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Secretos de las calles de Barcelona

Carrer de l’Anisadeta: calle mas corta que el chupito al que da nombre

Con 4 metros de longitud, el carrer de l’Anisadeta es la calle más pequeña de Barcelona y también de las más cortas del país. Descubre sus secretos junto al de otras calles de record de la ciudad.

Con 4 metros de longitud, el carrer de l’Anisadeta es considerada oficialmente la calle más pequeña de Barcelona. Tan pequeña que te tienen que avisar de su existencia para que te des cuenta de que la estás recorriendo. Se encuentra entre el carrer dels Canvis Vells y la plaza de Santa María, que da acceso a la conocida como Catedral del Mar.

Una calle producto del desorden medieval barceloní

Hoy en día, este «suspiro» de calle no tendría cabida en el callejero (aunque a decir verdad, tampoco lo tiene actualmente: al no contar con casas ni locales, se ignora en más de una ocasión y no figura en todos los documentos oficiales), se consideraría como una extensión de la plaza o de la calle más inmediata, que en este caso sería el carrer de Santa María, del que ya de por sí parece formar parte.

Esto no sucede porque su nomenclatura se sustenta en dos razones: que hasta hace siglo y medio sí que contaba con el local que originó su nombre, y que dentro del vial medieval eran comunes estos trazados que respondían a aprovechar cualquier espacio dentro de las murallas y no tanto a razones circulatorias.

Hasta que no se derribaron las murallas medievales ya entrados en el s.XIX, cualquier espacio que sirviera para ser aprovechado como «habitable» o «explotable», iba formando calles sin orden ni concierto, lo cual podía provocar todo tipo de estrecheces y anomalías urbanísticas que volverían loco a un Ildefons Cerdà.

Estos hechos y la curiosidad de un trazado tan singular ha propiciado que el carrer d l’Anisadeta llegue a nuestros días como una calle más de Barcelona, concretamente como la más corta.

Carrer de l’Anisadeta: un origen muy propio de un barrio marinero

Tal como comentamos, aunque hoy no veamos más que paredes tintadas de rojo (y el ventanal de una cafetería), en su día sí que existía «algo» que justificaba su denominación como calle propia, ese «algo» que además da nombre a la calle. Se trataba de un local del que ya se tiene conocimiento en el s.X, y en el que una camarera muy querida por los marineros, ofrecía a pescadores y trabajadores del puerto vasos de anís con los que refrescarse.

En la Barcelona medieval poca excusa servía para nombrar a una calle (corders a donde se encuentran los talleres de los cordeleros, tallers a los de los talladores…), ya que estas denominaciones tan primarias servían para que una población poco instruida en geolocalización, supieran dónde estaban y a dónde dirigirse solo con saber el nombre de cada lugar, y en este caso, donde se tomaba anís lo propio era llamarlo como calle de la Anisadeta.

Este local sobrevivió hasta precisamente el momento del derribo de las murallas que sustentaron su creación, trasladándose a mediados del s.XIX en las barracas que se instalaron calle abajo, junto a Santa María del Mar y frente al Fossar de les Moreres.

Una trampa común capaz de aumentar una calle unos metros

Hoy en día incluso echamos de menos gran parte de las puertas y murallas medievales, que reclamamos como legado y testimonio monumental de nuestro pasado, pero la realidad es que antes de su derribo, el caos y la falta de higiene y espacio que provocaban, era todo un problema por el que surgían planes como el del Eixample o, de forma más trágica por la cantidad de patrimonio que se llevó consigo, la construcción de la Vía Laietana.

Antes de que se decidiera el derribo de las murallas y con una prohibición expresa de construir más allá de éstas, la única solución que tenían los barceloneses para ampliar o construir sus viviendas era el aprovechamiento máximo del espacio sin que se «torpedearan» aún más las calles. Para ello, era frecuente que realizaran voladizos: construcciones que se apoyaban mediante vigas en la propia fachada y que invadían desde las alturas la calle sin posarse sobre ella.

