Hay calles en Barcelona que al evocarlas apenas podemos recordar cómo son, pero sí lo que en ellas suceden, y en este caso incluso a cómo huele: a chocolate y melindros. Hablamos del carrer Petritxol, una vía de apenas 130 metros y arrastrada por su fama del rincón más dulce de Barcelona, pero que esconde mucho más que raciones hipercalóricas, hechos que van desde ser la primera calle peatonalizada de la ciudad, hasta donde se podía escuchar a una joven Montserrat Caballé ensayar antes de pisar las tablas del Liceu.
Petritxol: un nombre al que no se le conoce origen pero sí practicidad
Existen varias teorías sobre de dónde viene el término que da nombre a esta céntrica calle, y aunque a ciencia cierta no sepamos cuál es la válida, a las cuatro se les asume el carácter práctico e indicativo de las calles del medievo, en la que no había la complicación de si se dedica a un hombre de izquierdas, de derechas, esclavista o sin relación aparente con el vecindario: corders a donde se sitúa el gremio de cordeleros, tallers al de cortadores y así sucesivamente…
Siguiendo con esta practicidad, la primera teoría nos dicta que el nombre Petritxol viene de que los terrenos pertenecían a la familia del mismo nombre, que disponían de una casa justo en mitad del trazado que impedía su apertura hasta Portaferrisa. Al cederlos y demoler la casa en 1465, se dio nombre a la vía resultante como era mandato en la Barcelona Medieval.
Las primeras referencias de la existencia de esta calle datan de 1292
La segunda teoría y nuestra favorita por tener algo más de chicha y simpatía, es que el nombre viene de la palabra «pedritxol», término que proviene de la palabra ‘pedra’ -piedra en catalán-, avisando de esta forma desde su denominación a los carruajes que solían frecuentarla camino al Pí para que fuesen con especial cuidado, debido a la presencia de numerosas piedras por toda la calle. Es como si denomináramos a una calle con el nombre de «bache» o «socavón» en un momento en el que el código de circulación no contemplaba la señal de badén.
La tercera por sí misma es la más sosa, e indica como origen una variación de Petritxol a Portitxol (portal o pórtico pequeño), suponiendo por la originalidad medieval, que debido a que allí se encontrara uno de estos elementos arquitectónicos que diera paso a la plaza o a Portaferrisa. Esta es la que menos seguidores tiene no por la sosería, sino porque su etimología deriva de una leyenda que os contaremos al final del artículo… (sí, venimos del mundo del marketing y queremos engancharos hasta el final).
El historiador Clovis Eimeric suma una cuarta, indicando que el nombre viene dado por la pedritxes: los restos de cal que forman las aguas de Barcelona (que se lo digan a nuestros grifos…), que derivó primero en padritxol, como aún se llamaba la calle en el siglo XVII, para acabar llamándose finalmente Petritxol.
¿Arte antes que el dulce? El dominio gremial del carrer Petritxol
La fama de la calle más chocolatera de Barcelona le viene ya desde el barroco, cuando en el s.XVII se instalaron las primeras granjas que daban a conocer a los barceloneses este brebaje dulce que pronto se convirtió en religión de la vida cotidiana de los burgueses e indianos. En una ciudad acostumbrada a concentrar en un mismo espacio a quienes trabajaban en un mismo oficio, esta estrecha vía junto a Santa María del Pi era el punto de encuentro de los chocolateros.
Hoy en día lo sigue siendo, pero las chocolaterías más antiguas datan de la década de los años 40, siendo la decana la Granja Dulcinea, en el número 2 desde 1941. Le sigue muy de cerca la emblemática Granja Pallaresa, de 1947. El resto de chocolaterías fueron surgiendo al calor del éxito de éstas, reivindicando una tradición implícita a la calle pero también a rebufo de otro de los gremios que dan fama a esta vía: las galerías de arte.
El término popular «granja» proviene de que era común que estos espacios antes que cafeterías, fueran lecherías en las que las vacas estaban de cuerpo presente. De hecho, la Granja Dulcinea fue antes vaquería que chocolatería.
Antes incluso de que la Granja Dulcinea recuperara el vínculo chocolatero del carrer Petritxol, esta calle ya era conocida entre los barceloneses por otro vínculo inseparable: el arte. Aquí, concretamente en el número 5 se sitúa desde 1840 la Sala Parés, que lejos de ser una galería más, se trata de la primera que se abrió en toda España, además de ser de las primeras en Europa en vender pinturas de particulares.
En ella expuso un jovencísimo Pablo Picasso sus primeras acuarelas al poco de llegar a Barcelona en 1897: no vendió ni una sola. Y como todo lo que tiene éxito resulta un imán para la competencia, no tardaron en aparecer otras galerías de arte que dieron más personalidad y solera a Petritxol. Hoy en día sobreviven junto a la Parés Carré d’Artistes, especialista en arte contemporáneo, y la Galería Maxó Petritxol, dedicada al arte conceptual.
Carrer Petritxol: una calle repleta de «primeras veces»
Por si ser la primera calle reconocida como chocolatera de Barcelona y la calle en la que se situó la primera galería de arte de España, no fuera suficiente, Petritxol aún tiene otros títulos de «primera en» con los que presumir, y que dan cuenta de lo bien aprovechados que han estado sus 130 metros a lo largo del tiempo.
