El legado industrial de Barcelona va mucho más allá de las chimeneas de ladrillo que, tras el indulto popular, sobreviven a lo largo de todo el mapa de la ciudad. Legado que se manifiesta de forma tranquila y anecdótica, como las chimeneas que decoran plazas como la de Joan Corrades en la Bordeta (restos de una fábrica de cerámicas en la plaza que da homenaje al fundador del barrio de Hostafrancs), la del Poble Romaní en Gràcia (testimonio de la fábrica textil Vapor Puigmartí) o la cinematográfica actriz secundaria de la primera película guionizada en España junto al Vapor Vell.
Las que protagonizan este artículo son especiales no solo por su fisionomía de trillizas que las hacen destacar en el skyline general de Barcelona, sino por ser partícipes de una de tantas huelgas que se sucedían en la Barcelona de principios del s. XX, que sería eso: una de tantas si no fuera porque, gracias a ella, España se convirtió en el primer país a nivel mundial en adoptar por ley la jornada laboral de 8 horas. En una Barcelona en la que hasta los menores trabajaban en cristalerías y otras manufacturas, se conseguía un avance de tal magnitud que ponía a todo el país por delante de países nórdicos y centroeuropeos más dado a eso del sindicalismo efectivo.
¿Cómo llegan 3 chimeneas a Poble Sec?
Para saber cómo aún a día de hoy debemos agradecer salir a media tarde a un rincón de Barcelona invadido por skaters y grafitis, debemos empezar por conocer los orígenes de la fábrica que lo posibilitó. Para ser rigurosos, sucedió en una eléctrica que no completó a la par el perfil triado que hoy día nos lega: la primera chimenea es de 1896, la segunda de 1908 y la tercera llegó en 1912.
Se trataban de las chimeneas de la Compañía Eléctrica de Barcelona, que alcanzaría su esplendor y su máximo funcionamiento cuando en 1911 se refundó como la Barcelona Traction, Light and Power Company, Limited, de manos de Frederick Stark Pearson. Como el bilingüismo es algo que ya se nos atravesaba hace un siglo, el pueblo barceloní la redujo al simplista pero efectivo nombre de «La Canadiense», por eso de que Pearson la registró en Toronto.

La Canadiense: un holding nada disimulado
A principios de siglo la Barcelona industrial mostraba cierto letargo (que no crisis) en su avance. Faltaba el decidido empuje de los indianos a la inversión que se daba en el s. XIX y las pérdidas de las colonias obligaban a un reinvención donde la creatividad brilló por su ausencia. La siempre audaz burguesía empresarial barcelonesa parecía más preocupada por demostrar su poderío ocupando las manzanas del Eixample más cercanas a Passeig de Gràcia que traer industrias que no pasaran por lo textil.
El ingeniero Carles Montanyés (cofundador de Ferrocarriles de Cataluña) fue quien le propuso a Pearson la tarea de electrificar Catalunya ante la inmovilidad de Generalitat y la falta de iniciativa privada.
Tuvo que venir Pearson para «espabilarlos» a golpe de adjudicaturas, y estas vinieron a través de la inteligente maniobra de no hacerse únicamente con la última fase productora: la manufacturera, sino controlar toda la cadena de montaje, en este caso aplicado a la electricidad. Para ello compró la sociedad Tramvies de Barcelona y de la Companyia Barcelonesa de Electricitat (cuando eran dos las chimeneas, ya como La Canadiense añadió la tercera de les Tres Xemeneies, como se les conoce en catalán). ¿Y qué pintan los tranvías en este movimiento empresarial? Fácil: con el control eléctrico, la expansión del tranvía ya solo dependía de la ambición del norteamericano, que ya tenía experiencia en el control de este transporte en su EE.UU. natal, en Brasil y en México.
La denominación canadiense proviene de que las relaciones empresariales de Pearson con un abogado de Montreal, James Dunn, conllevó que muchos de sus negocios se constituyeran en Toronto. Pearson era en realidad de Massachusetts (EE.UU.)