Eran como balconadas con la única diferencia que no se trataban de salidas al exterior de una habitación, sino ampliaciones de éstas o, según la ambición (y el riesgo) estancias enteras. L’Anisadeta tuvo uno de estos voladizos que, hasta su derribo por inseguro, le permitió adentrarse en la plaza unos metros más allá de los 4 que hoy luce.

Carrer de l'Anisadeta al completo
…Y ya está. Todo lo que se ve en la foto es lo que abarca el carrer de l’Anisadeta

Carrer de l’Anisadeta: Una de las más cortas también de España

Los solo 4 metros del carrer de l’Anisadeta la convierten en una vía casi imbatible para el título de la más corta de España (la del mundo nos gana por 2 metros, encontrándose en la localidad escocesa de Caithness). De hecho, atendiendo a los registros que se tienen como tales, se podría afirmar que realmente l’Anisadeta es la calle más corta de España (no se hace porque siendo como somos, mañana te viene un alcalde de Albacete y te construye una de metro y medio para reclamar el título).

Si nos fijamos por ejemplo en Madrid, la que resulta su calle más corta quintuplica a l’Anisadeta. Se trata de la calle Rompelanzas, que une Preciados con la calle del Carmen y mide 20 metros. Calle que, a pesar de su nimia longitud, llegó a acoger el primero de los Corte Inglés.

Otros ejemplos a nivel nacional los encontramos en la calle de la Sombra, en Zaragoza de solo 7 metros; la Salsipuedes en Pamplona, con 20; o la calle Cilla en Málaga, cuyo nombre no es producto de la guasa andaluza por sus solo 15 metros de largo, sino porque en ella se almacenaba el grano o cilla. En cualquier caso, auténticos bulevares comparados con los 4 metros de la Anisadeta.

Otras calles de record en Barcelona

En el lado opuesto nos encontramos con la Gran Vía de Les Corts Catalanes, que con sus 13 kilómetros de largo, ostenta el título de la calle más larga de Barcelona y también del país. La cuadrícula del Eixample ha permitido que a este record nacional le sigan muy de cerca otras calles barcelonesas, siguiéndole el carrer València en el segundo puesto. A nivel local le siguen en longitud Aragó, Mallorca y Consell de Cent. Solo detrás de ésta última encontramos una calle que no pertenece a la cuadrícula del Eixample (aunque sí al plan de Cerdà), en concreto la Diagonal.

En cuanto a la calle más estrecha, nos tenemos que desplazar solo unos metros desde l’Anisadeta, en concreto al carrer de les Mosques, que apenas alcanza el metro y medio entre pared y pared. Estrechez que supuso todo un reto para los barceloneses fabricantes de la SEAT, llegando a circular uno de sus míticos modelos 600 por ella no sin dificultad (el ancho de un 600 es de 1,38 cm).

Para la más ancha (de forma regular y obviando rondas circunvalatorias) tenemos que acudir a la propia respuesta de la ciudadanía a las estrecheces que provocaba pasear por el Born. En concreto al burgués paseo de Gràcia, cuya construcción en 1824 responde a aliviar la falta de espacio de la ciudad medieval y ofrecer un espacio de recreo que, con 42 metros de anchura, urbanizara el antiguo camino de Jesús, que unía el centro de Barcelona con la aún independiente villa de Gràcia.

Por último, en lo que a plazas urbanas se refiere, a la espera de ver cómo se configura Glòries en Barcelona tenemos la cuarta de mayor tamaño del país: Plaza de España (por detrás de la Plaza Mayor de Mislata y la Plaza Colón y España de Madrid), que con sus 34.000 m2 ridiculiza a la más pequeña de la ciudad, escondida entre huertas en el barrio de la Clota, entre el pasaje Feliu y la calle Bragança.

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