La Plaza de Sant Felip Neri es uno de los rincones favoritos de los barceloneses. La razón no es solo su innegable belleza: también representa un trozo de la Barcelona monumental que no le ha sido arrebatada a la ciudad. Escondida entre el laberíntico call, son muchos los turistas que se la pierden y, en venganza por la ocupación de las Ramblas, muchos barceloneses que se callan el secreto.
Iglesia de Sant Felip Neri: lo único auténtico de la plaza
La plaza de Sant Felip Neri es muy apreciada porque irradia autenticidad: en un barrio Gótico que peca en exceso de artificio e invadido por hordas de guiris admirando un falso pasado medieval, su tranquilidad y el no formar parte de ningún eje monumental que la ateste la convierten en ese «oasis» que tanto gusta indicar en guías como «secretos».
La realidad es que, aunque de forma atemporal al resto, la plaza de Sant Felip Neri no se libró de ese orgulloso fake barceloní que es todo el gótico, y lo único real es la iglesia y el convento, ya que ni el resto de edificios existían previa a su reconstrucción en la posguerra, y ni siquiera era una plaza en origen.
El génesis de la actual es realmente el antiguo cementerio medieval de Montjuïc del Bisbe, que se encontraba anexo a la iglesia tal como era tradición antes de que, por motivos de higiene y liberación de espacio, se crearan los actuales en zonas menos céntricas y con mayor capacidad.
Es, este origen como camposanto, el que le ha dado a la plaza Sant Felip Neri esa aura de lugar de paz, pero también agitado, como atestigua el trágico suceso por la que es tristemente recordada…
Plaza de Sant Felip Neri: la muda testigo de los horrores de la Guerra
Que de algo tan cruel como una guerra siempre se puede extraer belleza, la plaza de Sant Felip Neri es uno de los mejores ejemplos. Resulta imposible no atravesarla y no reparar en los notables agujeros que «decoran» la fachada de su iglesia. Estas marcas son las resultantes de la metralla que ocasionó la explosión de una bomba lanzada por el bando «sublevado» (entiéndase por esta romantización que, de forma poco respetuosa con la historia, se hace del franquismo cuando se quiere evitar términos como bando fascista), que no tuvo ningún reparo en bombardear la zona causando la muerte de 42 víctimas, la gran mayoría niños.
La causa de que la bomba acabara con tantos menores es que, junto a la iglesia, se encontraba una guardería, y fue muy probable que en mitad de los bombardeos de aquel fatídico 30 de enero de 1938, la profesora a cargo los trasladara desde ésta al subterráneo de la iglesia o viceversa, ya que por aquel entonces, el bando franquista ponía en práctica una macabra maniobra mediante la cual lanzaba una primera tanda de bombas, dejando un tiempo prudencial hasta un segundo ataque, que se producía al momento en el que la población civil salía confiada de sus refugios.
El lanzamiento del obús que causó la destrucción de este lugar y la muerte de 42 víctimas supuso el segundo ataque más sanguinolento a la ciudad, produciéndose el primero dos meses más tarde, en la confluencia de Gran Vía con Rambla Catalunya, el 17 de marzo. Desde abril de 2003, la escultura Encaix, de Margarita Andreu recuerda el suceso en el mismo lugar que ocurrió. |
Un excelente ejemplo de memoria histórica
Lo inhumano del ataque y la posterior reconstrucción de los años 50, produjo que durante la dictadura quedara lo más silenciado posible este oscuro capítulo de la historia barcelonina… aunque quedando como testigo los restos de metralla que aún llegan a nuestros días como testimonio de la barbarie. Una forma de interpretación histórica (la no intervención en la reconstrucción de ciertos elementos monumentales) que sirven como añadidos al edificio a la hora de remarcar su pasado (como sucede con la Iglesia Memorial Kaiser Wilhelm respecto a la II GM o con los agujeros de bala en el Congreso en cuanto al 23F).
