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El Negre de la Riba: el hombre del saco más querido

El Negre de la Riba vino hace más de siglo y medio de hacer las américas a convertirse en un símbolo de la Barceloneta, a pesar de su aspecto tosco, su paso por otros barrios y su labor de «hombre del saco» para los nenes del barrio más marinero de la ciudad.

¿Os imagináis que un pueblo de Arkansas exhibiera con orgullo la efigie de un Freddie Krueger como algo a reverenciar? Pues algo menos gore y con mucha más historia le ocurre al particular hombre del saco barcelonés: el Negre de la Riba.

El Negre de la Riba: un mascarón de proa sin un ápice de racismo

La denominación de El Negre de la Riba y el hecho de que se anuncie como el hombre del saco barcelonés puede dar lugar a interpretaciones algo racistas, pero lejos de esa realidad, por cómo es conocido viene de su aspecto «chamuscado» y del hecho de su procedencia venga de un antiguo barco que sufrió un incendio en el muelle de la Riba, hoy muelle de la Barceloneta.

El lamentable estado en el que quedó el bergantín, usado por uno de esos barceloneses que hacía las américas por el s. XIX, produjo que se desguazara y se vendiera por piezas, la gran mayoría a un botero del barrio denominado Francesc Bonjoch, quien también adquirió la figura destinada a decorar la proa del barco para colocarla como decoración en una taberna de su propiedad junto al muelle.

A través del célebre historiador Carreras i Candi, se apuntó a que el Negre de la Riba era el mascarón de un barco construido en 1849 y desmontado en 1860. Casi un siglo después, en una restauración llevada a cabo por el Museu Marítim se pudo desvelar el resto de datos de su origen (el barco se llamaba Indio) e incluso su nacionalidad, siendo el Negre de la Riba finalmente un nativo americano, concretamente de la tribu iroqués.

Una excelente campaña de marketing (y de educación a menores)

En una Barcelona fascinada por toda la riqueza que traía consigo las Américas, el hecho de tener exhibido en una taberna uno de esos mascarones de los barcos que cruzaban todo un océano, atrajo las miradas de curiosos y de toda la vecindad de la Barceloneta, haciendo de la taberna de Bonjoch una de las más concurridas del puerto, y del Negre de la Riba todo un icono del barrio.

Por otra parte, su aspecto ennegrecido, deteriorado y su aire de misterio (aun no era público los estudios de Carreras i Candi y, por aquel entonces, se pensaba que era un africano), sirvió para que la cultura popular lo adoptara como una especie de «hombre del saco», que a partir de la medianoche vagaba por las calles del barrio en busca de niños que se hubiesen portado mal (pedagogía marinera en estado puro…).

Tal fue la fama adquirida por el Negre de la Riba que el célebre autor teatral Pitarra, lo incluyó en una de sus obras en 1866 y contaba con un dicho popular que reforzaba su imagen de castigador de menores: «Compte amb el que fas o se t’emportarà el Negre de la Riba!»

Así, querido por mayores y temido por la canallada, el Negre de la Riba no tardó en convertirse en un todo un símbolo con nombre propio: Papus.

La razón por la que El Negre de la Riba pasaba por hombre del saco…

El Negre de la Riba: una escultura viajera que acabó museizada

La remodelación de 1870 del muelle de la Riba produjo el cierre de las tabernas y locales comerciales que allí se encontraban, por lo que nuestro particular amigo se tuvo que mudar a un almacén propiedad de su dueño cercano a la plaza de toros «El Torín» (hoy parque de la Barceloneta).

Al fallecer Bonjoch, sus herederos la recuperan para decorar diversos locales familiares, pasando su mayor estancia en uno localizado en el passeig del Cementiri, 236 (hoy Avinguda d’Icària) hasta que en 1887, un ávido comerciante de vinos vio que podía copiar la estrategia de marketing de Bonjoch para su taberna y reproducirla en su tienda del carrer Castillejos.

Es así como el Negre de la Riba pasó de estar empadronado en la Barceloneta / Poblenou a vivir en el Baix Guinardó, donde pasó sin pena ni gloria hasta que en 1900, Josep Moragas, conocedor de la historia, lo adquiere con la intención de devolverlo a su barrio de origen, llegándole a construir incluso una hornacina en plena Barceloneta, pero entremedio se encaprichó del mascarón y decidió quedárselo para decorar una de sus torres en el Carmel.

Tal era su admiración por el mascarón que lo exhibía en su fachada con el rótulo «El renombrado Negro de la Riba». Los vecinos de la Barceloneta, conocedores del nuevo paradero de uno de sus más ilustres vecinos, organizaban frecuentemente excursiones al Carmel para visitarlo.

Finalmente, fueron los herederos directos de Moragas, los hermanos Pla, quienes decidieron darle un digno retiro que aún a día de hoy disfruta, donándolo allá por 1934 al Institut Nàutic de la Mediterrània, volviendo así a su tierra de adopción hasta que en 1936 acaba en el Museu Marítim de Catalunya, reconvertido en 1938 en el Marítim de Barcelona donde se exhibe en la sala de mascarones.

La vuelta del Negre de la Riba a la Barceloneta

Esa breve vuelta de 2 años a la Barceloneta supo a poco y el barrio, a pesar de los años, seguía reclamándolo como icono hasta que, fruto de la restauración de los años 90, el Negre de la Riba perdió el color que le dio fama y se convirtió en el indio policromado que las quemaduras ocultaban.

El mascarón original que vino de las américas para convertirse en un hombre del saco tabernero y marinero ya no era el que durante más de un siglo reclamaban los barcelonetenses… hasta que con motivo del 250º aniversario de la fundación del barrio en el 2003, el taller Constructors de Fantasies decidió regalar a la Barceloneta una réplica de fibra de vidrio del Negre de la Riba original… y por original no nos referimos al auténtico (que sigue en el Marítim y con su indio colorido), sino al que enamoró al barrio con su negra tez.

Tras un desfile a la altura de su vuelta, el Negre de la Riba se instaló en en numero 2 del carrer Andrea Dòria, asomando a la plaza que acoge al Mercat de la Barceloneta y siendo así uno más del barrio, que no duda en exhibirlo y sacarlo en procesión cada vez que la ocasión lo merece.

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