Aquí, en 1947 surge la primera asociación de vecinos de Barcelona, con la intención de tener voz y voto en iniciativas municipales que mejoren la calle y realizar acciones propias para embellecerla. Una de ellas la llevaron a cabo tres años después, en 1950, cuando decidieron recuperar unas denostadas festas de La Mercè (el franquismo había borrado del mapa todo lo puramente catalán, lo que incluía sus fiestas populares). Decoraron la calle y colocaron una efigie de la virgen en una hornacina que aún se conserva, a la que acudían barceloneses «de pro» y las novias de la zona, ya que se había popularizado dejar el ramo a la patrona que por mucho que un señor bajito de Ferrol se empeñara, seguía ejerciendo este título.
No fue este el único éxito de esta pionera asociación vecinal: 60 años antes de que Colau lo pusiera de moda, en 1959 Petritxol se convirtió en la primera calle plenamente peatonal de Barcelona. Para ello se suprimieron aceras y, por supuesto, se prohibió el paso de coches, llenándose aún más de vida la calle y sin que ninguna asociación de comerciantes y los alérgicos a caminar protestaran por ello. También promueven la iniciativa de decorarla con los distintos paneles cerámicos que cuentan la historia de la calle, así como las gentes y los talleres que la habitaron.
Todos quieren vivir en carrer Petritxol
Su posición céntrica, -justo al lado de las Ramblas pero sin la marea de gentes que la asfixia-, y todas las iniciativas que para revitalizarla se han llevado a cabo en los últimos siglos de manos de sus propios vecinos, hacen de esta calle todo un imán para quererse ir a vivir a ella.
Tal es así que el listado de vecinos ilustres es la envidia de cualquier paseo de Gràcia. Uno de los más queridos y que cuenta con numerosas menciones en la calle y en la colindante Plaza del Pi es Angel Guimerà, que vivió su etapa barcelonesa en el número 4 de esta calle, en la casa Joaquim Fontrodona. El poeta Leandro Fernández de Moratín escribió muchas de sus obras desde un hostal de esta calle, la cual también sirvió de inspiración poética al vanguardista Joan Salvat Papasseit y a Antonia Gil i Güell.
Un joven Enric Prat de la Riba se hospedó en la casa que su tío tenía en esta calle antes de teorizar sobre el nacionalismo catalán, así como una no menos joven Montserrat Caballé comenzó su idilio con esta calle trabajando a los 17 años en la fábrica de pañuelos que se situaba en el número 11, propiedad del señor Comella. Posteriormente adquiriría un estudio que usaba como lugar de ensayo antes de llenar con su voz el escenario del Liceu.
No llegó a instalarse, pero sí que era un frecuente visitante de la Granja Dulcinea un Salvador Dalí del que «las malas lenguas» (aquellas que suelen acertar más que los biógrafos) dicen que allí dejaba tomando chocolate a sus bellas acompañantes mientras él visitaba la Galería Parés, donde además de Picasso han expuesto Rusiñol, Isidre Nonell, Ramón Casas o él mismo.
La leyenda del carrer Petritxol
Indicábamos al comienzo del artículo que, una de las razones por las que se esgrimía que Petritxol podría venir de la existencia de un pequeño pórtico era debido a una leyenda popular. Esta leyenda dictaba que en época de dominio árabe, allá por el año 800, solo quedó una iglesia abierta al pueblo cristiano, que no era otra que la iglesia del Pi.
Los feligreses que quisieran oír misa debían hacerlo a las 5 de la mañana, antes del amanecer y dando un rodeo importante para no cruzar por los caminos principales, destinados a los mahometanos. Por mucho que el clérigo del Pi solicitó al emir que les abriera paso desde la Rambla a Santa María (la mayoría de cristianos vivían en El Raval), el mandatario musulmán se negaba a que los cristianos recibieran el mismo trato que sus súbditos.
El afán del cura era mantener la iglesia viva, y para ello la necesitaba llena de creyentes. Un día, cuando fue a recoger agua del pozo para lavar el cáliz, el cubo se le cayó por el brocal, por lo que tuvo que agarrar cuerda y con un garfio intentar recuperarlo. Cuál fue su sorpresa cuando en vez de el cubo, recogió un cofre repleto de monedas. De inmediato supo qué hacer con ese oro.
Volvió a reunirse con el emir, al cual le ofreció comprar los terrenos que separaban el Pi de la Rambla. El árabe, enrocado en su decisión de que los cristianos no tuvieran las mismas facilidades, le puso una condición que sabía que, un anciano sin comunidad religiosa ni fieles, no podía cumplir. Fue así como le propuso: «te quedarás con el camino que abre hacia la Rambla cuando reúnas tanto oro como para cubrir toda la vía».
El cura mandó explorar todo el pozo, encontrando más cofres como el del primer día que le permitieron presentarse de nuevo ante el emir y con firmeza presentarle el tesoro dispuesto a cubrir la vía con él. Pudo completar casi todo el trazado que hoy en día es esta calle de dulce regusto, pero a pocos metros de llegar al final se quedó sin monedas. El emir, deseoso de quedarse con todo ese oro aceptó ceder los terrenos para construir una calle hasta donde había llegado el oro, a escasos metros de la Portaferrisa, lugar en el que se abrió un pórtico que acabó por dar nombre a esta calle: la del Petritxol.
Sea cual sea el origen de Petritxol, hoy disfrutamos de una calle pequeña, estrecha, pero llena de vida, de cultura y, sobre todo de personalidad, donde no encontraremos ninguna franquicia, incapaces de competir con unas granjas únicas en la maestría chocolatera y con unos vecinos orgullosos de sus orígenes.