Una vez instaurada la democracia se tardaría más de treinta años, pero al fin se pudo dar voz (y palabra) a los hechos mediante la colocación de una placa el 31 de enero de 2007, en la cual se relata lo ocurrido:
«En memoria de las víctimas del bombardeo de San Felipe Neri. Aquí murieron 42 personas -la mayoría niños- por acción de la aviación franquista del 30 de enero de 1938«
Y como acto casi poético, aun hoy resuenan las voces de los niños en la plaza Sant Felip Neri, al haberse construido junto a la iglesia la Escola del mismo nombre en 1959.
Sant Felip Neri: una plaza acogedora y de acogida (de edificios…)
No en el sentido de la plaza Vicenç Martorell, refugio de los huérfanos de la ciudad, pero sí que Sant Felip Neri de alguna forma es también un espacio de segundas oportunidades. En este caso en forma de construcciones…
Y es que tal como comentábamos al comienzo del post, este rincón bucólico de Ciutat Vella no se libró de ese carácter de parque temático historicista en el que se convirtió el centro de Barcelona en los albores de la Exposición Universal.
Así, aunque veinte años más tarde ya en la década de los 50, Adolf Florensa, arquitecto municipal y creador de entre otras obras, de la Casa Cambó, el Palacio de Telecomunicaciones de la Exposición, o la Facultad de Náutica, se encargó de reconstruir este rincón tan dañado por la Guerra. Para ello, no solo decidió cerrar el antiguo espacio del cementerio de la iglesia y convertirlo en plaza, sino hacerlo en base a reciclar otros edificios previamente existentes…
Casa del Gremi de Calders: la fachada más viajera de Barcelona
Hoy descansa en un lugar privilegiado de la plaza, entre el arco de acceso desde el carrer de Montjuic del Bisbe y la iglesia de Sant Felip Neri, pero la que es hoy escuela, fue previamente sede del gremio de calders y, como sede gremial, su origen irremediablemente lo encontramos en el Born.
¿Cómo ha llegado hasta Sant Felip Neri un edificio que para nada desentonaría con su origen? No es que Florensa montara la plaza en base a trasladar «porque sí» fachadas monumentales, es que el Gremio de Calders se encontraba desde el s. XVI en el carrer de la Bòria, formando una arcada en el extinto carrer Filateres frente a la actual plaza del Àngel.
¿Y qué ocurrió para que no haya ni rastro del carrer Filateres ni de ninguna de las 85 plazas y calles que corrieron la misma fortuna? En este caso la destrucción no la trajo la guerra, sino el urbanismo, ya que fue nada más y nada menos que la construcción de «la Vía A» la que comportó la destrucción de 2199 casas y muchos palacios medievales, afectando a unas diez mil personas.
Así, cuando comenzaron las obras de apertura del tramo más denso de Ciutat Vella para dar paso a la vanguardista Vía Laietana en 1911, se sacrificaron monumentales edificios como el palacio del marqués de Monistrol o el palacio del marqués de Sentmenat, a la par que se salvaron otros trasladándolos como fue el caso de la Casa Padellás (actual Museo de la Ciudad en la plaza del Rei), el convento de Santa María de Junqueras (actual iglesia de la Concepción en el carrer Aragó) o la fachada renacentista que nos ocupa, la del gremi de Calders.
Previo a su establecimiento «definitivo» (nunca se sabe con los especuladores que «buitrean» cómo puede acabar un edificio) de manos de Florensa en 1959, al gremi de Calders le quedaban 48 años de emplazamiento en la que es incluso a día de hoy, una de las plazas más desordenadas y confusas de la ciudad: Lesseps.
Así, cuando Florensa recibió el encargo de configurar la plaza de Sant Felip Neri reparó en lo bien que encajaría en este lugar un edificio que ya por aquel entonces se entendía «descontextualizado» en su entorno (tendría que haber visto en qué ha quedado Lesseps a día de hoy gracias a la mano de Viaplana… el «Porcioles» de los arquitectos), llevándose toda la fachada de la frontera de Gràcia con Sant Gervasi al Barri Gòtic y, de paso, reproduciendo el arco con el que convivía en el carrer Filateres.
