El grupo de cases de la Font Florida es un excelente resumen de la Barcelona invisible, la que no sale en las guías pero que, sin embargo, está igualmente muy presente a cada rincón y resulta tan monumental como un carrer del Eixample. La Barcelona de su idiosincrasia, tan obrera como burguesa, tan modernista como de cases barates o VPOs.
Asomadas en la ladera más septentrional de Montjuïc, su privilegiada posición y sus elegantes perfiles novecentistas las convertirían en deseo inalcanzable si no fuera por el hecho de encontrarse rodeada por un barrio, la Font de la Guatlla, eminentemente obrero., que más que un hándicap, supone su mejor virtud, ya que del perfil trabajador precisamente surge su origen.
¿Qué hacen estas casas de aire lujoso encaramadas en la cara de Montjuïc menos reconocible? Las cases de la Font Florida son el mejor ejemplo de que el buen gusto estético no solo está en manos de la burguesía o los terratenientes; y que el perfil de muchos barrios obreros no sería el que es (sin gusto estético o personalidad en sus fachadas), si en vez de hacer política con la vivienda, se dejara en manos de quienes la van a ocupar.
¿Y a qué viene esta soflama en contra de atentados estéticos y sociales como los que se hicieron en los 50, 60 y 70 en barrios como Bellvitge, el Bon Pastor o Ciutat Meridiana? En que las bonitas cases de la Font Florida se construyeron de manos de una cooperativa obrera: ni patrocinadas por un Güell, ni el capricho de un terrateniente, ni nada que se le parezca: obreros de los de martillo y hoz que desearon aprovechar la ladera para crear su propio modelo de ciudad jardín.
Cases de la Font Florida: un ignorado ejemplo de modelo de cooperativa obrera
La idiosincrasia de cada barrio lo determinan sus orígenes. Encontramos ejemplos en los que una iglesia se convierte en el eje de crecimiento, como ocurrió con Gràcia y Josepets, la instalación de importantes fábricas como en Sants o Les Corts, o la unión cooperativista, como ocurría con los periodistas en el barrio de la Font d’en Fargues.
De hecho, este es el modelo seguido para el origen de un llamativo grupo de casas con aires ingleses en un barrio eminentemente obrero pero, ¿es que el buen gusto arquitectónico no va sujeto a la clase trabajadora? Las cases de la Font Florida son unos de los ejemplos que podemos encontrar en Barcelona de que, con los medios y sobre todo la libertad necesaria, no todo son cases barates…
Vivienda elitista para dignificar un barrio tres veces transformado
La Font de la Guatlla tiene sus orígenes gracias al cultivo de la alfalfa, el trigo y los árboles frutales de la ladera norte de Montjuïc, la cual impulsó un barrio de carácter rural y disperso, ligado inicialmente a la França del Poble Sec.
Bajo la influencia de la corriente industrializadora que ya afectaba a Hostafrancs a mediados del s.XIX, esta zona, que contaba con importantes caudales de agua, fue atrayendo su propia industria, hasta convertirse a finales de ese mismo siglo en uno de los notables polos de crecimiento productivo.
La Font de la Guatlla como barrio creció en importancia sobre todo a principios del s.XX, debido al eje natural que constituía con la Zona Franca y Magòria-Can Batlló y por la instalación la fábrica de tejidos Casaramona y Can Butsems: sus dos icónicos símbolos de prosperidad.
El tercer cambio de uso vino a raíz de la Exposición Internacional de 1929, cuando comenzó a vislumbrarse como zona de ocio y recreo. Es a caballo entre estos dos últimos usos, el industrial y el de ocio, el marco en el que se proyectan las casas de la Font Florida.
En 1930, la Cooperativa d’Obrers i Empleats Municipals que impulsaba el trabajo en Casaramona y Can Butsems, decide adquirir los terrenos aún vírgenes de la ladera entre el Poble Espanyol y el plano de casas que se iban asentando hacia Gran Vía, por aquel entonces propiedad del barón de Esponellà.
