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Secretos de las calles de Barcelona

Cuando la banca era cosa de trileros (y se tuvo que acabar formalizando)

El primer banco de Europa pudo ser de Barcelona, gracias entre otras cosas a la mala praxis de los gremios instalados en canvis vells y canvis nous. Descubre la razón.

¿Os imagináis ir a pedir cambio a un señor que usa un banco como mostrador en plena calle?, ¿le dejaríais todos vuestros ahorros en depósito? Pues todo esto ocurría en la Barcelona de la baja edad media, dando lugar concretamente a dos calles y todo un edificio cuyo peso histórico pasa por ser (casi) pionero en Europa, lugar creador de maestros y posteriormente dar cobijo a artistas de la talla de Picasso. Todo esto y más suculentas anécdotas ocurrieron en lo que hoy (y también lo eran aquel entonces) son las calles Canvis Vells, Canvis Nous y el edificio de la Llotja de Mar.

Carrer dels Canvis Vells: un gremio que hacía fiable hasta a Rodrigo Rato

El impulsor de la creación de Bankia (amén de impulsor de las tarjetas blacks y recalcitrante conservador amigo de lo ajeno: dejemos la objetividad periodística para personajes que lo merezcan…) bien se podría haber sentido cómodo entre los que se suponen sus antecesores en tejemanejes financieros, que no son otros que los «banqueros» que ocupaban la calle que desde el s. XIV aún conserva el nombre de Canvis Vells.

En un barrio eminentemente gremial y esforzado por conservar este legado como es El Born, un nombre tan pintoresco como éste no podía ser casual, y es que era aquí donde se realizaban los cambios y depósitos de moneda. ¿Mediante una entidad financiera que asegurara la transacción? Estamos en plena Edad Media y en un barrio que, si bien lleno de solera y encanto, también de pillos y buscavidas.

Así, este cambio de moneda se realizaba en plena calle, sobre una bancada de madera y por quienes manejaban cantidades de efectivo necesario para hacer trueques, depósitos y el cambio al que hace referencia el nombre de la calle. Estos primeros banqueros (este nombre tan normalizado a día de hoy proviene precisamente de esa banca de madera en la que practicaban sus artes) solían ser judíos adinerados o en el peor de los casos, gente sin oficio que en cuanto conseguía el suficiente efectivo, lo hacía multiplicar con malas artes.

Carrer dels Canvis Nous: un minitraslado fruto de un antisemitismo nada disimulado

Fueron precisamente estos trileros y especuladores de moneda ajena quienes propiciaron que el carrer Canvis se convirtiera en Canvis Vells, como consecuencia inmediata de la creación del carrer Canvis Nous, perpendicular a ésta. ¿Cómo unos abiertamente estafadores (rara vez se recuperaban los depósitos al no ofrecer ningún tipo de garantía) se hicieron con el control gremial del cambio de moneda? Fruto del movimiento antisemita que ya se forjaba desde la Alta Edad Media.

La población judía siempre fue cuestionada durante la Edad Media (bueno… y también durante cierto periodo del s.XX…). Las razones no eran tanto religiosas como monetarias: tradicionalmente, las familias judías han sido acaudaladas, causando muchos recelos y envidias entre el resto de habitantes que aprovechaban a la mínima de cambio para expulsarlos o acusarles de malas prácticas.

Los «trileros» a cargo de las taulas de canvis (así se hacían llamar estas bancas primigenias), se las ingeniaron para acusar a los banqueros judíos de quedarse con lo ajeno, haciendo intervenir al propio Consell de Cent que resolvió el asunto de la forma más diplomática y efectiva que conocía: de igual forma que había resuelto el problema trasladando a los judíos a su propio barrio (el Call, donde se viviría un particular holocausto apenas unas décadas después), la solución estaba en trasladar a los cambiadores judíos a otra calle, la de Canvis Nous.

¿Y cómo resolvía el Consell de Cent cualquier indicio de estafa tanto por unos, como por otros? Para que el gremio no perdiera su sentido debido a la poca seguridad de sus transacciones, la primera solución pasaba por «romper» la bancada y expulsar del gremio a quienes no obraran bien con la moneda ajena (dando lugar a la expresión «bancarrota») y la segunda, mucho más efectiva a largo plazo, la de crear «la Taula dels Dipòsits»: el primer banco público del país y cuya intervención administrativa garantizaba la devolución segura de los depósitos.

La Llotja de Mar: un productivo edificio multiusos que por poco fue el primer banco de Europa

Como cada vez el descaro de los taulers de canvis era mayor y negociar con ellos era poco fiable (en caso de quiebra no respondían de las pérdidas que pudieran ocasionar a quienes depositaban sus joyas o ahorros, además de ser frecuente introducir moneda falsa entre los cambios), el consejo de la ciudad decidió hacer uso del edificio de la Llotja de Mar como depósito municipal de moneda, siendo el propio ayuntamiento el que respondía de lo allí confiado.

Es así como el edificio que hiciera construir Pere el Cerimoniòs a finales del s. XIV dejó de funcionar como cámara de comercio para convertirse en depositario de bienes, que los ciudadanos podían confiar sin miedo a perderlos y con la posibilidad de retirarlos en cualquier momento.

Esta intervención municipal en el librecomercio no medró a los canviadors, que continuaron durante décadas «colando» moneda falsa o de menor valor a los pobres ignorantes que hacían uso de sus servicios. Tal falta de principios propulsó finalmente la creación del Banc de la Ciutat: ya no solo se realizaban depósitos sino que se facilitaba el cambio de moneda, préstamo y otras transacciones que han llegado hasta nuestros días (sin regalos de vajillas por medio pero sí que con un absoluto interés público que evitaba la especulación).

Fachada lateral de la Llotja de Mar

Así, tal como está ocurriendo actualmente con la remunicipalización de los servicios por el abuso de la iniciativa privada, Barcelona intervino para asegurar unos márgenes legales y garantías que la habrían convertido en el primer banco de Europa, si no se diera la particularidad que, por culpa de la epidemia de peste del año 1589, el proyecto del Banc de la Ciutat se tuvo que retrasar hasta 1609, momento en el que ya por entonces, el Banco de Amsterdam se hizo por poco con el título (se puso en marcha el mismo año, pero con un par de meses de adelanto).

Desde entonces al emblemático edificio de la Llotja de Mar no le han faltado usos: en 1714 se convirtió tras la victoria borbónica en cuartel militar (símbolo inequívoco de lo que les depararía a los barceloneses la poca querencia por el bando borbón) recuperándose su uso civil en 1760 con la creación en sus instalaciones de la Academia de Bellas Artes, donde entre otras clases se impartía el codiciado título de maestro de obras (muy relacionado con el gremio constructor masónico) y donde casi siglo y medio después de su fundación, un joven Picasso y Pablo Gargallo recibieron sus clases de dibujo y escultura respectivamente (en las rutas por Barcelona de ambos artistas, la Llotja de Mar es parada obligatoria).

Actualmente combina su uso primigenio como moderna Cámara de Comercio de Barcelona y aún como Real Academia de Bellas Artes de San Jorge, la cual conserva un importante fondo de arte, igual de valioso que sus patios interiores y esculturas, merecedoras de un artículo aparte.

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