Casa del Gremi de Sabaters: otro edificio rescatado de historia análoga
Caso similar a la casa del Gremi de Calders nos lo encontramos con el gremi de Sabaters (hoy museu del calçat), un edificio cuya fachada ha viajado desde el extinto carrer de la Corribia. Si la de Calders se trasladó por la apertura de la Vía Laietana, en este caso fue la de la Avinguda de la Catedral la responsable de este apaño.
Nada se aprendió de las protestas de la primera década del siglo ante lo que suponía la destrucción patrimonial de gran parte de Ciutat Vella con el proyecto de la Vía A: cuatro décadas más tarde se repetía la fórmula para poder dar mejor perspectiva y amplitud a la renovada Catedral y su entorno.
Fue así como en 1950, el antiguo edificio de la Cofradía de San Marcos y Gremio de Zapateros, que se encontraba desde 1565 frente a la fachada de la sede catedralicia, se trasladó a su emplazamiento actual como parte final de los trabajos de creación del Barrio Gótico, que culminaba así 25 años después de su creación con la reconstrucción de Sant Felip Neri.
Como guiño a su pasado, el edificio del antiguo Gremi de Sabaters acoge hoy día el Museu del Calçat, no perdiendo así su esencia original.
Museu del Calçat: un león desfigurado y el zapato más grande del mundo
El Gremi de Sabaters, como era común entre las agrupaciones profesionales medievales, contaba con su propia iconografía y simbología. En concreto, su símbolo por excelencia es el león de San Marcos, de ahí a que en pleno centro de la fachada del edificio luzca una moldura con la representación del evangelista, eso sí, como si de un Ecce Homo de Borja medieval se tratase…
El león es un símbolo regio, que transmite tanto nobleza como fiereza. Sin embargo, el que decora la fachada del ahora Museo del Calzado de Barcelona parece más un Winnie the Pooh abisbalado que el mítico rey de la selva.
La razón no es otra que, en pleno s. XVI cuando se realizó el bajorrelieve, los maestros escultores de la época pocos leones habían visto, de ahí a que el león de Sant Felip Neri sea una representación libre de la época de lo que el artista encargado a ello entendió como un león africano.
Al simpático felino le acompaña en cada esquina de su marco la representación de unos zapatos, iconografía que refuerza el uso que como museo de esta pieza textil se le da al histórico edificio.
En su interior encontramos curiosidades que van desde las sandalias que advertían al paseante analfabeto que allí se vendían zapatos (de igual forma que las carassas del Born indicaban a éstos mismos que allí había un prostíbulo), hasta el que es probablemente su mayor atractivo: la réplica del zapato gigante (y su horma) que luce la estatua de Colón, con un tamaño de 1,22 metros.
¿Y dónde está Sant Felip Neri?
Habremos nombrado a estas alturas como una docena de veces la plaza de Sant Felip Neri pero, ¿qué hay del santo que le da nombre? Lo encontramos bien visible presidiendo el portón de la iglesia que sirvió de búnker y resultó el único edificio que resistió (junto al convento) el bombardeo del 38.
Además nos lo encontraremos en otro lugar más discreto, en la parte trasera del templo, que da al carrer de la Palla. Allí se representa dentro de una hornacina junto a las puertas traseras de la iglesia.
Lo que también encontramos en plena plaza es su símbolo más emblemático y por el que el santo es bien conocido: el corazón en llamas. Un emblemático icono católico que representa el episodio en el que Sant Felip recibió al Espíritu Santo en las catacumbas de Roma, cuando éste se le apareció en forma de bola de fuego que le penetró hasta el corazón.
