Resulta irónico que para desvelar rincones secretos e historias desapercibidas, miremos hacia una de las cimas del Collserola, bien vista desde cualquier rincón de Sants, Les Corts, L’Hospitalet, Esplugues y otros municipios del Baix Llobregat. Se trata de Sant Pere Màrtir: la cima de Barcelona que fue lugar de peregrinación, de defensa, de comunicación y, hoy en día, de recreo que nada tiene que envidiarle al resto del perfil collserolano.
Decir lado montaña en Barcelona es decir mirar al Collserola: una montaña que no solo sirve de brújula diaria para los barceloneses, sino como espacio que, según en el siglo en el que nos encontremos, ha sido fuente, mina, cantera, lugar de peregrinación, de defensa, de comunicación o de recreo tal como lo es hoy: un espacio que los oriundos no dudan en aprovechar para tener su propio «Montseny» a tiro de piedra.
El perfil de esta joya natural está coronado desde principios del s.XX por el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón, al que le siguen otros protagonistas como la imponente torre de telecomunicaciones que Sir Norman Foster construyó en el contexto de la Barcelona Olímpica. Ambos elementos: lugar de oración y antena, tuvieron sus antecedentes en la que es la cima que más nos puede pasar desapercibida, la que se encuentra más a la izquierda a tocar con Esplugues: Sant Pere Màrtir.










Sant Pere Màrtir: el punto de (re)unión y rezos de cinco villas
La imponencia del Tibidabo y la torre fosteriana borra de toda fotografía instagrameable la que a día de hoy es una humilde (y por qué no reconocerlo… fea) antena sin más, pero si nos remitimos a poco más de dos siglos, en este punto inadvertido se encontraba una ermita de perfil dominante a la que miraban con especial cariño 5 villas: Sarrià, Vallvidrera, Esplugues, Les Corts y Sant Just Desvern.
Nada más y nada menos que a 399 metros de altura, se construyó en el s. XVII la ermita de Sant Pere Màrtir de manos de los padres dominicanos del convento de Santa Caterina (con sede donde hoy encontramos el mercado del mismo nombre), a la que hasta 1808, acudían los moradores de estas cinco villas no solo a rezarle al santo (sobre todo el 29 de abril: cuando se peregrinaba y se festejaba su día) sino también como punto de encuentro atraídos por las imponentes vistas que ofrecía del Pla de Barcelona, el delta y los campos del Baix Llobregat. Un punto de encuentro muy celebrado entre sus paisanos, que aprovechaban para estrechar colaboraciones, sobre todo comerciales, entre estas localidades.
Hemos indicado 1808 como fecha tope de estos encuentros dado que es el momento en el que las tropas napoleónicas, en el marco de las Guerras del Francés, quisieron acondicionar el lugar como perfecto punto para construir una caseta de defensa, para lo cual, la ermita les estorbaba. Como el s. XIX – principios del XX en Barcelona no se caracterizaron por ser muy tranquilos, se perdió todo sentido eclesiástico y se inauguró la etapa belicosa del también llamado Mont Ursa o Puig d’Óssa.

Sant Pere Màrtir: una atalaya de religiosa a belicosa
Pese a que fueron primero los franceses invasores los que vieron el tremendo potencial que este turó tenía como zona defensiva, los barceloneses del s.XIX que le iban cogiendo el gustillo a esto de contar con instalaciones belicosas, pronto se olvidaron de la función sacra del lugar y mantuvieron las baterías defensivas instaladas por las tropas napoleónicas una vez recuperada la ciudad.
Su siguiente puesta en marcha a balazos surgió en en marco de las Guerras Carlistas (1833-1849) y, aunque seguía habiendo voluntad por parte del pueblo por devolver a la montaña su carácter de punto de reunión, los militares tenían otros planes para esta cumbre, convirtiéndose en el primer punto de la ciudad donde se instaló un telégrafo, en 1834, que hacía su función comunicadora óptica hacia Martorell. Posteriormente entró en funcionamiento junto con su réplica en Corberá de agosto a octubre de 1838, para un par de años más tarde, ya en 1847, integrarse de pleno en toda la red de telégrafos catalana como la torre nº 59, configurando la línea que desde Montjuïc va a Can Maçana (cerca de Montserrat), y posteriormente redirigiéndola a l’Ordal y Molins de Rei (podéis ampliar esta información a través de este completo estudio sobre la telegrafía en Cataluña),


Los otros bunkers del Carmel, pero a la espluguense
Una vez se abandonó la red de telégrafos catalana en 1863 (tal como se puede apreciar en el estudio anteriormente mencionado, su tardía integración lo convirtió en una herramienta rápidamente obsoleta) y con una ciudad más preocupada en extenderse por los amplios terrenos del plan Cerdà (que como ingeniero tuvo su papel relevante en la línea telegráfica descrita), Sant Pere Màrtir quedó abandonada a su suerte y relegada a un segundo plano en cuanto comenzaron las obras en 1902 para hacer del Tibidabo el punto más alto urbanizado de Barcelona.
Tuvo que llegar una nueva contienda para que los militares recordaran la importancia que este pico tenía para las defensas de la ciudad, en este caso para defenderla del bando nacional en la Guerra Civil. Es así como sobre las ruinas de la ermita se vuelve a construir una instalación defensiva, concretamente como baterías antiaéreas.
De esta forma, Sant Pere Màrtir quedó integrada dentro de la red barcelonesa de búnkers antiaéreos junto con los famosos del Turó de la Rovira (El Carmel), los de Montjuïc y los del Camp de la Bota (terrenos del Fòrum). Hoy en día, a diferencia de los de El Carmel, poco o nada queda de este recuerdo, que fue desmantelado una vez acabada la Guerra Civil para instalarse en la década de los 60 la antena que actualmente luce como su birrete.

Un lugar para el recreo y la memoria… de Esplugues
Pese a ser un perfil característico del lado Llobregat del Collserola y formar parte por tanto del paisaje barcelonés de muchos de los barrios localizados a este margen, Sant Pere Màrtir sobre el mapa es por derecho propio parte de Esplugues, y ampliamente revindicado desde principios del S. XXI para que se preserve su memoria y se difunda correctamente, sobre todo por tres instituciones muy activas en este sentido: el Grup d’estudios Esplugues, el Centro Excursionista de Esplugas y su propio Ayuntamiento, que no solo organizan frecuentemente rutas guiadas por la zona, sino que también participan en el acondicionamiento de la zona como lugar de esparcimiento y el despliegue de cartelería que explique su origen.

Un lugar que no solo ha sido relevante como rincón eclesiástico, militar y para la ingeniería civil, sino como un espacio que aún hoy día sigue siendo la mejor forma de que familias enteras y senderistas, reconecten con la naturaleza y la historia, perfectamente a nuestro alcance en coche si aparcamos en el Turó d’en Cors, o en bicicleta, si nos animamos con la entretenida cuesta de la carretera de Esplugues.
No nos dejéis engañar por el perfil de «montaña pelada» que luce frente a sus compañeras de Vallvidrera y Tibidabo, -perfil causado por los siglos dedicados al cultivo de viñedos, olivos y a la posterior extracción de leña-, ya que una vez allí, os encontraréis con un paisaje plenamente mediterráneo y (solo un poco) menos congestionado que el que recorre la carretera de les Aigües, con la que conecta a través del mirador de los cipreses.