Ahora solo había que fijarse en el principio de la creación eléctrica. Este paso lo llevó a cabo el ambicioso Pearson aplicando los modelos que ya había puesto en práctica en Sao Paulo, México y Texas, construyendo en el prepirineo el Canal Industrial de Seròs y las presas de Camarasa y Sant Antoni, infraestructuras que le permitían garantizarse el suministro de un caudal continuo y con ello fuerza transformadora. Con este conjunto, el canadiense había creado de la nada (bueno, a golpe de talonario) el primer sistema integrado de embalses y centrales construido en el país, algo que ya había ensayado en México.
El holding «canadiense» lo formaban las empresas Riegos y Fuerzas del Ebro, Barcelonesa d’Electricitat, Energia Elèctrica de Catalunya, Tramvies de Barcelona y Ferrocarrils de Catalunya
En 1923, Energía Eléctrica de Cataluña (su principal competidora) se pudo hacer con toda esta infraestructura, ya sin un Pearson que falleció junto a su esposa en 1915 cuando el trasatlántico en el que viajaban fue alcanzado por un submarino alemán frente a las costas irlandesas. Siguió operando como Barcelona Traction hasta que en 1951 fue nuevamente comprada e integrada en FECSA (Fuerzas Eléctricas de Cataluña). La última transformación se produjo en 1999, cuando comenzó a operar ya bajo las siglas de ENDESA, dueña a día de hoy de toda la infraestructura.

… Y llegó la madre de las huelgas
No se sabe si Pearson disfrutaría de dar nombre a una elegante avenida en lo mejor de Pedralbes (segunda vía más cara de España, a 12.000 € el metro cuadrado nada más y nada menos…) de haber estado aún al cargo de la Canadenca (su denominación catalana) cuatro años después de su fallecimiento. La Barcelona Traction se convirtió en absoluta protagonista del movimiento obrero el 5 de febrero de 1919 cuando, a lo largo de cuarenta y cuatro días en los que sus trabajadores cortaron el suministro eléctrico, se paralizó toda la ciudad y el 70 % de toda la industria catalana. Era el comienzo de una de las huelgas más importantes de la historia de España.
El detonante (la dinamita ya estaba puesta desde antes como veremos más adelante) fue el despido de 8 trabajadores de la empresa Riegos y Fuerzas del Ebro. El motivo del despido no fue otro que el haber pedido ayuda sindical tras haber visto la plantilla reducido drásticamente su sueldo en enero, ante la alegación de la empresa a que esto se debía al hecho de haber pasado gran parte de esta de trabajadores eventuales a fijos discontinuos. En unos años en los que el sueldo obrero no daba para más que el sustento y el alquiler, cualquier reducción suponía un descalabro económico por mucho que se lo garantizaran de por vida.
Este hecho habría pasado más o menos desapercibido (solo en el año anterior se habían producido más de 450 huelgas) si no fuera porque desde el 28 de junio de 1918, la CNT había tomado notable fuerza como brazos sindicalistas gracias al Congreso de Sants. Perfectamente organizados y con la motivación de realizar sustanciosos cambios en los derechos obreros que justificaran su acción política, cualquier conflicto estratégico les valdría para hacerse notar.
¿Y qué mayor oportunidad de hacerse notar que cortando el suministro eléctrico a gran parte de Cataluña? En una época en la que el concepto «servicios mínimos» era inexistente, la CNT en plena efervescencia arengó al resto de trabajadores de La Canadiense para que exigieran la reincorporación de sus compañeros y la restitución del sueldo anterior, y ya que estábamos metidos en faena, otras reivindicaciones históricas como el derecho a sindicalización, acabar con el trabajo infantil (para esto harían falta unos cuantos años más) y la deseada jornada laboral de 8 horas.
Las cartas que la CNT manejaban para ello eran de auténtico póker: con la política de brazos caídos de los trabajadores de la Canadiense, la falta de suministro eléctrico obligaba al resto de industrias también parar, al igual que los servicios de transportes, la iluminación de calles y edificios… Un auténtico caos que obligó a intervenir al Gobierno y las fuerzas del estado, con un desfile de nombres históricos entre los que destacan Milans del Bosch como capitán general pretendiendo declarar el estado de guerra (el abuelo de aquel individuo que proclamaría ese exabrupto años más tarde en plena Guerra Civil de: «muera la inteligencia»), Carles Montanyés como nuevo gobernador civil declarando finalmente el estado de guerra en marzo (el mismo que había facilitado a Pearson la creación de La Canadiense), el Conde de Romanones (hombre fuerte de Alfonso XIII y muy cercano a la burguesía catalana) intentando poner orden y por último Antonio Maura volviendo a la presidencia que la «Semana Trágica» una década atrás le había quitado.