… Y Gaudí se unió a la fiesta del gótico
Que el Barrio Gótico sea más contemporáneo que cualquiera de los edificios que construyera el genio del modernismo parece un mal chiste, pero más lo es que el arquitecto más celebre de la ciudad esté representado en uno de los pocos rincones de la ciudad que escapó de su obra e influencia.
Sant Felip Neri era, junto a Sant Joan Baptista en Gràcia una de las iglesias «fetiche» de Gaudí, fervoroso católico hasta el último de sus días. De hecho, cada jornada acudía a este rincón no siempre a misa, pero sí a conversar con su párroco, del que era bastante amigo. Fue este el que le presentó al que sería otra importante amistad, el pintor Joan Llimona, que se hizo cargo de las pinturas del refectorio de la iglesia.
En una de estas visitas, en el verano de 1902, mientras Llimona se encargaba de reproducir al santo en los laterales del refectorio, convenció al genio catalán de posar para que sus facciones representaran al propio Sant Felip Neri. Gaudí, reacio incluso a fotografiarse a pesar de su cada vez más creciente fama, aceptó excusándose (no sabemos si modestamente o en un enorme ejercicio de egolatría… que de Gaudí nunca se supo si iba o venía…) en que su «sacrificio» salvaría la vida de una ciudad tan pecadora como era Barcelona…
Sea como fuere, hoy en día podemos ver a Gaudí en una representación de Neri (perdón por la confianza, pero van ya tropecientos párrafos…) a la derecha del altar explicando la doctrina cristiana a los jóvenes del Gianicolo de Roma, y también a la izquierda celebrando la Eucaristía, en el momento de la elevación.
La fuente huérfana de la plaza de Sant Felip Neri
Por si a toda la plaza de Sant Felip Neri le faltaran todavía más elementos, su centro se decora con una fuente ortogonal de la que fluye agua por un surtidor de cuatro caños sin remate. Y no, no es que el autor de la fuente, Joaquim Ros, quisiera aportarle sobriedad dejándola desprovista de decoración escultórica, es que la que había desapareció… en dos ocasiones.
La primera era una representación de Sant Sever, del escultor Josep Miret que fue robada al poco de ser instalada en 1962. Tras el suceso, y quizás por no hacer sombra al propio Sant Felip (que tampoco se puede quejar de presencia en la plaza…), se sustituyó por la figura de un estudiante, como eco y homenaje de la notable vida que éstos daban al lugar.
Esta figura también desapareció al poco de colocarse, por lo que no sabemos si por desidia, por cansancio, por innecesaridad (demasiados estímulos ofrece ya la plaza) o por las tres cuestiones, no se volvió a restituir ninguna escultura y llega a nuestros días sin más elementos.
Un lugar de peregrinaje de góticos en pleno Gótico
Perdón por la redundancia pero el chiste se contaba solo… Como última curiosidad sobre esta enigmática y cautivadora plaza, fue escenario en ese breve (pero intenso) periodo de tiempo en el que lo gótico estuvo de moda, y en el que los reyes indiscutibles de la escena eran Evanescence.
Así, en octubre de 2003, la banda de Arkansas se trasladó a este rincón de Barcelona donde, junto al Centre Artesà del Prat, se rodaron las escenas que ilustrarían el tercer sencillo del álbum más reconocido de Evanescence, Fallen, del que despacharían 17 millones de copias.
My Inmortal aprovecha el aire místico de la plaza de Sant Felip Neri para acompañar a una melodía de power ballad en el que el aire bucólico de Amy Lee (vocalista de la banda) se realza con planos en blanco y negro de este peculiar rincón.
En varias escenas del videoclip, Amy Lee se rodea de un coro de niños junto a la fuente central: una escena que de manera inconsciente (dudo que el director del video se documentara previamente…) refuerza el vínculo que Sant Felip Neri tiene con el sonido de la chiquillada…
Sant Felip Neri: una plaza que según desde la perspectiva que la revises, rezuma paz, inquietud, calma, melancolía, vida, muerte o todo a la vez.