Obreros «de primera» que en un par de años se convirtieron «de segunda»
Bajo el amparo de dos de las fábricas más productivas de la ciudad y en unos terrenos aun «yermos» y carentes de interés para el ayuntamiento (el crecimiento de la ciudad se centraba en el cierre del Eixample y en la unión de las antiguas vilas), la cooperativa obrera se encontró con cierta libertad creativa y constructora para llevar su proyecto de barrio obrero «elegante».
El modelo a seguir era otro barrio «fontanal», el de la Font d’en Fargues, donde la cooperativa de periodistas habían construido un modelo de ciudad-jardín en la falda norte del cerro de Rovira, en los terrenos de Horta, 25 años antes, en 1905.
Así, surgieron en la parte más alta de la ladera, entre el Poble Espanyol y el carrer Sant Fructuós (que actúa como carrer Mayor de la no-vila), un grupo que apenas supera la treintena de casas de una única planta y jardín, con cierto aire inglés pero sin abandonar el novecentismo imperante.
El proyecto de ciudad jardín pretendía abarcar toda la falda norte, pero solo se puedo llevar a cabo como proyecto planificado entre el carrer de la Font Florida y el de la Guatlla. Para cuando se quiso dar continuidad, los aires de cambio y guerra ya se sentían y, del optimismo de un barrio impulsado por dos fábricas y una exposición mundial, se pasó a la previsión y el pesimismo, dejando en el olvido el pequeño Pedralbes en el que se quería convertir este rincón de Montjuïc.
Durante la República, la cooperativa obrera organizaba cada junio su Festa Major en este carrer, tradición que ha sido recientemente recuperada. Su sede disponía del único teléfono público del barrio.
En época de posguerra y con una política patrocinada por la propia alcaldía de aprovechar cualquier terreno para construir (ya es todo un clásico de esta página, mencionar el Porciolismo como lo peor que le pudo pasar a la Barcelona de mitad de siglo), unos terrenos antes atractivos para hacerlos habitables como barrio elegante, se convirtieron en refugio de los nuevos obreros que llenaban las fábricas desde el sur de España.
Esta última oleada de obreros fue la encargada en colaboración y cohabitación con los antiguos residentes, de dar forma al barrio con nombre de flores en homenaje a ese deseo de convertir en ciudad jardín esta zona.
Los propios habitantes del barrio y los obreros más pudientes, ocuparían la zona más alta y cercana al corazón de Montjuïc (carrer de la Dàlia, del Lotus), mientras que en las zonas menos favorecidas, se iban agrupando casas autoconstruidas que recordaban a las que llenaban otras zonas de la ciudad como Can Peguera o el Bon Pastor (carrer del Gessamí o Pas de Valls).
Un barrio condenado durante 40 años, salvado «in extremis»
Estas últimas casas, tal como se construyeron, se pretendían derribar. Con un barrio que había perdido ya toda fuerza industrial (Can Butsems acabaría cerrando en 1978 tras una larga decadencia y Casaramona había cambiado de uso en el lejano 1920), el Pla General Metropolità del 1976 que pretendía dar un lavado de cara a las prácticas salvajes constructivas que se habían dado durante el Porciolismo, contemplaba esta zona como un parque que conectara Gran Vía con Montjuïc de forma orgánica.
Lo que hoy conocemos como Parque de la Font Florida (construido en 1999 como parte del PGM de 1976), debía tener continuidad hasta la Avenida Francesc Ferrer i Guàrdia mediante la demolición de estas casas
Este hecho constituía que las 51 casas de la colina de la Font de la Guatlla que se habían construido sin los permisos adecuados, se debían derribar. Tras 40 años de estar pendientes de una expropiación urbanística, la «administración Colau» y el vecindario de la parte alta de la zona llegaron a un acuerdo en 2020, gracias a la mediación de la asociación «Salvem el Turó», para mantener las viviendas y mejorar el espacio público a través de un proceso participativo. Hoy están calificadas como viviendas protegidas.
Can Butsems y la font de la Guatlla original
De Casaramona (hoy CaixaForum) hay bastante de qué hablar como para que disponga de su propia entrada, pero de Can Butsems poco legado queda pese a no solo ser el motor del barrio, sino también estar presente en medio Eixample, concretamente en los edificios que se proveían de sus emblemáticos y característicos mosaicos hidráulicos.