Los vaivenes entre gobernación y ceenetistas fueron continuos hasta que finalmente los primeros tuvieron que ceder, ya que con una masa obrera tan entregada a la causa que el 19 de marzo (dos días después del fin de la huelga) llegó a movilizar en la plaza de toros de Las Arenas entre 20.000 y 35.000 trabajadores a la espera de que los cambios prometidos se materializaran, la situación llegó a ser insostenible como para que el gobierno de Maura diera marcha atrás: de esta forma, el 3 de abril de 1919 el Conde de Romanones promulgaba el Decreto de la jornada de ocho horas.

La huelga de la Canadiense: una protesta con resultados dulces de regustos agrios
El hecho de que se consiguiera por ley una jornada laboral de 8 horas generalizada, situaba a España en cabeza de los derechos laborales (a pesar de pequeños detalles como que les estuviera permitido trabajar a menores a partir de los 9 años). Anteriormente hubo intentos internacionales para legislar en este aspecto, como la promulgación inglesa en 1802 que prohibía las jornadas de más de 12 horas y las nocturnas para aprendices en la industria algodonera. Gracias a estos primeros avances, durante el s. XIX algunos países consiguieron limitar la jornada a 10 horas, siendo el primer caso de 8 horas el aplicado para el gremio de constructores de Nueva York en 1872 (las mismas 8 horas de España pero solo en el ámbito local de Nueva York y para los trabajadores de la construcción).
El siguiente paso firme hacia la jornada de 8 horas se dio en 1884, cuando en el Congreso de Chicago, la Federación de comercio y trabajo de los EE.UU. y Canadá, aprobó una resolución para instaurar la jornada de 8 horas a partir del 1 de mayo de 1886: una fecha muy simbólica para la masa obrera, ya que era el momento en el que finalizaban muchos contratos laborales y de alquiler. En el marco de estas movilizaciones, el 3 de mayo la policía intervino causando numerosos heridos, lo cual derivó en una manifestación el 4 de mayo en Haymarket en el que unos provocadores (se sospecha que a sueldo) lanzaron una bomba, con una consecuente represión hacia el movimiento obrero que acabó con 8 condenas a muerte. Debido a estos hechos, desde la creación en 1889 de la Internacional Socialista, celebramos el 1 de mayo como el día internacional de los derechos del trabajador.
Pese a que el sentir de la masa trabajadora persistió en la lucha por unas mejores condiciones, no fue hasta el gesto de la CNT en la Canadiense cuando se volvió a poner sobre la mesa la cuestión de las 8 horas, esta vez con éxito, pero tendría un precio… Los tiras y aflojas entre CNT, trabajadores y Gobierno Central y local propició que dentro del mismo partido surgieran varias corrientes: la de Salvador Seguí (el Noi del Sucre) y Àngel Pestaña que abogaba por la vía sosegada y de diálogo (la que tuvo más arraigo y que atrajo a pacifistas como Ramón Acín y sus pajaritas) y otras posiciones más propicias a la lucha y acción de guerrilla que ensombrecía el trabajo realizado como sindicato.
Por otra parte, como reacción natural al auge del sindicalismo, la patronal también desplegó sus propias armas: crearon grupos de presión que intervenían entre las autoridades para que a la mínima insurrección, se declarara el estado de guerra en Barcelona o Cataluña, incentivaron leyes de dudosa moral como la ley de fugas (los policías podían disparar a matar a los presos si había intención de escapar) y fundaron el Sindicato Libre (competencia directa de la CNT y bajo sus mismas premisas pero con el control de las élites empresariales).
Este caldo de cultivo entre ambos polos, propició la que se hizo llamar como «la etapa del pistolerismo»: grupos radicales surgidos de la CNT disparaban a bocajarro a burgueses contrarios a sus intereses en las puertas de sus propias casas o empresas, y por su parte la patronal disparaba también a bocajarro a cualquier insurrecto bajo la legalidad de alegar que «quería fugarse de una detención» o menos sutilmente, contratando a matones a sueldo para que acabara con dirigentes sindicales. En este sentido surgieron personajes tan siniestros como el policía Bravo Portillo o el falso Barón de Konïg, que merecen su propio artículo.
