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Edificios sorprendentes de Barcelona

Cases del Drapaire (la Concepción): cuando las VPOs son elegantes y monumentales

En el número 172 – 182 de la Gran Vía nos sorprende un voluminoso edificio monumental que nadie se espera en este barrio. Descubre cómo un drapaire llegó a hacer fortuna como para construir estas casas «de alto estánding» para los obreros de Can Batlló.

Hay cierta sensación generalizada como que la Gran Vía acaba en plaza España. Todos sabemos que llega a adentrarse en L’Hospitalet, pero lo que pasa más allá de las torres Venecianas solo interesa a quien se dirige al IKEA o al Aeropuerto. Lejos de esta realidad, más allá de esta frontera imaginaria nos encontramos con joyas como la antigua estación de Magòria, Can Batlló, o la imponente construcción que nos ocupa: las Cases del Drapaire, también conocidas como edificio de La Concepción.

Cases del Drapaire: una ciudad vertical con vocación de dignificar a sus habitantes

Cuando reparas en el número 272-282 de la Gran Vía, hay dos cosas que te impresionan: el faraónico tamaño de la estructura y sus elegantes formas en un entorno no acostumbrado a acabados tan cuidados. Nada más y nada menos que un edificio de seis cuerpos, con 10 plantas y bajos en el que encontramos 240 viviendas construidas en su tiempo (allá por 1925) para alquiler social de los obreros, sobre todo, de aquellos que trabajaban en Can Batlló, que pagaban unas 125 pesetas mensuales por vivir en un edificio con todas las comodidades propias de las clases altas pero con un espíritu cooperativista.

En su época y aún hoy, resulta todo un desafío a la lógica inmobiliaria: situado en un barrio de clase obrera, reproducía las formas y estilos de las viviendas que se construían en aquella época en la parte más elegante de la Diagonal (entre paseo de Gràcia y Francesc Macià), usando los principios del novecentismo y la profusa decoración del estilo beaux arts en un espacio yermo aún por ocupar, las laderas de Montjuïc, donde lo poco que había construido correspondía a las indecentes barracas.

No fueron pocas las trabas que se encontró su promotor para dignificar el estatus de unos obreros (la mayoría provenientes del sur del país) para los que las administraciones tenían reservadas otra clase de viviendas menos pudientes, como las Casas Baratas del Bon Pastor, a la par que para las clases medias se reservaban la invasión del Eixample: esa perversión del plan Cerdà por el que todo espacio que se debía destinar para el ocio, descanso o para ajardinarlo, sería ocupado por aberrantes construcciones simplonas afeando el paisaje urbano.

Incluso la construcción del edificio llegó a ser parada por no contar con los permisos adecuados para alzar un edificio de tal altura. Antes de que el interesado alcalde Porcioles trampeara la normativa que nos legó «els barrets del Eixample» y los entresuelos, no se podían superar un número concreto de plantas según la zona, y en esta en concreto no se debía construir por encima de los nueve pisos. Su promotor, que llegó a ser concejal en el Ayuntamiento, se excusó en que así mantenía con trabajo a los obreros construyendo dos plantas más, un solo ejemplo de que Pau Fornt i Valls no era un constructor a la usanza…

El edificio Cases del Drapaire o La Concepción destaca por el uso excesivo de decoración, algo impropio del tipo de vivienda obrera que se construía en la década del 1920, caracterizada por el fuente barraquismo y la expansión de "cases barates".

Pau Fornt i Valls: el trapero «hecho a si mismo»

Perdón por el cliché, pero la historia de cómo el empresario Fornt i Valls llegó a construir para obreros ajenos a su producción y para él mismo, todo un edificio de 11 plantas en estilo monumental en una zona anodina, es digno del uso de una expresión tan manida como necesaria para aplicarla a este personaje.

En una Barcelona en la que aún la monumentalidad y las construcciones emblemáticas venían patrocinadas por apellidos de rancio abolengo como los Güell, Batlló o Ametller, y donde el crecimiento urbanístico planificado abordaba las últimas manzanas de l’Eixample y la Exposición del 29, que un simple «drapaire» de Sant Pere de Riudebitlles plantara su impronta con 240 elegantes viviendas en una ladera sin urbanizar de Montjuïc llamaba la atención y mucho.

Hijo de un botero y una ama de casa, Fornt i Valls comenzó su carrera laboral ayudando a su padre en la limpieza de las botas de vino hasta que con 12 años se trasladó a Barcelona para trabajar como aprendiz de Jaume Aloi, conocido drapaire (trapero), del que se independizó a los 16 años para montar su propio negocio en el creciente barrio de Sants.

