Paseando por el agradable carrer Rogent, apenas superado su primer tramo nos encontramos con uno de sus habitantes más ilustres: la oca de Frederic Marès que da nombre a la plaza con la que la bella vía peatonal se cruza con el carrer del Enamorats y un menos tranquilo carrer València. Esta oca, pese a su reducido tamaño, es muy querida y popular entre los habitantes del Clot – Camp de l’ Arpa, a los que su fuente calma la sed desde este sombreado oasis a apenas 100 metros de la bulliciosa Meridiana.
Lo que muchos paseantes no saben es que ni la oca de la plaza de la Oca es oriunda de Sant Martí, ni que realmente es una oca…
La oca de Sant Martí: una confusión de género ya centenaria
No es que la escultura sea un trampantojo, simplemente que a pesar de los intentos del autor por aclararlo, el pueblo llano la tomó por oca y como oca quedó inmortalizada… la figura y la plaza, que ya sabemos que en lo popular, la tradición manda y ni el consistorio quiso desmentirla nomenclátor mediante.
El autor, como ya hemos avanzando, no es otro que el reconocido, admirado y cuestionado por partes iguales, Frederic Marès: un genio del cincel que decoró notables obras por toda la ciudad (suyas son por ejemplo, la escultura Barcelona de Plaza Catalunya, el monumento a Francesc Layret en la plaza Goya o el del general Prim en la Ciutadella, entre otras afamadas intervenciones) pero que como le ocurría a un Dalí cegado por la fama, poco comprometido políticamente (tanto homenajeaba al laborista partidario del catalanismo y afín a la CNT, como se adscribe como el escultor predilecto por el frente franquista).
Dejando de un lado filias y fobias políticas, no se puede cuestionar la maestría de Marès, que queda demostrada en esta misma obra (considerada como «menor» dentro de su extenso catálogo) con detalles como el delicado plumaje perfectamente reproducido en bronce, o ese requiebro del cuello del palmípedo fruto de la observación y el estudio previo de las formas del animal… detalles que efectivamente corresponden a un pato, por mucho que las buenas gentes del Camp de l’ Arpa del Clot lo hayan convertido en un centenario baluarte del transgénero animal.
Centenario ya porque el pato en cuestión fue concebido exactamente hace un siglo, en 1921, cuando se le encarga a Marès una sencilla representación agrícola para decorar una fuente pública, uno de los pequeños trabajos que el escultor realizaba entre obra y obra (también decoró mausoleos y otras ornamentaciones públicas de pequeño formato), solo que el encargo no vino de parte del ya por entonces distrito de Sant Martí, sino de otro más Diagonal arriba…
Un pato que migró de Les Corts a Sant Martí
El encargo originario vino del distrito de Les Corts, que para una de sus plazas más céntricas y emblemáticas, la plaza Comas, quiso contar con un detalle que recordara el pasado agrícola que esta, -no muy lejana del tiempo del encargo-, población mantenía en su memoria como la Barcelona de extramuros.
El distrito, que mantiene desde entonces su sede en esa misma plaza, quiso aprovechar que se desmontó la vieja fuente de hierro que decoraba la por entonces plaza de albero para la festa major, para hacer un nuevo encargo con mayor arraigo para los vecinos. Este encargo consistía en un pilón de dos metros por el que brotaban cuatro caños de agua y que sería rematado por el pato de Marès.
El vecinado siempre soberano, que igual te cambia de género un pato que te hace desmontar una fuente, no estuvo contento con el cambio, viendo poca relación entre su idiosincrasia y un animal de granja, por lo que al poco de ser instalado, tuvo que echar el vuelo rumbo a otra parte, siendo sustituido por un jarrón cerámico, que no es que tenga mucho más que ver con el sentir de los habitantes de Les Corts, pero desde luego, polémica poco podía suscitar… o sí, porque, eso sí, décadas más tarde, desapareció en favor de la escultura del Pau Farinetes, un payés muy querido y, ahora sí, representativo de aquel Les Corts de principio de siglo.
Volviendo al pato / oca de Marès, fue finalmente la mediación del Ayuntamiento, que por aquel entonces buscaba decorar los diferentes espacios que la nueva configuración del Eixample (que por la década de los 20 aún crecía en extensión) iba formando, quien decidió la recolocación del pato en el otro extremo de la ciudad, allí donde nacía el carrer dels Enamorats (que aloja otra curiosa obra emblemática en su tramo final) y cuyo trazado diagonal frente a la cuadrícula del Eixample, daba forma a una plaza triangular. Plaza que con el paso de los años y gracias a esta obra de Marès, recibió el nombre de Plaza de la Oca.
Las aves migratorias de Frederic Marès
Esta anécdota sobre el pato de Marès puede parecer aislada… pero no es el único caso que escultor, y ave esculpida, protagonizan sobre mudanzas de barrio. Dentro de la misma serie de miniencargos que Marès recibía al comienzo de su carrera, alrededor de 1925 recibió uno del propio Ayuntamiento de la ciudad destinado precisamente a ornamentar el Eixample, como su pato haría un par de años atrás.
Para este encargo en cuestión, Marès ideó un gallo de gran realismo (nuevamente el plumaje y la postura denotan el grado de maestría del que Marès gozaba) cuya concepción es que se orientara hacia levante para que, precisamente con los primeros rayos del sol, se iluminara su plumaje creando un efecto de realismo excepcional. Siguiendo estos preceptos, la Casa Consistorial lo instala en una situación privilegiada: el cruce que formaban las nuevas edificaciones entre Diagonal y el Passeig de Sant Joan.
El gallo de Marès convivió feliz con sus aristocráticos vecinos hasta que en 1958, un alcalde conocido por su poca sensibilidad artística y cultural, el nefasto Porcioles (a quien entre otros atentados estéticos, le debemos la desfiguración de los edificios modernistas del Eixample y la demolición de todo un Puig i Cadafalch: la Casa Trinxet), decidió trasladarlo a un nuevo espacio surgido del trazado diagonal que la nueva Avinguda de Roma configuraba a la cuadrícula de l’Eixample Esquerra (si, exactamente igual que pasó con la plaza de la oca y el carrer dels Enamorats).
En su nueva ubicación, sombría y arriconada, el gallo de Marès no disfrutaría de la visibilidad que el noble Passeig de Sant Joan le otorgaba, menos del efecto pretendido de los rayos solares que un cateto como Porcioles no sería capaz de apreciar ni en tres vidas… (entre sus ocurrencias se encuentra la de pretender instalar Mercabarna en los terrenos del Parc de la Ciutadella… por lo que ya pueden hacerse idea de la altura de miras del personaje encuestión), pero sí que gozó del siempre más apreciado gusto popular.
Es así como los vecinos de este rincón de l’Eixample acogieron al gallo como elemento propio hasta tal punto que, tras una reforma de 1984 que diera al lugar el aspecto de un auténtico rincón de encuentro como ya era, se denominó al espacio como Plaça del Gall.
De esta forma, y probablemente sin que muchos de sus vecinos sean conscientes de ello, dos rincones tan particulares y alejados el uno del otro, permanecen unidos por el genio de uno de los más grandes escultores de la ciudad (con permiso de Gargallo, Llimona y Clarà) y la querencia de Barcelona por remodelar y dar nueva vida y significancia a sus rincones.