no nos debe extrañar debido a la amplia vocación marinera que rodea a Barcelona.

Así, encontramos de las más llamativas a pocos metros del Ictíneo, donde frente a la Delegación de Defensa encontramos dos ejemplares de gran tamaño pertenecientes a la colección naval e instaladas en la década de los 80.

En el barrio más marinero de la ciudad (con permiso de Poblenou), La Barceloneta, encontramos otra de las obras alegóricas de Subirachs: «Evocación marinera», en la que en su peculiar estilo, «clava» una especie de ancla en la plaza del Mar. Esta obra es especialmente reseñable ya que, instalada en 1960, fue uno de los primeros ejemplares de arte abstracto en Barcelona, suscitando polémica entre la sociedad franquista, aún no preparada para este brillante estilo.

La siguiente parada la encontramos en el primero de los mulles cruceristas, el muelle de Sant Bertrán, donde el Ayuntamiento instaló en 2017 dos anclas de 5 metros de longitud en la rotonda de acceso, provenientes de la colección de objetos históricos del Catálogo de Patrimonio Cultural del Puerto. Cada ancla pesa nada más y nada menos que una tonelada.

Mucho más ligera es la que encontramos en la Facultad de Náutica, de tipo cepo y construida en hierro y madera, finalizando este repaso con las tres anclas que decoran el frontispicio del «pasage» de la Paz (en el s.XIX estaba permitido el galicismo y así quedó plasmado en el nombre de este callejón), simbología de los negocios navieros que permitieron su urbanización a manos de los empresarios Coma, Ciuró y Clavell.

La vidriera de la Escola Industrial

Pese a que el homenaje de Subirach ya pusiera el acento en el autor y no solo en la obra, faltaba que el propio Monturiol estuviera «de cuerpo» presente en algún rincón de la ciudad… y así es en el sitio más acertado donde podría estar (con permiso de la Escola Náutica): la Escola Industrial.

Para encontrarnos con el genio de la navegación mundial tendremos que acudir al edificio que fuera la Escuela de Agricultura, reconvertido en residencia de estudiantes primero y siendo hoy parte de la rectoría de la universidad.

Allí, cuan divinidad para quienes estudian mejorar el ingenio y el funcionamiento de las maquinarias y la tecnología, lo encontramos en una vidriera representado como un santo de la educación superior, junto a dos compañeros dignos de esta posición: Jaume Balmes y Ramón Llull.

Otros submarinos en Barcelona: una representación que funciona

Ya sea por la estética, ya sea por cómo la ciudad se ha acostumbrado a su representación, los alegóricos a Monturiol y su Ictíneo no son los únicos que campan a sus anchas por la ciudad…

Submarino Barcelona

Especialmente relevante por su carácter funcional hasta que fue jubilado, es el que luce en plena ronda de Dalt, frente al Cosmocaixa. Se trata de una pieza real, un auténtico submarino de asalto que estuvo operativo de 1964 a 1979 y que pudo llegar a manos de la ciudad gracias a las gestiones que realizó su ex-alcalde (el primero de la Democracia) Narcís Serra, por aquel entonces (se instaló en 1986) Ministro de Defensa.

Este submarino, denominado popularmente como «Tauró» (tiburón) o «submarino de bolsillo» por sus reducidas dimensiones (capacidad para 6 personas), se pudo visitar en sus primeros años, pero al carecer de vigilancia, se decidieron cegar sus entradas para que no se convirtieran en refugio clandestino.

Submarino enterrado

Y como hemos visto perfectamente que, en Barcelona, para que un submarino luzca esplendoroso no le hace falta la mar, tenemos hasta una representación de uno sumergido en tierra.

Se trata de una obra escultórica de Josep María Riera i Aragó, especializado en reproducciones de medios de transporte, y que decidió colocar en 1999 (aunque el encargo dató de 1986) tres piezas de bronce representativas de la torreta y las aletas de proa y popa de un submarino, en medio de la explanada de tierra que dejó liberada la construcción de los túneles de la Rovira.

Este conjunto, gana sobre todo los días de lluvia, cuando el pequeño cercamiento que lo enmarca se inunda jugando con el efecto de encontrarnos el submarino en plena maniobra marina.

Acompaña a la obra de Riera i Aragó un conjunto de 22 columnas, en homenaje a las víctimas de la bomba nuclear que dio por finalizada la II Guerra Mundial en el 65 aniversario de su lanzamiento. Motivo por el cual a este espacio se le denomina como jardines de Hiroshima.

«Castella»
Merece la pena llegados a los jardines de Hiroshima no solo pasear por el acogedor parc de les Aigües, -con notable protagonismo tal como sugiere su nombre, en la canalización que permitió la construcción del Eixample-, sino también reparar en la plaza de la Font Castellana, donde a modo de rotonda transitable, nos encontramos con un estanque atravesado por un puente cerámico obra de la artista «Madola» (María Àngels Domingo Laplana), denominado Castella en recuerdo a la antigua fuente que da nombre a la plaza y a la comarca donde se sitúa Talavera de la Reina y Puente del Arzobispo: dos afamados lugares por trabajar la cerámica.

Como curiosidad, a pocos metros y adentrándonos en pleno Guinardó, encontramos la plaza Catalana, en recuerdo a la fuente homónima que se emparejaba con la anterior en el s. XIX.

Restos del Ashraf II

Terminamos este repaso por las odas a los submarinos en la ciudad con una trampa, ya que no se trata de un submarino aunque lo veamos «sumergido» en pleno parc de Poblenou, pero como de lo que se trata es de desenterrar curiosidades y esta lo es, aprovechamos la ocasión para hablar de los restos del Ashraf II.

Este barco, de bandera libanesa, fue interceptado en la década de los 80 con un gran alijo de droga en su interior, pasando a dependencias portuarias sin que nadie lo reclamara… hasta que llegado el 92 y, con ello, la adecuación de la ciudad para las olimpiadas, fueron los encargados de diseñar el parque litoral quienes lo solicitaron.

Es así como, gracias a Xavier Vendrell y Manuel Ruisánchez, un genuino narco-barco es expuesto como decoración que asoma frente a la playa de Bogatell, donde popa, chimenea y proa lucen con un aspecto similar al contemporáneo acero corten que los asemejan a una obra vanguardista.

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