En cualquier caso, las 8 horas habían llegado para quedarse, y aunque le siguieron unos años (más bien décadas) de incertidumbre tanto obrera como política, y el ambiente era turbio y tenso como para suponer muchas celebraciones, podemos decir que ante una reivindicación mundial por la que se celebra nada más y nada menos que el 1 de mayo, los españoles llegamos primero.

El parque de las 3 chimeneas hoy
Muy poco ha cambiado en el perfil de las 3 chimeneas 100 años después: a excepción del edificio acristalado de la FECSA en el que se apoyan, estos tres testigos del cambio obrero de la II Revolución Industrial en Barcelona han sobrevivido incluso a los bombardeos fascistas durante la Guerra Civil (las tropas de Franco conocían muy bien la importancia de este punto para, entre otras cosas, dotar de energía a las fábricas de munición que se situaban en sus laterales).
Les tres Xemeneies estuvieron a máximo rendimiento hasta finales de los 80, cuando el solar quedó reducido a oficinas de Red Eléctrica Española. El resto de espacio liberado sirvió para la creación de una plaza pública en 1995: los jardines de las 3 chimeneas. Este pequeño parque se realizó siguiendo el esquema del urbanismo barcelonés de finales de siglo, el odiado patrón de «plazas duras» que solo gusta a arquitectos y galardones como la FAD, pero que al resto de los mortales no nos dice nada más que cemento, hormigón y alquitrán por todos lados.
Fue ese aire de creación a lo Mad Max lo que propició que hoy día esté invadido por skaters, grafiteros (que frecuentemente lo redecoran, suponiendo sus acciones creativas y de un notable valor artístico el máximo atractivo de este parque) y otra fauna urbana propia del Bronx que son los que lo llenan de vida, hasta el punto que hoy día, los propios vecinos de este espacio reniegan de su uso por la frialdad del espacio, la inseguridad de su falta de vigilancia y el haber sido conquistado por indigentes.
Más allá de la desidia de todas las administraciones a su cargo desde 1995, el parque destaca por haber conservado a modo de esculturas, distintos elementos que antaño hacían funcionar la maquinaria de la Canadiense, como turbinas, ejes o calderas, dispersos por todo el solar, así como contar con una pieza artística a modo de entrada. Se trata de una silla de amplias proporciones de hormigón rojo creada por los autores del proyecto: Pere Riera y Josep Maria Gutiérrez.
Otro de los usos por el que destaca (sobre todo en periodos no pandémicos) es el de lugar de encuentro multicultural: cuenta con un cubo hormigonado sobre una amplia explanada del mismo material que se usa a modo de escenario y zona de conciertos. Además, sus profusos muros que salpican todo el territorio se usan frecuentemente como lienzos para grafiteros en festivales artísticos organizados por el propio Ayuntamiento. En el marco de estas celebraciones, el parque se convirtió en protagonista nacional en febrero de 2021 cuando un grafitero realizó una pintada protesta en contra del rey emérito, que fue borrada al día siguiente por la Guardia Urbana y que, tras las pertinentes disculpas, se pretende restituir.
Por otra parte, como testigo de esos aires entre lo histórico y lo distópico, el edificio anexo a las chimeneas que ocupaban las oficinas de ENDESA hasta 2012, se encuentra abandonado desde entonces. A la espera de nuevos usos fue desmantelado quedando únicamente su esqueleto visible de hormigón. La inmobiliaria que se hizo con el edificio pretende convertirlo en un hub tecnológico, mientras los vecinos piden un uso comunitario como la ampliación de la biblioteca municipal, convertirlo en sede de los castellers del barrio o viviendas sociales. Mientras tanto lo único que se sabe es que a día de hoy, solo se puede hacer un uso del espacio como servicios técnicos a la espera de recalificación. Pase lo que pase con el inmueble, lo que es seguro es que las tres chimeneas seguirán siendo testigos de lo que allí suceda.