La fábrica de Carles Butsems, originaria del Poble Sec, se tuvo que trasladar a esta zona tras un incendio que la asoló en 1906. Su principal producción no solo eran losetas, sino también la piedra artificial, lo cual le permitió que su auge se mantuviera aún con el Eixample ya acabado, gracias al empuje en concreto de la construcción del Poble Espanyol y los pabellones de la Exposición de 1929.
Tal era el músculo económico de Can Butsems que sus trabajadores se contaban a miles, impulsando como ya hemos relatado, la construcción de prácticamente toda la zona alta del barrio de la Font de la Guatlla, que tuvo que pagar a cambio el precio de perder su símbolo, la propia font.
Una font o riera = riqueza e industria
Antes que el sistema de aguas y alcantarillado facilitara el acceso al líquido elemento a todos los rincones y toda la población, contar con una riera era fundamental para el desarrollo industrial, que necesitaba de grandes y continuas cantidades para la producción fabril. Es así como el Rec Comtal por ejemplo propulsó la industria harinera del Clot o se construyeron torres de agua para hacer habitables y productivas ciertas zonas de Barcelona.
En el caso de la font de la Guatlla, la riera de Magòria de la que se nutría permitía que Can Butsems pudiera entre otras labores, templar y limpiar la producción de piedra y mosaicos, de ahí que este icono histórico del barrio se incluyera dentro de sus instalaciones.
No obstante, no habría que culpar a Can Butsems de su desaparición, ya que fue Porcioles y su política de convertir a Montjuïc en en vertedero de la ciudad quien contaminó sus aguas y la dejó impracticable para cualquier uso. Desde 1997 existe un monolito en el carrer de Chopin que recuerda el lugar donde se encontraba la fuente.
Can Butsems acabó cerrando en 1978, y sus instalaciones dieron paso en 1995 al que es hoy el centro cívico del barrio, obra de Antoni de Moragas, hijo del que es uno de los máximo exponentes de la arquitectura moderna del país.
Otros ejemplos de «ciudades cooperativas» en Barcelona
Quizás el más emblemático y relevante en este artículo es la otra font a la que hemos hecho mención en esta entrada: la Font d’en Fargues, promovida en 1905 por Pere Fargas i Sagristà, en un comienzo como pequeñas torres de veraneo para la burguesía barcelonesa y, hacia 1915, como lugar de residencia para los asociados a la Cooperativa de Periodistas.
Así lo testimonia por ejemplo que dentro de este excesivo y singular rincón de Horta, se dedique una calle destacada a Peris i Mencheta, célebre periodista fundador de periódicos como El Noticiero Universal, La Correspondencia de Valencia o El Noticiero Sevillano, a parte de una agencia de noticias propia precursora del reporterismo en España.
A apenas 100 metros de este rincón encontramos el carrer de Aiguafreda, donde se situaban las emblemáticas bugaderes d’Horta: lavanderas que se ganaban la vida limpiando las ropas de los burgueses de l’Eixample una vez por semana, gracias a su depurada técnica de limpieza con ceniza de carbón y a las cristalinas aguas de los torrentes de Horta.
Gran parte de culpa de que la Font de la Guatlla no acabara como un grupo de cases barates lo tiene que se destinara la Zona Franca para esta labor, donde los más agraciados dentro de la clase obrera se hicieron con una de las casas de la SEAT, apreciadas porque dentro de su humildad, contaban con todo lo necesario para acoger a una familia entera con comodidad.
Sin salir de la Font de la Guatlla no encontramos otro barrio cooperativista, pero sí todo un edificio singular y monumental que se creó con el mismo espíritu de dar a los obreros una casa digna de la alta sociedad, pero trasladado a la cultura de la vivienda en bloque. Se trata del edificio de la Concepción, también conocido como las Cases del Drapaire.
Por último, ya saliendo de Barcelona encontramos dos ejemplos míticos: la propia Ciutat Cooperativa de Sant Boi, levantada en 1965 y que supuso romper con el concepto de ciudad dormitorio, dando el espacio reservado para segundas residencias a los obreros de las fábricas que se aglutinaban en torno al último tramo del Llobregat, y la Colonia Güell, cuyo planteamiento era el de dar vivienda y «aislar» de las revueltas de la ciudad a los obreros del magnate Eusebi Güell.