No queremos seguir pasando por alto que puede que muchos de vosotros no sabréis qué es un drapaire, más que nada porque nosotros mismos hemos tenido que averiguarlo… (perdonad la ignorancia) pero no queríamos romper el ritmo «trepidante» de la historia: un drapaire era la persona encargada de recoger ropas, retales, trapos y otros deshechos casa por casa para reutilizarlos y revenderlos. ¿Y cómo se puede hacer fortuna de ello? Lo que hizo proliferar en un trabajo tan poco «agraciado» como éste a Fornt i Valls es la ambición con que lo llevó a cabo, montando una especie de cadena de reciclaje que iba más allá de los trapos y abarcaba desde la chatarra, al cartón, pasando por restos vegetales como el cáñamo, que como ejemplo de su audaz pero laboriosa práctica, lo compraba a muy bajo precio en Sevilla para revenderlo a precios menos asequibles en Aragón o el sur de Francia.

Todo ello le llevó a amasar una fortuna que le permitió la aventura de construir un edificio tan magnificente como sus esfuerzos por escalar socialmente: un edificio que quiso que representara el espíritu de la superación obrera y que, por ello, fuera ocupado elegantemente por esta clase trabajadora a precios asequibles, a la par que se lo dedicaba a su mujer, Concepción, dándole su nombre («Cases del Drapaire» sería el apodo) y coronándolo con la efigie de la virgen del mismo nombre.

Detalle de la tribuna del edificio de la Concepción
El uso de elementos como la tribuna, numerosas balconadas, áticos, balaustres, jarrones decorativos y otras terminaciones eran totalmente impropios de una vivienda social.

Edificio de la Concepción: viviendas sociales nada convencionales

Ya hemos adelantado que tanto la naturaleza del edificio como su uso, se desligaba completamente de la concepción que a día de hoy aún tenemos de lo que tiene que ser una vivienda de protección oficial. Aquí los materiales baratos y los metros cuadrados encajados con calzador brillan por su ausencia, así como una fachada anodina y «feista» como las que caracterizan las VPOs, tan carentes en general de la sensibilidad de un arquitecto motivado por su trabajo y tan poco memorables.

El edificio de la Concepción es todo lo contrario. Solo su situación nos aventura a imaginar su impronta social. Incluso su distribución está llena de imaginativas soluciones que jamás se aplicarían en una promoción de viviendas de periferia: contando con varios de los primeros ascensores que se instalaban en Barcelona, además de teléfonos que comunicaban las plantas y galerías que lo atravesaban para evitar rodeos innecesarios.

Las galerías que comunicaban las diferentes secciones del edificio sin tener que recorrerlo de punta a punta, sirvieron para que en plena Guerra Civil, se usaran como eficaz escondite

Las Cases del Drapaire surgió de similar forma que otros edificios mastodónticos como el Walden 7, solo que Fornt i Valls acertó allá donde Bofill falló: con ideología comunitaria pero sin abandonar la individualidad de una cómoda vivienda con balconada y bien comunicada (y con materiales perdurables). Tal era la confortabilidad, que el propio drapaire se instaló en el edificio, aunque en un duplex que siguiendo las recientemente instauradas prácticas de Francesc Cambó (alcalde barceloní que rompió con la tradición burguesa de vivir en las primeras plantas), ocupaba la sección central de las dos últimas plantas.

Remate de la virgen de la Concepción en las Cases del Drapaire
Una efigie de la Virgen de la Concepción remata el edificio en su nave central, en homenaje a la mujer del «drapaire». La que actualmente vemos se trata de una reproducción posterior a la Guerra Civil, ya que durante el control republicano de la ciudad, se destruyó la original.

Cases del Drapaire: el edificio que su arquitecto no quiso firmar

Hasta aquí la historia de un humilde «chatarrero» que rompió con las convenciones sociales a la par que legaba un monumental edificio a un barrio obrero como lo es la Font de la Guatlla. Una historia de superación y trabajo incansable pero que deja un par de interrogantes que, a modo de un Equipo de Investigación de barrio, quisiéramos abordar: ¿realmente se puede hacer tal fortuna recogiendo residuos como para construir un mastodonte que abarca 10 números, 11 plantas y alcanza los 80 metros de anchura?

A esta pregunta se le encuentra una respuesta un tanto «romántica», contándose que entre búsqueda y búsqueda de chatarra, Pau encontró un cofre del tesoro con el que pudo financiar su proyecto (que sin pretender ser maliciosos con el drapaire, suena a las siete veces que le tocó la lotería a Carlos Fabra). Un argumento de cuento para una historia en la que también se incluyen permisos de construcción obviados, una mujer que estrenaba vestido cada día y finalmente el asesinato de nuestro protagonista a manos de la CNT.

Historias un tanto turbias por las que el que se señala como arquitecto autor de tan magna obra, Modest Féu i Fabra, decidiera no vincularse históricamente. Un arquitecto que lejos de reclamar la autoría de un edificio insigne como lo es las Cases del Drapaire, la esconde hasta tal punto de no figurar entre su legado como sí lo hacen otras tantas repartidas sobre todo en Sants.

Fornt i Valls, un personaje que a día de hoy resultaría tan alabado y cuestionado como la empresa Ecoembes, un empresario que hizo de una causa social, la base de su fortuna pero que igualmente dejó sombras sobre ella. En cualquier caso siempre se le tendrá que agradecer su buen gusto y legar un edificio del que muchas otras obras sociales tendrían que aprender hoy en día.

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